Uno. Al alma la emborrona la ficción de que verdaderamente existe. El alma es
un paraíso alquilado. Cuando el cuerpo desciende al desorden absoluto y
decide morir, el alma no gime ni se expresa en altos sonetos
petrarquianos. No hay constancia de nada que suceda después de que todo
haya dejado de suceder, expresado machacona y despreocupadamente. El
alma no es otra cosa que un tumor benigno. El alma se descarga en su
versión laica y entonces el poeta, manumitido del corsé de los clásicos
que la sublimaron, estrangula el verso y forja la épica, el lugar exacto
en donde las palabras manifiestan su distorsión metafísica. Todo lo
demás es interfaz, escaparate, voluta que excita la neblina del ojo.
Cuando el cuerpo se declara insolvente, el alma se convierte en un
hipervínculo. El alma es un objeto de consumo al modo en que lo son las
zapatillas Nike de cien euros o el último libro de Paulo Coelho.
El alma es uno de los mejores negocios que existen. Se han edificado
catedrales en su nombre. Se han levantado imperios y se han inventado
mapas. Por el alma, por ese asunto fragilísimo, la población ha sido
humillada, violentada y en muchos casos incluso diezmada. Este acto de
humillación, violencia y aniquilación continúa a día de hoy, mientras
escribo esto. El alma es un acontecimiento enteramente poético. Uno de
esos lugares a los que se acude para contar la desgracia o la fortuna de
ir viviendo. Metafísica en tarros vendibles. El alma, ah el alma, toda
esa conferencia de pájaros buscando nubes en una habitación oscura.
Dos. Me parece que este tiempo no es el mío, pero no creo pertenecer a ningún otro en el que me sienta más a gusto que en éste.
1 comentario:
Desde siempre a los genios los han quemado en la hoguera ¿por desalmados? o...¿quizás porque pensaron demasiado en el alma...?
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