True detective es una serie que habla sobre la enfermedad. Lo hace sin que en momento alguno apreciemos de qué dolencia se trata. En cierto modo apela a lo que no se ve más que a lo manifiesto. Hace que indaguemos en la trama, produce que nos involucremos en la resolución del conflicto que plantea, pero logra que no importe el desenlace o que importe menos que la forma en que ese desenlace se va formando. No es una serie comercial, no busca serlo: la historia que nos cuenta es alambicada, está narrada con la confianza del que sabe que no hay otra forma de hacerlo. True detective se expande. Meses después de haberla acabado sigue agrandándose, componiendo en mi cabeza su propia suerte de residencia, mezclándose con la poca metafísica de la que uno dispone. Porque True detective es un thriller teológico. Esta noche, en un gimnasio, le decía a un amigo que es el único thriller teológico que conozco. Podrá ser muchas cosas, y de hecho hay material para construir un puzzle de géneros, pero el que se impone, el válido después de que se aposente la serie dentro de uno, es el de la teología. Una cosa muy extraña eso de que se persigue a un asesino en serie, uno absolutamente retorcido, y se introduzca a Dios y se componga un libro de salmos alrededor de esa investigación. La filosofía es una investigación, bien mirado. Los pretorianos de las series solemos mirarlas con la perspectiva de que se asienten en la memoria: las vemos en la creencia de que es un acto relevante su visionado al modo en que lo es leer un libro o una película. El cine de ahora es la televisión. No es nada nuevo esto que digo. La edad de oro de la televisión permite que unos showrunners privilegien la hondura moral al actioner puro, premien el discurrir antes que la mera presentación de una trama clásica, aunque la borden. True detective es de una consistencia narrativa absoluta. Lo que los agentes Cohle y Hart buscan durante 17 años no es al asesino sino al mal puro, que batalla contra la belleza. Siempre existió esa batalla. Quizá es la única que existe. La del mal contra la belleza. La de lo hermoso contra lo malsano. Luego está McConaughey. No hay cómo dejar constancia del hecho de que el actor se involucra en el personaje. No hay forma de entender la serie sin la presencia de McConaughey. Tenía que dejar yo también registro de True detective. Se lo debía a mi hermano norteño Alex, me lo debo yo mismo, que quise escribir nada más acabar de ver los antológicos ocho episodios y no supe o no quise, no sé. Tampoco ahora, merced a la petición de otro amigo al que se la referí en el inexpresivo contexto de un gimnasio, sé cómo contar lo que vi. Uno nunca sabe contar lo que vio cuando le importa mucho. Espero que la disfrutes, Manolo, aunque no hay forma de que no conmocione, guste más o menos, se adentre con más o con menos hondura en el alma. Porque el cine o la literatura - la belleza convulsa de Breton - se alojan en el interior, viven en el interior, perduran como si fuesen algo impregnado a uno de forma indeleble. Eso es.
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5 comentarios:
Breaking bad, Juego de tronos, The shield. The wire, Los Soprano,. La edad de oro. True detective es una joya como esas que nombro, Emocionado tu escrito.
Breaking bad, Juego de tronos, The shield. The wire, Los Soprano,. La edad de oro. True detective es una joya como esas que nombro, Emocionado tu escrito.
El alma es la enferma, Emilio. Somos crueles y retorcidos.
El alma es la enferma, Emilio. Somos crueles y retorcidos.
Todas las que dices son estupendas. Me quedo con Breaking y True. Emocionado tu comentario, querido Antonio.
Lo somos sin discusión, Manolo.
Y seguimos mejorando.
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