Quien lo tiene francamente difícil no es el invitado sino el que hace de anfitrión. A Obama le incumbe agasajar a su hospedado, hacerle sentir cómodo o, en todo caso, no incomodarle en demasía. Por eso Obama solo ha dejado caer la cantinela del paro y no ha entrado, bien por recomendación ajena o por prudencia propia, en la retahíla previsible, la que Rajoy tiene en su hoja de ruta nacional, que no es ni más extensa ni más terrible que la de otros mandatarios de otros países que también pasan por la Casa Blanca y saludan ceremoniosamente al Comandante de la plaza, al encumbrado, al Obama de los raps y de los premios, del Guantánamo y de las escuchas ilegales. No se echaron a la cara la parte desagradable de su trabajo. No se dijeron nada sobre lo que no controlan, todo lo que excede la capacidad de sus administraciones, todo lo que les desborda y nos atenaza. No hubo (imagino que no hubo) ninguna referencia a los micrófonos. Ninguna a la cuerda de indignados, desahuciados, masacrados por las restricciones sanitarias o educativas. No habrán tenido problema en esquivar esas conversaciones poco gratas. Se habrán enredado en otras. En fútbol, parece. A los grandes estadistas les encanta salirse del guión y explayarse sobre los vicios a los que encomiendan el sostenimiento del ocio y así recogen pareceres sobre balones de oro o sobre el próximo Open USA de tenis. Como este escrito mío no posee la hondura crítica que el asunto merece (no soy un analista, no soy un tertuliano al tanto de todos los recados del poder, no soy un simpatizante de ningún partido) me quedo en lo que no se dijeron más que en lo que hablaron, aunque a veces lo que no se dice cuenta infinitamente más que lo pronunciado o que lo escrito. Hacer las américas, como está haciendo nuestro presidente, exige unos peajes y uno será el no poder interpretar todos los temas del repertorio sino únicamente aquéllos que la audiencia sabe tararear, solo los que han aparecido en letras grandes en los rotativos o los que han ocupado los minutos centrales de los informativos nocturnos. Ninguna de todas las hermosas canciones que le ha susurrado contiene referencias al wikileaks o la incontinencia imperialista de su mercado cultural, que succiona y parasita hasta que el objeto colonizado deja de respirar por sí mismo y precisa de respiración asistida yanki. Y eso lo dice un consumidor de souvenirs norteamericanos. Lo dice o lo escribe uno que ama el western, las screwball comedies, la etapa americana de Hitchcock, el jazz, el blues, el bourbon, las jam sessions en el Cotton Club, el cine negro de la RKO, los relatos de Carver, las novelas de Scott Fitzgerald, el rock de Springsteen, el cuervo de Poe, los dioses primigenios de Lovecraft o los superhéroes de la factoría Marvel. Pero hay cosas que claman al cielo. No sé a qué cielo, yo que no creo en ninguno. Rajoy sí cree en uno, en el de su cruzada para que España salga del bache y levante vuelo internacional para que la confianza del inversor extranjero (da igual que sean americanos, japoneses o de Ucrania) dé réditos. Quizá esté el hombre haciendo bien y los que nos quedamos aquí le estamos afeando el esfuerzo, ninguneando todo ese esfuerzo por hacer de este país uno más grande, de finanzas más sólidas y al que, en las conferencias del ramo, en los mítines de alta política, se le respete y se le considere. Adentro, a ras de barro, muchos no sabemos qué historia creernos. Porque alguna habrá que creerse, de alguna habrá que extraer un mensaje conciliador, noble, uno de esos mensajes que alientan la esperanza. En fin, ya digo que no está aquí mi territorio de pensamiento, si es que de verdad poseo uno.
14.1.14
En casa del espía
Quien lo tiene francamente difícil no es el invitado sino el que hace de anfitrión. A Obama le incumbe agasajar a su hospedado, hacerle sentir cómodo o, en todo caso, no incomodarle en demasía. Por eso Obama solo ha dejado caer la cantinela del paro y no ha entrado, bien por recomendación ajena o por prudencia propia, en la retahíla previsible, la que Rajoy tiene en su hoja de ruta nacional, que no es ni más extensa ni más terrible que la de otros mandatarios de otros países que también pasan por la Casa Blanca y saludan ceremoniosamente al Comandante de la plaza, al encumbrado, al Obama de los raps y de los premios, del Guantánamo y de las escuchas ilegales. No se echaron a la cara la parte desagradable de su trabajo. No se dijeron nada sobre lo que no controlan, todo lo que excede la capacidad de sus administraciones, todo lo que les desborda y nos atenaza. No hubo (imagino que no hubo) ninguna referencia a los micrófonos. Ninguna a la cuerda de indignados, desahuciados, masacrados por las restricciones sanitarias o educativas. No habrán tenido problema en esquivar esas conversaciones poco gratas. Se habrán enredado en otras. En fútbol, parece. A los grandes estadistas les encanta salirse del guión y explayarse sobre los vicios a los que encomiendan el sostenimiento del ocio y así recogen pareceres sobre balones de oro o sobre el próximo Open USA de tenis. Como este escrito mío no posee la hondura crítica que el asunto merece (no soy un analista, no soy un tertuliano al tanto de todos los recados del poder, no soy un simpatizante de ningún partido) me quedo en lo que no se dijeron más que en lo que hablaron, aunque a veces lo que no se dice cuenta infinitamente más que lo pronunciado o que lo escrito. Hacer las américas, como está haciendo nuestro presidente, exige unos peajes y uno será el no poder interpretar todos los temas del repertorio sino únicamente aquéllos que la audiencia sabe tararear, solo los que han aparecido en letras grandes en los rotativos o los que han ocupado los minutos centrales de los informativos nocturnos. Ninguna de todas las hermosas canciones que le ha susurrado contiene referencias al wikileaks o la incontinencia imperialista de su mercado cultural, que succiona y parasita hasta que el objeto colonizado deja de respirar por sí mismo y precisa de respiración asistida yanki. Y eso lo dice un consumidor de souvenirs norteamericanos. Lo dice o lo escribe uno que ama el western, las screwball comedies, la etapa americana de Hitchcock, el jazz, el blues, el bourbon, las jam sessions en el Cotton Club, el cine negro de la RKO, los relatos de Carver, las novelas de Scott Fitzgerald, el rock de Springsteen, el cuervo de Poe, los dioses primigenios de Lovecraft o los superhéroes de la factoría Marvel. Pero hay cosas que claman al cielo. No sé a qué cielo, yo que no creo en ninguno. Rajoy sí cree en uno, en el de su cruzada para que España salga del bache y levante vuelo internacional para que la confianza del inversor extranjero (da igual que sean americanos, japoneses o de Ucrania) dé réditos. Quizá esté el hombre haciendo bien y los que nos quedamos aquí le estamos afeando el esfuerzo, ninguneando todo ese esfuerzo por hacer de este país uno más grande, de finanzas más sólidas y al que, en las conferencias del ramo, en los mítines de alta política, se le respete y se le considere. Adentro, a ras de barro, muchos no sabemos qué historia creernos. Porque alguna habrá que creerse, de alguna habrá que extraer un mensaje conciliador, noble, uno de esos mensajes que alientan la esperanza. En fin, ya digo que no está aquí mi territorio de pensamiento, si es que de verdad poseo uno.
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Amy
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1 comentario:
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