La mosca cojonera de este ferragosto bubónico es el espía, al que aliñan con algunos extras en plan cinemascope para que el respetable público babee de gusto cuando el presentador del telediario le mire fijamente a los ojos y vomite la ración diaria de espantos. Es el espia figura literaria de mucho fuste y alcance narrativo con el que se puede hacer tochos tipo Millenium o mastodónticas tramas a lo Le Carre. Al espía, en la Historia de la Literatura, le va más el desplazamiento largo, los episodios. Los autores de más relumbrón prefieren la novela al cuento. En la vida pública pasa exactamente lo mismo. Un Caso Gürtel o similar asegura tiradas enormes de la prensa canibal. Un traje a lo Camps, que no es espionaje textil pero se arrima a este concepto turbio de política zarrapastrosa y vodevilesca, es carnaza para los tertulianos despiertos que ven en las facturas invisibles o en las comparecencias del acusado material para llenar columnas. Además está el verano, que no es estación propicia para los scoops.
El verano se deja manosear por cualquier noticia: importa zarandear el hastío sestero, la pereza connatural a la calina. Las tramas conspiranoicas entran bien en las maletas que nos llevamos de vacaciones: se llevan bien con los polos de marca y el Coppertone. Y uno saca en la barra del bar, en el chiringuito o en el paseo marítimo de los chismes que la política es un asco. A partir de ahí, barra libre para despotricar, que es un deporte sano como pocos. Estamos en verano. A falta de pelotazos yankis en el cine, que ha habido pocos y ciertamente malos, qué mejor que un poquito de ficción política, entreverada de espías y de aturdidos lectores, que no saben dónde entra el bloque publicitario. Igual hasta sale Lisbeth Salander, ustedes ya saben, y jaquea el disco duro del Estado. Eso sí que mola. Todo es un cuento. Bien contado, mal contado, pero cuento.
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El verano se deja manosear por cualquier noticia: importa zarandear el hastío sestero, la pereza connatural a la calina. Las tramas conspiranoicas entran bien en las maletas que nos llevamos de vacaciones: se llevan bien con los polos de marca y el Coppertone. Y uno saca en la barra del bar, en el chiringuito o en el paseo marítimo de los chismes que la política es un asco. A partir de ahí, barra libre para despotricar, que es un deporte sano como pocos. Estamos en verano. A falta de pelotazos yankis en el cine, que ha habido pocos y ciertamente malos, qué mejor que un poquito de ficción política, entreverada de espías y de aturdidos lectores, que no saben dónde entra el bloque publicitario. Igual hasta sale Lisbeth Salander, ustedes ya saben, y jaquea el disco duro del Estado. Eso sí que mola. Todo es un cuento. Bien contado, mal contado, pero cuento.
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2 comentarios:
Serpientes de verano... Eso se decía antes porque ahora es expresión que no escucho desde hace años.
Serpientes...
En verano...
Culebrones propicios para sesos cocidos al sol.
Lo malo es la parte de verdad que digieren en sus vientres.
Besotes.
El sol aturde. A mí el frío me da más sprint en el pensamiento. El verano me descoloca. Es mi época natural de vacaciones, por mi oficio, pero de verdad que vivo mejor en el frío. Además, querida amiga, en verano todo parece sacado de una película de cine al aire libre. Llevamos la neverita con la cerveza y el bocadillo con papel de aluminio, patatas de bolsa y hasta pipas de girasol. Y nos tragamos lo que nos echen porque lo vemos y lo oímos al fresquito de la noche, cuando lo hace, urbana. Y las noticias, en verano, se miran a veces así. Como si no fueran con nosotros. Como si lo bueno o lo malo, como si lo verdaderamente bueno y lo verdaderamente malo, sucediese después, en otoño, en invierno. El verano es un error de los relojes cósmicos. Un beso grandote.
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