Hubo una época en la que el cine programado en televisión, a falta de presupuesto para comprar taquillazos, tiraba de Charles Bronson, que representaba la testosterona pura, el vigor masculino sin el glamour del héroe de acción, asilvestrado y en su más indigesta esencia. Charles Bronson explotaba una demanda ancestral que se explica en la necesidad colectiva de un justiciero expeditivo, no necesariamente atractivo ni inteligente, pero imbuído de un carácter básicamente noble, inspirado en la brutalidad de la sangre, en el tufo animal de la venganza. Insisto en Bronson, que murió muy viejito y comido por el devastador Alzheimer, pero podría acudir a Harry Callahan en donde otra bestia de violencia políglota (Clint Eastwood) exhibía idéntica o superior musculatura moral y la misma ausencia de pudor a la hora de acometer el limpiado escénico.
El justiciero Gibson aquí retratado no sana a una sociedad infectada de delincuentes de poca monta o asesinos despiadados, desalmados, de imposible reinserción civil: lo que tenemos en Al límite es un ente abstracto, una maldad corporativa que bajo la moderna causa ecológica levanta un argumento intenso, con momentos verdaderamente ágiles, que no decae en ningún momento, pero que no alcanza (en ninguno de sus tramos) el cénit, la sensación sublime de estar asistiendo a algún tipo de espectáculo valioso. Aquí, a pesar de que a uno le mueva cierta indulgencia, no hay nada reseñable, nada que trascienda o aspire a adquirir marchamo de clásico. No sé a estas alturas qué clásicos estamos dando, en qué patrón estético fijarán las generaciones venideras su visión del cine que se factura hoy. Probablemente incluyan a Haneke, a Scorsese, a Allen, al mismo Eastwood. Y no me extiendo, aunque podría.
Al límite es un thriller que se cierra en su propio trailer, pero que no excluye un visionado más pausado, uno que elimina la tralla violenta (que la hay y en algunos momentos en grado superlativo) y se fija en la periferia, en las puntuales pistas sobre la ética del mercenario (un Ray Winstone absolutamente pletórico en un papel goloso como pocos) y en las reflexiones (algunas están aquí bien servidas) sobre la inmunidad del Poder (así, en mayúscula, aséptica y trascendentemente escrito) a la hora de silenciar todo lo que lo amenace.
Gibson borda (sin estridencias) al policía crepuscular, no particularmente dotado para la acción, pero conjurado a vengar la muerte de su hija y, en ese tortuoso camino de redención, encontrar un lugar desde donde poder seguir viviendo. Es Craven, el antihéroe involuntariamente arrojado a las calles, el que soporta una cinta que se permite dar freno al vértigo, poner a este Bronson del siglo XXI ante el espejo y rogarnos que sepamos mirar y encontrar cierta mansedumbre en mitad del caos al que todo acaba conduciendo.
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5 comentarios:
Formidable reseña de una película que no he visto y que estoy deseando ver. Formidable en todas sus palabras y en toda su belleza literaria. Un aplauso aunque sea digital.
Rafa
Sé que suena raro aplaudir una reseña de una peli que no se ha visto, pero es que me ha gustado mucho, la verdad, y claro, pues entonces, en fin, no sé, amigo emilio, que me he puesto a soltar a estas horas, lloviendo como está, joder, unos piropillos...
Rafa otra vez
Hola Emilio, la película la ví ayer, lo que mas me gustó fueron las arrugas de Mel, nos sorprendió lo "un poco envejecido que estaba"...pero claro a sus años ya tiene que tenerlas! lo cual le da muchos puntos a su favor pues rodeado de un sinfin de actores que nunca parecen envejecer, a el le quedan bien. Bueno y como siempre, me a gustado tu entrada.
Saludos desde el otro lado
Luisa
Saludos desde Extremadura.
El cine estadounidense ha explotado desde los sesenta la figura del ciudadano justiciero. No se trata de un redentor social, un héroe moral. Más bien representa la figura del hombre anónimo, sometido a las injusticias de un sistema que no entiende, pero que aprieta y le hace reaccionar de manera violenta.
Muy yanqui la actitud. Cada cual debe defender lo suyo, si el Estado no nos protege. Ya Stuart Mill y Locke defendían el derecho ciudadano de defenderse frente a la impunidad y el desamparo institucional.
Este perfil no le es ajeno a Gibson, acostumbrado a personajes cotidianos, familiares, que arma en maqno deben "hacer lo correcto".
En mi caso, el tono excesivo o la moral ligera que aporta este tipo de cine no me desagrada, siempre y cuando el pastel sea adornado de buen cine de género. Cuando no es así, la baraja se cae por sí sola.
Y es que un olmo es un olmo.
Suelo leer después de ver las películas. Antes, no. En ocasiones, meto la pata. No pasa nada. Eres muy amable, como siempre, Rafa.
Mel tiene 54 años, leí el otro día. Curtidos. Se nota. Parece que le ha curtido bien el oficio. Haber sido tanta gente, tanto tiempo.
Estos protofascismos son a veces mal mirado por determinada parte de la crítica biempensante. Es cine, en todo caso. Yo no pienso bien, tambien.
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