23.12.12

La vida de Pi / El cine religioso del siglo XXI



El alma
He visto pocas pruebas de fe de más hermosa contundencia que la exhibida en la historia de Pi. De una naturalidad asombrosa, pudiendo ser un tostón afectado y propagandístico, la película de Ang Lee es un cántico místico, teológico, espiritual y religioso y uno saca la conclusión de que todas esas disciplinas del alma pueden ser maravillosas o pueden ser nefastas, de que encontrar nuestro sitio en el mundo es una tarea intransferible y que todos la ejecutamos con aperos distintos. Los míos no difieren en exceso de los de Pi. Uno busca a Dios y no lo encuentra y no sabe si marra en los procedimientos que pone al descubierto en esa búsqueda o es que en verdad no es Dios asunto que merezca honduras mayores. Tampoco sé si la religión es oscuridad, como proclama el muy científico padre de Pi, que sostiene que creer en tres religiones con idéntica firmeza es en el fondo no creer en ninguna. Por eso La vida de Pi es un película de una religiosidad ambigua, a pesar de que Martel, el autor de la novela que la fundamenta, sea un cristiano de convicciones profundas. Lo que busca la historia es involucrarnos en la necesidad absoluta de trascender. No se trata de que Pi cumpla unos preceptos religiosos de forma escrupulosa y dócil sino de que, en vida, mientras suceden sus días y suceden sus noches, Pi se comunica con su Dios y sepa que en Él tiene un respaldo y un vigía. Nada de eso, en términos estrictamente evangélicos, posee la religión cristiana, que pacta una serie de puntos a respetar sobre los que se edifica la salvación del alma y la entrada en un reino inaprehensible, confiable únicamente a la voluntad de quien lo acepta.

La materia

En alta mar, en la oscuridad y en el silencio, bajo un sol implacable o a merced del vértigo ancestral de las olas, Dios está más cerca. Debe estarlo. Si no está ahí, en la penuria, no alcanzo a entender cuándo debe hacer acto de presencia. Leí hace tiempo que uno cree en Dios porque hay que creer en algo que no haya sido manufacturado por el hombre. Hay quien deposita su cuota de espiritualidad en la literatura y se deja evangelizar por la ficción, por la cultura de los libros, por todo ese acervo de metáforas que intentan explicar el mundo. Pero es que el mundo no se explica jamás. Ni la ciencia lo aborda con absoluta eficiencia.


El cine

I
Apabulla la imaginería visual de Ang Lee. La vida de Pi es, por encima incluso de consideraciones anímicas, una evidencia de que el cine es un arte mayor a la hora de contar historias y de que la imagen, desbordante en ocasiones en el metraje, de una plasticidad única, es capaz de convertir una historia de supervivencia en una travesía genuina, la del descubrimiento de uno mismo, la de la afirmación del yo y la dura (lo es siempre) ubicación de ese yo en el mundo. La fábula construída para contar ea dificultad narrativa es portentosa. La historia exalta la magia y Lee saca de donde casi no hay: el partido visual de toda esa estrechez discursiva es magnífico. Pocas veces el paisaje (salvo el amor de John Ford por Monument Valley) ha cobrado un protagonismo de este calibre: el mar, o más precisamente el agua, adquiere rango textual. Pi (Piscine de pila) salva su alma (Save Our Souls reza el SOS clásico) sino su cuerpo. Encomienda su espíritu a la divinidad y salva su cuerpo por la fe en la ciencia, doctrina que le enseñó su muy materialista padre. El ir superando adversidades sin desfallecer y la fascinación por el peligro puro (la presencia del intimidante Robert Parker, el gran tigre de Bengala) hacen de Pi un naúfrago alerta, nunca ensimismado, conjurado a proyectarse por encima de las circunstancias (eso es trascender al fin y al cabo) y a mitigar el dolor a través del prodigio de la fuerza del espíritu. Luego descubrimos la verdad (aquí no va a haber spoilers) y sabemos que la verdad es a veces insoportable y necesita paliativos narrativos. Incluso la verdad incomoda a la razón. De ahí la supremacia mágica de las religiones, que hacen que el mar se abra en dos o que de la boca de un niño surja un dios. Por eso Pi, al ser preguntado por cómo sobrevivió y de las circunstancias que rodearon a ese heroico y admirable acto, nos obsequia con la verdad que cualquiera desearía escuchar y se guarda, en su adentro más íntimo, la tragedia que padeció. El terror, al fabularse, se convierte en leyenda. El hombre, al inventarse sus dioses, se hace trascendente. Pero una cosa queda clara: Pi sabe que la fe es necesaria. Sabe que sin el soporte del espíritu el cuerpo no vale nada. Sabe que Dios, cualquiera de los dioses que pueblan el ansia de eternidad del hombre, le alumbra, aunque no esté.

II
La vida de Pi reconcilia al cinéfilo con su objeto amado en estos tiempos de zozobra narrativa. Hace tiempo que una historia destinada a ser leída no está tan asombrosa volcada en imágenes. Hace mucho tiempo que este cronista de sus vicios no sale emocionado del cine con una historia que, a priori, no le llenaba lo suficiente. Imagino que no seré el único. Valoramos los prejuicios que tenemos. No bajamos la guardia y sentenciamos que determinado tipo de historias no caben en nuestra devoción por el cine. Ang Lee consigue que entremos en la vida de Pi con un respeto enorme. Lo consigue con los primeros treinta minutos de cinta. Ese acto primero, absolutamente modélico, nos mete a Pi en el corazón. Lo demás, los otros dos actos, suceden fluidamente. El más hermoso, en mi opinión, es el que se desarrollo en alta mar. Ese viaje por la inmensidad del océano es el logro más redondo de la película. Hace falta mucho talento para que un tigre de Bengala, un orangután, una hiena, una cebra, un mar de medusas, una ballena luminiscente, una coreografía de jubilosos delfínes y hasta una isla carnívora congenien, funcionen e incluso asombren. El cine asombra todavía. 

5 comentarios:

Fran Pulido dijo...

En 2 horas me instalo las gafas 3D y me meto en la piel de Pi, que ya conozco un poco. Espero mucho porque he leído críticas estupendas, incluyendo siempre tu sabía opiniôn. Feliz Navidad.

Ramón Besonías dijo...

Iré a verla. Me tiraba para atrás. Por eso del plano impostado y la narrativa new age redux. Pero... Me arrepentiré tanto de verla como de no hacerlo.

Anónimo dijo...

No coincidimos, Emilio. Me pasé media película bostezando...

alex dijo...

Algo me ocurre con esta película que no es bueno. Mi memoria la está corrompiendo día tras día haciendo que salten sus costuras, primorosamente encordadas pero tan frágiles como una balsa en el océano. Comencé a emponzoñarla tras un segundo visionado y hoy la considero una rareza digna de un único vistazo. Una muestra del alta esgrima de su director. Un catálogo frívolo de verdades a medias presentadas con una sonrisa.

Tal vez su recuerdo, hermoso e impecable, estuviese destinado a durar unos pocos días. Si es así, qué noches las de aquellos días...

Molina de Tirso dijo...

Visitando su blog, me he topado por casualidad con este enlace, que ya es antiguo, incluso más que el mío sobre película y novela. Vi la peli para contrastarla con el libro. Literalmente, cuentan lo mismo, pero en el cine pasa desapercibido algo que a mi me parece primordial. Por eso nuestras opiniones son tan divergentes.
Dejo aquí el enlace por si alguien quiere echarle un vistazo. Saludos

http://laazoteademolina.blogspot.com.es/2013/01/derribando-mitos-la-vida-de-pi-life-of.html

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