2.2.11

Días (II)

I
Queda a consideración del amable lector la posibilidad de creerse la realidad o cuestionarla. Caso de decantarse por la opción sencilla (creérsela) tendrá una vida plácida, escasamente hostil, aderezada de júbilos varios, si bien no es descartable el advenimiento de alguna inconveniencia de la que saldrá sin excesivas cavilaciones. Caso de agarrarse sin rubor a la opción de interrogarla, sepa que la vida le pondrá en más de un jaque, dormirá poco y mal y dedicará cada vez más tiempo a tratar de entenderse a sí mismo porque ya ha desistido en el noble empeño de entender a los demás. No sabrá a qué obedecen sus cambios de humor, sus subidas de ánimo y esa certeza de que cuando se muere uno no hay derecha del padre ni flautas en las nubes que amenizan la promesa de la vida eterna que nos vendieron en los catecismos de la infancia.

II
Los días sin sustancia, sin ocupación, a decir de Ramón, vean comentarios del post anterior, son (en el fondo) los días de más enjundia en el alma. Uno se siente cómplice de uno mismo. Y no hace nada, con la dificultad de salir airoso de esa empresa. Porque es una batalla terrible la desocupación, el vacío. Lo peor del mundo es no tener nada que hacer. Esa travesía sin producto, bien llevada, puede ser (no obstante) lírica, jubilosa, plena. He conocido gente fatalmente ociosa y, bien al contrario, quien en el ocio completo (despreocupado de oficio, alegremente despreocupado de la economía) ha vivido a tutiplén, dándose, haciendo de la vida social un festín compartido. No es mi caso. Me doy en lo que puedo, comparto el festín privado de mis vicios con quien los acepta, pero me cuesta desconectar, arrimar a mi beneficio toda esa psicología de librito de autoayuda del Carrefour (firme Coelho, firme Bucay, firmen todos los bestsellers de saldo, listos para que les copien en post-it sus barruntos y se fijen en las neveras) que triunfa y vende y eleva el vuelo y estalla a la vista en el cielo. Yo me quedo esta mañana de martes aquí, a punto de salir al trabajo, pensando en la alegría de ejercerlo. Baste eso para comenzar el día con una sonrisa. Tenga ustedes otra más grande que la mía, por favor. Ando, como dice Machuca, en una gracia mental. Distópica, inducida, ficticia a medida que la voy disfrutando. Corto. Cierro.

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

No hay ninguna receta, pienso yo, pero hay trucos, atajos, formas de evitar que los días nos quemen, y tú en esta páginas dices algunos de los que yo uso, menos de lo9 que quisiera, que son el cine, los libros, la música, losamigos. Quisiera saber escribir y poder expresarme, liberarme.
Escribir es una liberación, imagino. Pero soy una buena lectora, conste. El Espejo es página de cabecera.


Luisa

Miguel Cobo dijo...

También hay días laberínticos, borgianos, con varias encrucijadas.
Días reversibles, que cambian el signo de la ecuación que encierra su paréntesis.
Días kafkianos, imprevisibles, extraños.
Días atemporales, sin ayer y sin mañana, ajenos al calendario.
Días eternos, en los que es posible enamorarse.
Días premonitorios, en los que el jeroglífico de una ecografía, marcará con una cruz nuestro destino.
Días de vino y rosas, dulces y amargos a la vez.

Días que reflejarán nuestros sueños en un espejo virtual.

Y al fin, días para poder contarlos (si alguien como Emilio nos lo propone).

Emilio Calvo de Mora dijo...

No tengo duda de que sabes, Luisa, a lo leído en tus post, que no tengo otra cosa en la que fijarme. En lo demás, los libros, las películas, los discos, esas piezas del puzzle de la felicidad. Porque se trata de ser feliz. Para eso sirve la receta.

Uy, Miguel, qué ganitas de hacer un post por ese hilo me has metido en el cuerpo con tu clasificación de los días según autores. Te copiaré la idea. Un abrazo.

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