A mi amigo K. le fascina el coleccionismo. En esa conquista pausada y casi piadosa de objetos, el tiempo transcurre de otra manera, suele decir. Hay quien no percibe que al final el vicio acaba por devorar al enviciado o, dicho de otra manera, que no hay colección que termine por satisfacer enteramente y que siempre se desea un añadido más, como si fuesen días a la cuenta y se anhelase uno más hoy y otro, entregado en las mismas condiciones, mañana. Hace poco me deshice de una colección de revistas de cine que fui comprando mensualmente desde 1991. Llegué a la conclusión de que le dedicaba más tiempo a ordenarlas y a quitarles el polvo que a husmear en ellas, perdiéndome (como solía) en sus crónicas, en sus críticas, en sus reportajes. A mi pereza doméstica se añadía el hecho de que no cabían en casa. No había sitio físico en donde seguir alojándolas. Pensé en un escritor de éxito, creo que Javier Marías. Una vez dijo que tenía un piso en Madrid consagrado al almacenaje de baldas y baldas reventonas de libros. Libros en el suelo, compilados en montones, decía. Libros en maletas, sin abrir todavía. Entiendo esa voracidad, ese placer elemental consistente en sentirse dios caprichoso y rudimentario de un cosmos creado a imagen de los vicios que nos ocupan. A K. le dije que la colección de discos de jazz no la voy a separar nunca de mí. Ni las películas. Ni los libros. Me miró como si acabase de sentir un alivio enorme. Un disco mío de Stephane Grappelli con Joe Venuti (Venupelli blues) me sobrevivirá. Pienso en todas los objetos que durarán más que yo, que otros tendrán que limpiar o realojar en baldas nuevas o en las mismas, huérfanas de dueño. No sabe uno si tiene derecho a dejar esa herencia infame, todos esos miles de libros, de discos, de películas. ¿Habrá quien los lea, quien los escuche, quien las vea? No es cosa nuestra, no debe serlo, no lo es en absoluto y, sin embargo...
16.4.14
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5 comentarios:
No he sido coleccionista en general, salvo en mi biblioteca formada a través de varias décadas. No sé si en mi casa alguien se hará cargo de ella. No sé si reconocerán la pasión que ha habido en ella. Es posible que no, es muy probable que esos libros pasen a algún trapero porque no son fáciles de almacenar (dentro de equis tiempo). No me duele. Yo no me separaré de ellos pero he empezado a hacerlo espiritualmente. De hecho la enseñanza fundamental de la vida es que nada es imprescindible, que no tenemos nada, que todo lo habremos de dejar, incluso nuestras más amadas colecciones que tiempo después cuando se muestran han perdido la fuerza y el fuego original.
Por eso tiré más de veinte años de revistas amasadas golosamente... por eso vendí vinilos cuando compré cds... por eso.... nos entendemos muy bien, Joselu, mucho...
Dejar, qué dejaremos?
Parezco un personaje de Shakespeare en mitad de una tormenta en un risco al borde del mar.
Un objeto es el potencial sueño de un sujeto. Nada es sin el arbitrio de alguien que recale en su superficie y lo dote de una utilidad, una misión profana o redentora. Nuestros abuelos de la protohistoria sí que sabían apreciar la naturaleza metafísica del objeto. No vale cualquiera, solo aquel que es discriminado no por criterios racionales o utilitaristas, sino por una numinosa potencia que lo hace especial. Hoy, el objeto, reproducible y pueril, deviene para el homo sapiens del siglo XXI en cosa, materia a nuestro servicio, futurible basura, adorno estético, expresión de estatus.
La modernidad, emancipatoria, liberadora, desmitologizante, perdió en su intento de desligarse de las tiranías del mundo antiguo y medieval la posibilidad de experimentar un encuentro limpio y desprejuiciado con lo otro, sin la necesidad de ser dominado, controlado o utilizado, entendido como oportunidad de acceder a nosotros mismos, de entendernos, y no como mera materia maleable a nuestros deseos.
Yo me entiendo con mis cosas. En resumen, es eso, verdad, mi buen amigo Ramón?
Es curioso, yo tengo muchos libros pero no los colecciono, aunque si conservarlos es coleccionarlos, entonces sí, pero no los tengo por tales. También los discos y CD de música los guardo sin considerarlos colección. Lo que yo colecciono son mariposas: de papel, de tela, de cerámica, de metal, de plástico, de plumas... Las busco, las deseo, las sueño, las contemplo, las limpio con amor, las guardo como un tesoro. Algún día saldrán volando, cuando yo dimita de este mundo, como las hojas de mis libros o los discos, que seguro serán tomados por ovnis. Como debe ser.
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