28.7.17

"El corazón es un cazador solitario"



No son muy de tener en cuenta las sombras. Se las mira sin que se sepa bien qué pensar de ellas, salvo que nos den el cobijo para que el sol no nos fustigue como suele. Las que menos se aprecian son las que proyecta uno mismo. Van a nuestro paso, conviven con nosotros, nos acompañan al modo en que lo hace el latido del corazón. Tienen los dos, la sombra y el corazón, un registro perfecto de lo que hacemos y de lo que no. La sombra, más tímida, de menor rango sentimental, no se prodiga mucho, pero siempre está ahí. Sólo precisa que la anime el sol. El corazón es una sombra privada. Hay veces en que lo sobresaltamos, le damos caña a conciencia, lo ponemos a brincar como si se acabase el mundo. Otras, cuando se apacigua, olvidamos que existe, no le damos el afecto que solicita. Ahora, en verano, volviendo de la playa, cargado de sombrillas, sillas y bolsas con toallas y cremas, me asombraron los dos, la sombra y el corazón. Una me perseguía o me tutelaba o me intimidaba, no sé bien. El otro me hacía pensar que tengo un cuerpo y que, en ocasiones, habla, conversa conmigo, me exige que le preste atención y aminore el paso. No es una didáctica, ni un aviso al que uno vuelva, cuando se ha recuperado y recobrado el aliento. Se olvidan pronto esos avisos, se los aplaza indefinidamente, como si tuviéramos dos corazones y uno pudiera sacrificarse y seguir afiliados a nuestros vicios, los que lo fustigan, todos los que lo van deteriorando hasta que revienta y se para. Así que uno no hace deporte, ni deja de fumar (ay), ni controla las carnes rojas, ni toma interés en ese escrutinio íntimo que consiste en medir cómo andamos del colesterol malo o de la tensión. La sombra es más amistosa, no nos pide nada, no se moja en nada que nos beneficie o nos perjudique. Está ahí en todo momento, es nuestra de un modo absolutamente fiable. La mía de hoy ha sido disuasoria: no era yo, no estaba yo dibujado en sus trazos. No hay nada más democrático que las sombras. Ni tampoco nada tan liviano, de tan escaso peso emocional, pero las sombras de los demás nos intimidan, hacen que zozobremos y sintamos la intriga de no saber qué ocultan. En cierto modo, el corazón es también una sombra, procede con su artera maquinaria, caza sin que se sepa qué pieza busca. Será finalmente el cazador solitario que daba título a la estupenda novela de Carson McCullers. Lo otro, la parte romántica, esa en la que el corazón es la válvula que regula el flujo del amor queda para otro escrito.

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