Lo que ves es lo que hay, dice Woody Allen en una entrevista que publica hoy El País. Quizá no debiera ser así. Ojalá existiesen las hadas y hubiese hechizos que demoliesen a escombros la realidad incómoda, la de las guerras y la de las injusticias, toda esa realidad dolorosa con la que algunos se forran y otros se mueren. Ojalá uno pudiese rezar y comprobar, a poco de acabar el rezo, que lo que uno implora se hace verdad. Pero solo está lo que los sentidos nos ofrecen. Es todo demasiado científico, lleno de líneas cartesianas, comido de certezas inconmovibles. No siendo yo creyente, careciendo de la voluntad de buscar a un dios que me conforte, no debería entrar en estas inquietudes, pero hay días en los que debería haber un dios y un cielo y un paraíso para los que tienen fe y todo lo que dicen en las iglesias, a las que jamás entro si no es por el bautizo, la comunión, la boda o la muerte de alguien cercano. Días en los que solo pides que no todo termine como parece que va a terminar, pero al final te convences de que no hay otro modo de comprender el mundo. Lo que ves es lo que hay. No parece que haya más. Quizá es verdad que no haya más. Está muy viejo Woody Allen y ha vivido mucho como para saber a qué atenerse cuando le ponen en la diatriba de elegir entre Dios o la ausencia de Dios. Lleva toda la vida pensando qué responder o incluso qué responderse. En lo que a un servidor respecta, en lo que a mí me afecta, no hay día (o casi no hay día) en donde no tenga algún momento de zozobra metafísica. Y la disfruto como si fuese una golosina del espíritu. El mío está entristecido. Se viene abajo con frecuencia, se desarma con facilidad, se esconde si lo zarandean en demasía. Al final, Woody Allen parece que hace un cine teológico. Todo el humor que bracea por debajo solo es una distracción para colarnos la teología. A lo mejor toda la religión es una pieza de humor, un tipo de humor muy fino, muy elegante, muy intelectual. Dios es una broma, pero solo queremos reír, solo reír nos cura del daño de ir viviendo. Porque vivir duele. No hay cosa que duela más.
Dice Woody Allen que la gente le considera un intelectual porque lleva gafas de pasta o porque habla de Dios o porque escribe películas en las que no hay violencia (no una violencia tangible) y en la que los personajes no paran de hablar. El problema es que no hablamos. De hablar más, el mundo sería un mejor mundo. Pero nos atascamos con las palabras, nos abrumamos cuando tenemos que manejar mucho y embutirlas todas en frases grandes que digan cosas grande. Nos viene grande la grandeza. Se está mejor en la mediocridad, en todo lo que no tiene aspiraciones de llegar más allá del sitio en donde está. Creo en Dios porque no tengo motivos para no creer, podríamos decir. Pero es más fácil no creer. La realidad es cuestionable, pero es mejor no cuestionarla, es mucho mejor no indagar en cómo funciona. Si un día paseo por Oviedo y veo a Woody Allen (dice que es la ciudad perfecta, la ciudad en la que se retiraría) creo que podría hablar con él de forma distendida, como si le conociera de toda la vida, y creo que lo conozco. Hay amigos a los que les tengo menos que decir que lo que le diría a Woody Allen en una tasca en Oviedo. Definitivamente me estoy convirtiendo, a día que pasa, cada vez más raro. Quienes me conocen de cerca lo tiene que estar notando.
1 comentario:
No sé qué creer, no peco de ser tan egocéntrico como Dios Lennon cuando rezaba en sus canciones "I don´t believe in God... I don´t believe in The Beatles... Just believe in me", el caso es que después de mucho tiempo hoy he salido de misa de 12 y estaba realmente en paz.
Desde luego es más fácil no creer, sobre todo si es en nada.
Un abrazo.
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