El otro día me paró un voluntario de la congregación evangelista. Me invitaba a una celebración de la fe. Con los años, gana uno en prudencia, aunque bien estaría perder de vez en cuando. No era éste el caso en el que debiera yo explayarme, prestarle atención a lo que, en principio, no me merece ninguna. Acepté con una sonrisa muy falsa el papel en el que se indicaban lugar, día y hora y, no viendo papeleras, lo eché en el bolsillo. Al sacarlo en casa, lo dejé en una repisa, en la que dejo a diario la cartera, las llaves y todo eso. Al verlo hoy, he visto claro lo que antes, en bruma, veía a trozos, sin la nitidez que requiere un asunto importante, sin la nitidez con la que lo veré más adelante, cuando alcance alguna certidumbre de la que ahora carezco. Joven, cuando la cabeza bullía en esas amables metafísicas de taberna, solía caer en el error de dar cuartelillo a los voluntarios. Les pedía que me explicaran los dogmas, les confiaba mi incredulidad en materia de espíritus, milagros y parábolas. Todo tiene su época, imagino. Lo del otro día, la invitación que recibí, mi reticencia a entablar un diálogo que no consideré necesario, me hace pensar en la necesidad de dejar correr el río, de no entrar en la conversación sobre si lleva peces o no lleva, si uno no es pescador. Y no siéndolo, que otros manejen su curso y se enternezcan o se emocionen, a capricho de la fe que les hace mirar de otro modo. Se trata, al cabo, de la forma en que se miran las cosas. Se trata, creo, de haber sido educado a buscar cierta mirada o a no haber sido educado en absoluto. Incluso está la mirada buscada, pero vacía. No hay manera de que uno se enamore a posta, digamos. No existe en el deslumbramiento del amor o de la fe, empresas que funcionan de parecida manera, el concurso de la voluntad, la injerencia de la razón. En lo demás, amo las metáforas, amo los milagros, amo inagotablemente todo ese caudal de palabras en el que alguien busca a Dios, lo encuentre o no. Yo soy de la ficción pura, de los que viven para que contar historias o para que se las cuenten, pero no he suspendido del todo la incredulidad. Hay facetas de las que huyo, partes de la trama celeste en la que advierto demasiada literatura, y no precisamente de la que me produce placer y me induce a navegar por ella. A los que navegan por los procelosos mares de la fe les tengo una cierta envidia, que no me corroe ni me quita el sueño. Admiro esa suspensión, ese mirar, esa porción de amor hacia lo invisible, esa sensación de pertenecer a una comunidad cómplice, cómplice y perdurable. Yo tengo mis comunidades, por supuesto. Me vale a veces la mía conmigo mismo, mi batallar diario, la sensación (también) de que los días están a mi lado o que no habrá un cielo que me cobije o que si lo hay, quién sabe, quién soy yo, qué coño sé yo, tan poca cosa, tan mediocre en tanto, habrá quien me excuse, lea estos escritillos de martes santo y convenga de que, en el fondo, me movían buenos propósitos. Si se trata de ser buena persona, aquí me tienen, abran, miren, no creo que me falte nada de lo que tienen los adoradores de las imágenes, pero no asisto al culto y no gasto mi tiempo, ay tan corto, leyendo sus páginas. Tengo gente a la que aprecio y amigos del alma que creen sin fractura. Ellos saben que todo lo que digo es cierto. Ellos me escuchan, me sostienen, me conducen cómo pueden y me cuidan cuando flaqueo. Para eso están los amigos.
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6 comentarios:
Doy fe.
Doy fe también, la fe que no tengo, la doy, pero se te entiende muy bien, se te comparte muy bien, se te lee muy bien, y lo bueno es que expresas tu opinión, respetable, sin ofender a nadie en cosas que normalmente caen en eso, en la ofensa, en poner lo mío delante lo del otro, sin pararse a pensar en si se hace daño o no se hace daño. Lo paso.
Entre la grey católica, solo acepto a los que no se ponen del lado de sus jefes, que son unos retrógados, unos piensa-mal-y-acertarás. Me gusta la diversidad, y yo también tengo amigos católicos, apostólicos y romanos, aunque sean de Burgos y de Córdoba, pero cada vez siento que tenemos que decir algo cuando comparan al descreído, al que no tiene fe, con una criatura "incompleta"....
Los incompletos son ellos.
En cualquier forma, buen escrito, mesurado, que y no sé mesurarme, pero ahí está mi escribidor de guardia.
Uns aludo, nos vemos, nos conocemos.
L.
Crédulo se vive mejor, hazme caso.
Un abrazo, amigo.
Muy inteligentes palabras, muy atinadas, muy en consonancia con los que creen, me cuento, y en los que no, te cuentas tú.
Agradecido por la mesura, como dice alguien, que falta hace en estos tiempos de cachiporras verbales. Esperemos que solo esas!
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