A veces, cuando uno se siente muy solo, repara en los demás, escudriña lo que ofrecen, especula con todo cuanto recoge, monta entonces una historia, la va haciendo propia, poniéndole palabras, extendiendo la trama, cercenando las prolongaciones irrelevantes, haciendo que pujen las más extrañas. Curiosamente son esas, las extrañas, las cosas que vamos incorporando, las que decididamente consideramos las buenas. Hay una voluntad de pervertir lo evidente, de no aceptar lo que está a la vista y ahondar allá donde es posible, sin miramiento, convirtiendo a la persona observada en un personaje, consintiendo que la fábula lo impregne todo y que sea la realidad la perjudicada. Va uno por la calle y cree que la mujer a la que ve está a punto de sufrir una tragedia, cree en verdad que algo terrible le va a suceder, pero no podemos precipitarnos a su encuentro, despertarla de su ignorancia, contarle que estamos bien seguros de que algo va a pasar, pero tampoco aceptamos la posibilidad de la advertencia, esa injerencia improcedente. No podemos - pensamos - incluirnos en la vida de los otros, declararnos no solo integrantes de su existencia sino parte relevante de ella. Queremos saber qué hicieron por la mañana, dónde desayunaron y qué, cómo organizaron el día, en base a qué criterio censuraron unas actividades y primaron otras, y sin embargo, no sentimos pudor por adentrarnos en la intimidad, erguirnos para ver lo que la vista normal no alcanza, penetrar de cualquier manera en los secretos. La novela restituye enteramente esta voluntad de conocimiento. El que lee adquiere la propiedad de una trama, pero es el escritor el que la adquiere antes, quien sale a la calle y se aprehende de lo que observa, mutándolo luego, incansablemente imaginando lo que no se ve, indagando en lo que en apariencia no exhibe ninguna traza de hondura. Al modo en que se leen los cuentos cortos, esas breverías fascinantes, vistiendo las partes desnudas, armando lo que no está completado, el lector de la novela también precisa inmiscuirse, rellenar lo que no está. Lo visto es ínfimo, lo que hay no es ni un aviso de lo que aguarda detrás. Hemos sido educados para ser respetuosos y no involucrarnos en lo ajeno, pero caemos continuamente en la desobediencia y queremos saber, construimos la literatura, fabulamos, forjamos la épica, vestimos los cuerpos, los desnudamos, damos refugio al desvalido, abrimos la carne del desgraciado, vemos cómo la sangre bulle, sale, se derrama y lo mancha todo. En la mancha está el mundo, recogida en su grumo bastardo o puro, está la naturaleza misma, todo lo bueno y todo lo malo, la verdad anhelada y la mentira victoriosa.
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4 comentarios:
Asiento mientras te leo. Lo diría de otra forma, con otras palabras, en otro acento, pero la música sería la misma.
La novela como género quizá esté en horas bajas, pero no el ethos que la alienta. Decía no sé quién que lo natural es leer y que escribir es un accidente. Y no le falta razón. Leer es fácil, cuando te dejas llevar. Escribir siempre, incluso cuando uno no se esfuerza por decir lo que quiere, cuesta. Uno se sangra en lo que escribe, pela el material de la vida a trasmano, contracorriente. Porque la vida se resiste a ser escrita. De ahí que no exista ni existirá nunca la llamada 'novela total'. A lo sumo hacemos de nuestras contingencias un frágil universal que perdura y se multiplica a través de la lectura de otros.
No sabría decir por qué escribo, pero sí por qué no. Porque no lo necesito. Y quizá no sea tan malo enmudecer y sentir que uno respira sin dejar constancia de que lo hace. Quizá así la vida se manifieste mejor en lo que es: un fugaz placer, un soplo que apenas sentimos, se evapora.
Wow !! Tres veces Genial!! Muy buena esta entrada y el sentido de lo que has escrito. Un cálido saludo desde la distancia.
Siempre se habla de la muerte del cine o de la muerte de la novela (de la literatura en general) pero yo no lo veo así. Pienso, no obstante, que no es posible ya escribir obras tan densas y profundas como la de otras épocas. Falta un escritor que pueda describir, recrear, el tiempo en que estamos, un tiempo convulso, escéptico, extraño, sin utopías, en que el ser humano terminará hibridándose con las máquinas, en que la literatura parece haber agotado cualquier visión renovadora salvo en algunos ajustes formales... Y a la vez seguimos siendo adictos a los libros, algunos nuevos y otros de hace unas décadas. La capacidad fabuladora del ser humano se transforma, se adapta, y la novela es el campo de experimentación todavía vigente aunque cuestionado por la complejidad de la realidad. Sin duda, Kafka es el escritor con más larga sombra en el siglo XX... ¿Pero cómo vemos al ser humano en pleno siglo XXI? ¿Qué somos?
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