23.1.11

Vértigo, fiebre y olvido

Vértigo. Vértigo y fiebre. Vértigo, fiebre y olvido. La cultura moderna se deja envolver de vértigo, se enmaraña de fiebre y se acuna en olvido. Consumimos más que otra cosa. El consumo es una palabra a la que han malogrado su supervivencia en el apartado noble del diccionario. Vivimos en una espiral alucinante de ofertas y nos aturde la posibilidad de poder exprimirlas todas. Es el aleph borgiano a precio de saldo en el Carrefour. La sociedad construye ciudadanos de una cultura mórbida: los alimentos del espíritu no han cuajado en el espíritu y se han derramado sin orden. El cerebro está intoxicado. El disco duro está lleno y no sabemos qué material borrar para disponer de más capacidad y seguir atiborrándonos de archivos. Luego nunca miramos esos archivos. Vemos una película, pero no la pensamos. Leemos libros, pero no los interiorizamos. Leemos prensa para estar al día, pero sólo rozamos la superficie de las noticias. Nos valen los titulares.
El malestar de la cultura está en las redes sociales, en cómo han configurado una sociedad hueca, falsamente engarzada por una invisible trama de afectos. Pero debajo del estado del bienestar en el que dicen que estamos hay un runrún de zombis. Igual ésa es la razón por la que ahora los no-muertos triunfan en las carteleras, en las series, en las novelas. Si hasta han hecho una novela en la que atrofian la prosa de Jane Austen y la convierten en un rap gótico, en una mixtura infame de vísceras y modos victorianos. En el vértigo se vive mejor. En la velocidad, en la fiebre, en el olvido. En el facebook ebrio. En el twitter ebrio. En todas esas cuentas a las que confiamos nuestra intimidad o en donde vertemos un yo escindido, un yo que no es el nuestro y que izamos en público en la creencia de que somos parte de algo importante. Lo que buscamos es amor, en el fondo. Pero nos damos de bruces con el vértigo, con la fiebre, con el olvido. El mundo es una superficie comercial que abre incluso los domingos por la mañana. Entra, coge, paga, consume, desecha, regresa. En sus pasillos se construyen liturgias que antes eran patrimonio de los sacerdotes y se oficiaban en un templo. Creemos en el dios de los objetos, en una deidad rudimentaria y caprichosa que atiende nuestras súplicas y nos ciega a conciencia. Cegados, convertidos en zombis, recorremos las estanterías, llenamos el carro, vaciamos la cuenta, vamos al trabajo, ejecutamos la ceremonia gris de una rutina formidable. Más vértigo, más fiebre, más olvido. Y cuando el Estado desatiende las estanterías y no nos da plata que gastar pensamos en lo equivocado que está el mundo, en la falsedad de los ídolos que hemos construído. En tiempo de crisis surge el individuo ético. Lo decía ayer El Roto en su tira genial de El País: un tipo pedía una revolución é-ti-ca. Pedía una moral. Pero la moral va en contra del mercado. Y quien manda es el dinero. Nunca más que ahora. Y en ese hilo de las cosas, en esa intoxicación espiritual, pedimos que se nos restituya el confort perdido. Queremos que la superficie comercial no cierre locales. Pedimos vértigo. En ese territorio qué felices somos. Ya habrá tiempo de pensar. Yo ya estoy empezando a flaquear y cada día me cuesta más hilvanar estas palabras en este hueco del espectáculo.


3 comentarios:

Juan María Ordóñez dijo...

Yo flaqueo todos los días, Emilio. Me cansan los políticos y no les presto ya casi atención. Hoy estoy viendo a Rajoy cerrar su día de Gloria en el encuentro nacional del PP en Sevilla y me asquea la falsedad de todo el tinglado, pero también me repele el status de dios de ZP y sus adláteres. Todo es una pantomima, un juego de tontos que pretende hacer que los demás también seamos tontos. Ya lo dijo Alberti, que me encanta: Yo vi a un tonto y etcétera... No tenemos más que decir salvo esperar que llegue alguien con cabeza y no se deja manipular y no pretenda, sobre todo, sobre todo, manipular a los demás. Estos políticos de ahora maniopulan de lo lindo, no han nacido para otra cosa. El político es un obrero por contrato y tienen que aprovechar los jornales. Eso dice un amigo mío. Estos peoneros de la política valen poco. Valen algunos, pero no sé si se dejan ver o si los dejan esneñarse.

p.d.: me gusta mucho el cine y me encanta como pocas cosas el jazz. y he leúido algunas cosas suyas en estas páginas. Ayer estuvo olisqueando un buen rato y creo que volveré a buscar más jazz. En eso quedamos. Un saludo.

Pepe Urbano dijo...

pan y circo

Emilio Calvo de Mora dijo...

Flaquear es estupendo. Salir a flote, enérgico incluso después, es mejor. Nada nuevo. Me cansan también. Hablamos demasiada gente idénticas palabras, los mismos procederes, los mismos modos de pensar. Asqueados, desilusionados, eso quien haya sentido alguna vez ilusión, claro. Hoy es un día gris, qué le vamos a hacer. Gracias, Juan.
Ah, cine y jazz. Debiera haber más. Hoy he publicado, meses después, una reseña cinematográfica. Es lo que más me gusta, en el fondo.

Pan, circo y caja.

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