La poesía
Hace más de un año que no escribo poemas y se acerca a ese cálculo improvisado el tiempo que hace que no leo poesía, lo cual me parece un dato mucho más preocupante. Será que ando poco sensible y que es la sensibilidad la que te hace poeta o lector de poesía o ambas cosas juntamente, en feliz coyunda. No he dejado la novela, ni el cuento, y no abandono los sueltos de prensa, esa suerte de ensayo feliz en el que la literatura se arrima a la crónica de la realidad. Y es precisamente la poesía el género en el que me siento más dichoso, en donde me considero mejor lector, del que extraigo enseñanzas que aplico con más entusiasmo en mi trasegar diario, en mi manera de estar en el mundo. No quiere decir que esta misma noche coja un libro y lo devore o lo vaya despachando morosamente, según la circunstancias. A la poesía se accede por impulsos; yo, al menos, he accedido siempre a capricho del azar, como si no interviniese mi voluntad; no he tenido, no obstante, periodos de abstinencia tan prolongados, ninguno ha hecho que me sienta desamparado y, a poco que lo pienso, así es como me siento. Nada que no enmiende una tarde con Gil de Biedma, con Kavafis, no sé, con Valente, con mi viejo Borges.
La política
He llegado tarde y no he llegado con ganas. Poseo la voluntad, sí, pero creo que no el entusiasmo. Será la edad o será la idea que uno va teniendo de la edad, que es una cosa diferente, pero me cansan algunos argumentos. Incluso algunos de los que antes me encendían, me hacían sentirme en el mundo. En el fondo se trata de eso. De que te sientas una parte del mundo o de que estés al margen. No preciso de la política para entender el mundo. En todo caso, me basta con una evidencia que no aturrulle o que no me canse. Ya me escandalizan pocas cosas. Y esa falta de vocación de asombro está mal, lo sé. Debería encabronarse uno con más frecuencia, debería sentir la irritación comiéndolo por dentro. Que no se produzca esa agitación no sé de qué es síntoma. Igual estoy enfermo. Como tantos. No creo que sea una enfermedad de la que preocuparse.
La religión
Escuché a un personaje de una película decir que no le interesaba en absoluto la religión. Decía creer en Dios y no poseer interés alguno en escuchar lo que otro hombre dijera sobre el Dios al que respetaba y al que le confiaba su existencia. En cierto modo, tengo también yo a un Dios como ése, aunque no le rece de noche, ni le hable al oído, ni le confiese si estoy feliz o me inunda la amargura. Tengo amigos que hacen justamente eso y aprecio que poseen algo de lo que yo carezco, y a lo que difícilmente podré acceder. No sé qué vía habrá por la que yo transite y en la que yo me encuentre de bruces con la divinidad y con sus asuntos. De momento no hay vía tal, no la preciso, no está entre mis necesidades - admito que muchas - la de hacerme un creyente y ver lo que otros proclaman hermoso y noble. Quedo afuera, vivo afuera, respiro afuera. Mientras tanto, sigo fascinado por la religión, aunque no sé si esa fascinación, ejercida desde la distancia, me permitirá en alguna ocasión ahondarme en su cuerpo y sentir la plenitud que aseguran sentir los que la abrazan. La poesía, a su secreto y firme modo, me hace estremecerme al modo en que lo hacen los creyentes. Lo de salvarme o no, no me interesa de momento.
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