A veces cerrar un libro es un acto doloroso, aunque abras otro o tengas una vida entera (qué es una vida entera) para abrir mil más. Hay libros que no deberían cerrarse nunca, hay libros que no se cierran nunca. La fotografía no puede ilustrar mejor lo que digo. Quizá lo que digo provenga de haber entrado a fondo en ella: hay fotos en las que uno entra como si fuesen libros. Tienen una historia dentro o hay una historia que está pidiendo fieramente que alguien la cuente. Los libros son cosas entre las cosas (como imaginaba mi buen Borges) hasta que se produce ese acto asombroso, sí, y doloroso también, que es leer. No hay placer sin que el dolor lo acompañe. Es un dolor soportable, incluso un dolor recomendable. Son los mil dolores pequeños (me encanta esa expresión) que te tutelan a diario, conduciéndote a conciencia por los placeres, invitándote en ocasiones a la fatalidad, que es un territorio inevitable. Creo que aprendí un poco de todo esto leyendo a Kafka o a Pessoa. Vuelvo a ellos siempre que puedo: se esmeran en enseñarme cosas que todavía no he comprendido bien todavía. Que vivir siempre va en serio, aunque eso pueda ponerse enteramente en duda.
11.3.14
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1 comentario:
Sabiduría.
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