Entre quienes frecuento consta que amo el jazz, el cine y la poesía. Uno tiene esa inclinación a exhibirse y da lo mismo que sea en la barra de un bar o en un folio en blanco. Ayer K. me refirió que está volviendo a ser pudoroso. Que ahí, en esa intimidad salvada, se siente más feliz y hasta cree que hace más felices a los demás. No cuenta a nadie qué película ve o de qué serie es adicto. No hace alarde de saber de algo más que lo saben los demás y no se preocupa de que los demás le ubiquen en un gremio o en otro. Parece no importarle en absoluto la opinión ajena y se deja llevar con mansedumbre como si fuese un personaje al que el autor ha grabado firmemente ese carácter introvertido, retraido, un poco hosco si se le tensa en demasía y las más de las veces bartlebiano, rehusando manifestarse, evitando exhibirse, dando la impresión de no querer resaltar en nada y pasar lo más anónimamente posible por este mundo. Huidizo, fantasma, K. se parece al personaje fantástico de Melville. Uno a veces querría ser Bartleby y explicar tímidamente a los demás que preferiría no hacer ciertas cosas. Y llego a la conclusión de que quizá el que escribe se da en exceso: se mete en una espiral semántica de la que le cuesta salir y empieza describiendo un día de lluvia y termina contando al primero que llega cómo fue su primera comunión y si vino una prima de Burgos a la que uno quería muchísimo ya entonces. Los que escribimos tenemos estos vicios y me parece a mí que está bien que haya gente que los tenga. Si no fuese así, si el pudor fuese norma, si Bartleby colonizara el mundo, el mundo sería más triste, menos lúdico. Y yo me levanto por la mañana pensando qué historias nuevas voy a oír, qué personajes nuevos me van a abordar en la calle, en libros, en películas. Vivimos a expensas de las tramas que los otros inventan. Por eso el pudor es un cosa inconveniente y hay que descreer del pudor. Mi amigo K., en cuanto lea esto y razone un poco, vuelve a las andadas y me cuenta a pie de barra, que es donde nos gusta estar, los prodigios de siempre. Por eso escribo. Para que no se me ponga gris y Leoncio.
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2 comentarios:
La disidencia de Bartleby es parca, casi se diría que por no hacer notar su voluntad preferiría incluso también evitar disentir. La estrategia del caracol tiene, sin embargo, a final de ruta su merecido premio (o no).
Conozco a un par de amigos, conocidos y figuras de papel de celuloide que se ajustan a este traje. Y no les va mal, no señor. Otros, perros ladradores, no ven ni hueso relamido, ni eso.
Un saludo extremeño y buenas noches, Emilio.
Evitarlo todo drásticamente. Sentirlo todo ajeno. No sentir. Casi no ser. La negación de la negación. Conozco también sujetos de esa guisa y se ajustan al modelo bartlebiano a conveniencia, según el día, según el viento. Un saludo cordobés, y buen miércoles /after the bridge...
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