No me incumbe. Lo primero que he pensado al ver la fotografía del obispo Cañizares es que no es algo que me afecte, nada que conduzca o deje de conducir mi vida. Después he caído en la cuenta de que es posible que sí sea de mi incumbencia. Lo es porque uno está en el mundo y nada que sucede dentro suya me es ajeno, como dijo Donne, el poeta inglés del doblar de las campanas. Luego está la fascinación, un poco perversa, lo admito, que ejerce sobre mí la pompa de la curia, toda esa dolorosa estética con la que se adornan las iglesias y los libros de salmos. No hay forma de no sentirse nombrado cuando los teólogos cuentan el principio del mundo y razonan, a su poética manera, el inevitable giro escatológico al que está abocado en estos convulsos días. Siempre que escucho hablar de Dios y de sus nubes, del paraíso y del pecado, presto la mayor de las atenciones. Reconozco que es una atención neutra, de poco o nulo afecto sentimental por lo escuchado, pero soberbia en cuanto a riqueza intelectual, magnífica para ser usada en una terraza de verano, con los amigos, bien convidado de licores. En eso, me siento afortunado. Poseo tres o cuatro amigos con los que no comparto nada sacramental, pero nos profesamos el respeto suficiente para ir y venir por la mística y salir y entrar por los templos y por las tabernas. Soy un pagano bendecido por la fe al modo en que he visto creyentes pecaminosamente heridos por lo pagano. Al final todos andamos en la misma cuerda, paseamos los mismos jardínes y terminamos hundiendo los pies en el mismo maravilloso (a veces) barro. Pero aquí, en Cañizares convertido en un rey francés del siglo XVII, no hay barro y, de haberlo, no es ninguno del pueblo llano. No hay nada llano en el posado del obispo. Hay altivez, hay opulencia. Está ahí, el obispo rico, rodeado de sus lacayos más cercanos, mirando al mundo desde un lugar al que no es posible acceder. Como si la ventana desde la que observase no fuera de este mundo. En realidad no lo es. La fe, para ejercerse con hondura, requiere una extraterrenidad. Uno podría creer en algún Dios que hubiese creado el mundo y anduviese por ahí arriba, desatento al rumbo que va tomando, pero no es fácil entrar por este aro, penetrar en la religión que nos vende Cañizares en este final de verano. Si hay otra, que es cosa de escuchar a los que la profesan, quizá no esté bien que esté representada por esta poderosa imagen. Porque es poder lo que transmite. El poder que siempre rondó a los poderes eclesiásticos, de los que se valieron para que la cristiandad haya sobrevivido a dos milenios de guerras.
La fe no tiene nada de siniestro o tiene la misma cantidad que la vida, pero la ceremonia de la fe, lo que se construye alrededor suya, hace pensar que lo siniestro anda por ahí debajo, pugnando por liberarse. La culpa no es del ojo que mira sino de lo que el ojo observa, Sea uno feligrés militante, creyente escaso o descreído total, acaba comprendiendo cuáles son los males que afectan a la Iglesia y encuentra el lugar exacto en donde se alojan. Y no es que a uno le duela que estos personajes se invistan de oropeles, saquen los terciopelos, los bordados y presuman de la pompa de antaño. No me incumbe, no me afecta, no es de las cosas que me roban el sueño. Solo me siento y escribo. Dejo aquí la constatación de que son gente lista éstos de los ropajes caros. No pueden dejar de serlo. Viven entre libros, se cultivan a diario en el reposo limpio de sus seminarios. La otra iglesia, la que milita en las calles y sale a los refugios de los parias del mundo y los adecenta y les asiste en afectos y en víveres no es la que uno percibe en la fotografía de marras. No es posible que lo sea. Esa otra iglesia, de la que sé por gente que la vive, a la que se le debe agradecimiento, no debe tener nada que ver con esta otra. Pero insisto en que soy un ignorante, un descreído que mira las cosas y les busca siempre un sentido o una falta de sentido. Hoy ha tocado lo segundo. Con los de las sotanas suele pasar precisamente eso. Si hay un cielo que ande esperándome, no creo que este arrebato mío de sábado, y tantos otros de antes y otros del futuro que no ha llegado, me arrebate mi lugar, mi derecha del Padre, mi espléndido paraíso en la eternidad. Mientras tanto, qué excéntricos, qué poco asequibles, qué listos son todos. Qué ingenuo uno.
La fe no tiene nada de siniestro o tiene la misma cantidad que la vida, pero la ceremonia de la fe, lo que se construye alrededor suya, hace pensar que lo siniestro anda por ahí debajo, pugnando por liberarse. La culpa no es del ojo que mira sino de lo que el ojo observa, Sea uno feligrés militante, creyente escaso o descreído total, acaba comprendiendo cuáles son los males que afectan a la Iglesia y encuentra el lugar exacto en donde se alojan. Y no es que a uno le duela que estos personajes se invistan de oropeles, saquen los terciopelos, los bordados y presuman de la pompa de antaño. No me incumbe, no me afecta, no es de las cosas que me roban el sueño. Solo me siento y escribo. Dejo aquí la constatación de que son gente lista éstos de los ropajes caros. No pueden dejar de serlo. Viven entre libros, se cultivan a diario en el reposo limpio de sus seminarios. La otra iglesia, la que milita en las calles y sale a los refugios de los parias del mundo y los adecenta y les asiste en afectos y en víveres no es la que uno percibe en la fotografía de marras. No es posible que lo sea. Esa otra iglesia, de la que sé por gente que la vive, a la que se le debe agradecimiento, no debe tener nada que ver con esta otra. Pero insisto en que soy un ignorante, un descreído que mira las cosas y les busca siempre un sentido o una falta de sentido. Hoy ha tocado lo segundo. Con los de las sotanas suele pasar precisamente eso. Si hay un cielo que ande esperándome, no creo que este arrebato mío de sábado, y tantos otros de antes y otros del futuro que no ha llegado, me arrebate mi lugar, mi derecha del Padre, mi espléndido paraíso en la eternidad. Mientras tanto, qué excéntricos, qué poco asequibles, qué listos son todos. Qué ingenuo uno.
3 comentarios:
Expresado con rigurosidad, sin ofender, pero al final y al cabo hablas con apasionamiento. A ver si va a ser que en el fondo eres como todos? Lo digo porque las palabras bonitas están bien, los textos bien hechos gustan mucho, pero el fondo es que la religión atrae a todo el mundo y los protocolos de los que hablas, Emilio, sirven para fijar la atención y procurar que dure, que dure... Dos mil años lleva, y sí, le quedan unos miles más gracias a fotos como ésta. Antes teníamos catedrales y ahora tenemos Cañizares. Es lo mismo. Y lo dice un creyente, no muy militante, pero creyente desde que su madre le hizo vestirse de comunión.
Un saludo.
No pretendo nunca ofender, Alberto, aunque nunca se sabe, por otro lado. Siempre hay gente sensible que se ofende por cualquier cosa. Así que hay que ir hacia adelante, expresando lo que uno siente. Es cierto lo que dices. Se saben defender, saben cómo ir avanzando. Los posados son como catedrales modernos, que sirven para que la gente admire, abra la boca, se sienta sobrepasada por el peso de la pompa y de los siglos. Y lo dice un descreído, en fin... Un saludo
Soberbia reflexión que comparto.
La fe es una cosa privada. Entiendo que haya que manifestarla porque todo acaba siendo manifestado. Es connatural a lo humano, pero la fe debería, digo debería ser, lo más privado, lo más íntimo, lo que menos se debería exponer. Y si se hace, sin trajes del siglo XvII. No está el horno.
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