12.12.12

Los Prescotts de antes y los de ahora



En 1929, en la Gran Depresión, hubo muchos Prescotts, banqueros arruinados a los que no les agradó ninguna opción diferente a la de estamparse en la acera. Que no los haya hoy informa del descrédito de la tragedia como género literario. Uno se alegra de que el suicidio no sea un recurso, pero lo que le entristece es que los que así lo consideran sean los afectados por las fechorías de los banqueros en lugar de los malhechores mismos. No queremos Prescotts en el aire, pero tampoco se advierte que haya muchos en fila, conjurados a zanjar su deuda con la sociedad por el expeditivo método de arrojarse desde la cornisa de un edificio. Hay, sin embargo, desahuciados que hacen de banqueros, criaturas a las que la pobreza aboca al suicidio. No hay chistes que podamos adjuntar para esa circunstancia terrible. No hay Prescotts en la gruesa caterva de pobres del mundo. Hay gente que lo perdió todo. Una vez que todo se ha perdido caben dos posibilidades. O empezar de cero o mandarlo todo a la mierda. Duele que haya soluciones intermedias, de inspiración recreativa. Que el malo de esta película, el que salió del banco con la cuenta reventona a costa de los pequeños inversores y de los clientes de cartillas enclenques, sepa que después de la vergüenza pública (en el caso de que la haya) y del ajuste penitenciario (en la hipótesis de que se le aplique) saldrá con la cabeza alta y la seguridad financiera de la que sus damnificados carecen. El lector amable puede intercalar en la lectura los nombres de los personajes conocidos. Los Prescotts sin cornisa. Los que han provocado que andemos como andamos. Algunos, a este paso, dudo incluso que anden.

1 comentario:

Manuel Delgado Fernández dijo...

Quizá algún día decidamos instalar una guillotina en la Puerta del Sol y dejar de ser amables. En tono de humor, por supuesto.

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