La realidad confirma a veces a la ficción, la dota de la veracidad sobre la que manejarnos en ella, la confirma como un instrumento fiable. Sostiene K. que no hay realidad sino trazos de ficción, madejas consistentes de acontecimientos que creemos reales, pero que solo son fabulaciones, historias que operan al modo en que lo hace la literatura. La vida es una novela, una que excede toda posibilidad de ser acotada, que pugna por zafarse de lo previsible, aliándose con el azar, fluyendo con él, consintiendo que sea el azar el que la escriba. K. se fuma un cigarrillo, prepara un café de jueves santo, recuerda el maravilloso gol de Bale anoche y me confiesa que ha renunciado a entender nada, que solo le vale Bale, la epifanía de ese festejo frívolo cuando barre el costado izquierdo del campo, deja atrás a Bartra y mete el balón entre los tres palos. Todo lo que hoy cuenta es ese prodigio atlético. La novela ha sufrido una interpolación lúdica, irrelevante, pero la trama de fondo se ha limpiado de pronto, el dolor de la existencia ha rebajado su metafísica gris a niveles ínfimos. Sin metafísica se vive mejor. Bale la retiró anoche, la condujo a un aparte sin trascendencia. K. se prepara otro café. Cápsulas expreso. Sin mucha artesanía, sin rito. Hemos perdido hasta el arte de preparar una cafetera y esperar que el líquido se decante. En cierto modo, creo en lo banal, en la idea de que uno formule su lugar en el mundo según criterios estrictamente íntimos, poco o nada argumentables. Uno sigue escribiendo, creyendo en la obligación de escribir, cobijado en la escritura, como si la novela de lo real precisase de mis interpolaciones, sin caer en la cuenta de que todo este trabajo de amor invisible al mundo tenga un fruto.
2 comentarios:
No he visto todavía el gol de Bale, pero por lo que se cuenta debió ser muy bueno. Ayer sonaron cohetes por el área de Barcelona. Pensé que había ganado el Barça pero luego supe que no. Mi hija mayor, que solo había conocido al Barça avasallador de Guardiola y que siempre ganaba, ha comenzado su travesía en el desierto. No se gana por sistema. Y la escritura no sé si tiene que ver con el fútbol, pero sí, el ejercicio de la pluma tiene algo de invisible, algo de heroico y transgresor. En eso se está.
Yo del acontecimiento, me quedo con las banderas nazis y con los hooligans a los que vi maltratar mi ciudad a conciencia, que se me subieron, (literalmente) al capó del coche en un semáforo, que se vistieron de tribu bárbara. La cosa estética, ya ni deportiva, la dí por perdida.
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