Polvo
Acabo de armarme de valor y he abierto la caja de la CPU. Siempre me abrumó esa incontinencia de cables y de ranuras, pero dije basta (bien harto de que el cacharro sonara como un ejército de vietcongs) y destripé a la bestia con la higiénica misión de aspirarle el polvo. Me tengo por un torpe corregible y aprendo con lentitud. Me fascinan los retos, pero hay un límite razonable a partir del cual los retos son amenazas. El panorama forense ha sido desolador. Es imposible que los vietcongs no campasen a sus anchas y recorrieran el Mekong como alucinados de un sueño de mi amigo K. El idilio que tiene uno con los cachivaches es siempre azaroso. Somos los amantes ocasionales. Damos la certera impresión de que no damos la talla. Siempre hay un cable cabrón. Siempre hay una línea de texto que acaba por gangrenarnos la hombría.
Un sueño de K.
Un sueño de K.
K. sueña lo que lee y lee siempre cosas que le recuerdan a sus sueños. En ese limbo libresco anda el hombre. Anoche me confesó que Galdós se reencarnaba en César Vidal y vendían libros como churros. A ninguno de los dos les he dedicado mucho tiempo. A Don Benito le recuerdo como la lectura obligada de los tiempos mozos de estudios de bachillerato. Uno sabe a veces lo inapropiado de que ciertas lecturas sean ofrecidas en las edades equivocadas. Habrá por hay un responsable de que yo no sea capaz ahora de intimar con Galdós. Lo de Coelho o Bucay me lo he fabricado yo. No he precisado la injerencia de nadie.
El gris
Igual que las malas noticias tienen la fea costumbre de llegar antes que las buenas, la tristeza tiene la de apoderarse del ánimo con más ahínco que la alegría. Es como la teoría de Murphy contada por un físico cuántico: se mide la velocidad de las palabras y la distancia que separa el emisor y el receptor. Abre el día arropado de gris y no hay nada en la calle cuando voy a tirar la basura. Los días grises exigen peajes muy altos. Se te enturbia el ánimo, se empobrece el gesto. No hay forma de que esa turbiedad recién adquirida prospere, de que el gesto no traicione esa condición eventual que ha formulado: lo que espera afuera no puede tener un actor triste. Este oficio de enseñar conlleva otros aparejados: el de fingir o, mejor dicho, el de trasegar con el estado de ánimo o con el gesto y mudarlo. Una sensación de plenitud se apodera entonces del espíritu. La calle, a pesar del frío y de todo el gris poderoso que derrama, invita a que la observes. El mundo está ahí para que uno lo conquiste.
El blog
Este blog está siendo otra cosa, pero no la que lo fundó. Ya no hay cine, apenas hay jazz y la poesía, cuando acude, tampoco lo impregna todo. No sé qué función tiene ahora. Supongo que es un diario. Posee del diario su cometido primordial: el de acoger las ideas que va uno teniendo; quizá esté bien dejarlas aquí, no permitir que el olvido las sacrifique. Lo otro, el hecho de que lo que yo escriba pueda ser leído me parece una cosa irrelevante, aunque me sigue fascinando esa voluntad de los demás y observe que las visitas continúan y que los fijos, los que siempre andan ahí detrás, me dan charla y no me dejan solo del todo. Las ganas de dejar de escribir siguen ahí. No es lo de siempre, ese aviso que solo busca un reflejo: creo que no se hace nada de forma absoluta. Que incluso este prodigioso oficio (escribir, escribir, escribir) da a veces señales de agotamiento. No saber qué decir. Tener la forma tal vez, pero no encontrar el argumento. Un traje sin cuerpo con el que ocuparlo.
El blog
Este blog está siendo otra cosa, pero no la que lo fundó. Ya no hay cine, apenas hay jazz y la poesía, cuando acude, tampoco lo impregna todo. No sé qué función tiene ahora. Supongo que es un diario. Posee del diario su cometido primordial: el de acoger las ideas que va uno teniendo; quizá esté bien dejarlas aquí, no permitir que el olvido las sacrifique. Lo otro, el hecho de que lo que yo escriba pueda ser leído me parece una cosa irrelevante, aunque me sigue fascinando esa voluntad de los demás y observe que las visitas continúan y que los fijos, los que siempre andan ahí detrás, me dan charla y no me dejan solo del todo. Las ganas de dejar de escribir siguen ahí. No es lo de siempre, ese aviso que solo busca un reflejo: creo que no se hace nada de forma absoluta. Que incluso este prodigioso oficio (escribir, escribir, escribir) da a veces señales de agotamiento. No saber qué decir. Tener la forma tal vez, pero no encontrar el argumento. Un traje sin cuerpo con el que ocuparlo.
2 comentarios:
Muy interesante lo que escribes.Tiene fuerza y eso me encanta.Saludos.
Creo, Emilio, que si dejaras de escribir te mustiarías como una flor sin agua dentro un jarrón chino. O algo parecido... :)
Publicar un comentario