Juan Marsé le ha dicho al oído a la nueva ministra de las descargas que "el problema del cine español no es la piratería sino la falta de talento" y eso en las cercanías de que la plana mayor de las letras se rinda a su hondura como narrador (por fin, por fin, díganlo muchas veces y se sentirán mejor esta noche) y le borden el galardón del Cervantes.
A Marsé lo leí mucho durante un tiempo: admiraba (lo hago todavía) su pasmosa facilidad para crear una voluntad de trascendencia universal en atrezzos muy reducidos. Supongo que los grandes escritores pueden transmitir las mismas sensaciones a sus paisanos que a cualquiera que lo lea en las mismas antípodas geográficas. Recuerdo al Pijoaparte de la imprescindible Últimas tardes con Teresa, fantaseando acerca de cómo harían el amor las niñas bien de la crema catalana y recuerdo la bendita luz de ese realismo sucio que miraba a la narrativa norteamericana (Hemingway, Faulkner, sobre todo) y tomaba copas con Jaime Gil de Biedma en el barrio chino cuando Franco vigilaba a los intelectuales y éstos, tutelando la revolución, disimulaban la ira en los cuentos, en las novelas.
En la entrevista que le hace Blanca Berasategui en el suplemento cultural de El Mundo se disculpa por su falta de entusiasmo en explicar lo que escribe: que él, como Faulkner, es un narrador. No se arredra cuando dice de los políticos que son ineficientes y que la jerarquía católica es belicosa; la derecha, impresentable y la izquierda, timorata, pero a los que nos gusta imaginar que detrás de casi todas las historias leídas hay una visual que espera que alguien la filme nos va a gustar enredarnos en las ideas que sobre cine y literatura da Marsé en la estupenda entrevista. Porque está fuera del ojo público y porque cuenta lo poco que cuenta con mucho desparpajo, Marsé no es del agrado casi nunca de las altas esferas de la administración. Es incómodo, se pliega muy escasamente a los protocolos (recuerden aquel Planeta en el que criticó la obra ganadora y dimitió del jurado) y no se afilia a ninguna política lingüística salvo la de potenciar todas las lenguas (la española, la catalana) y darles un marco real de actuación en su tierra. Lo mejor (casi, aparte de la cosa cinematográfica) es su clarividencia política, su visión limpia de las cosas, despojada de la turbia influencia de intereses que siempre mueven los políticos. Y además está el Pijoaparte y sus escapadas a la cama de Maruja y las motocicletas robadas.
"Cuando la clase política esgrime la lengua como si fuera una bandera, hay que salir corriendo. Es una señal de patriotismo que me asusta. Me acuerdo siempre de una escena de esa gran película de Hitchcock, Encadenados, cuando Ingrid Bergman le dice a Cary Grant
- No me interesa el patriotismo ni los patriotas. Llevan una bandera en una mano y con la otra van vaciando los bolsillos de la gente-"
II
Autorretrato de Juan Marsé
“Siempre pertrechado para irse al infierno en cualquier momento. El rostro magullado y recalentado acusa las rápidas y sucesivas estupefacciones sufridas a los largo del día, y algo en él se está desplomando con estrépito de himnos idiotas y banderas depravadas. Las facciones se traban, compulsivas, antes de desmoronarse. Se trata de un sujeto sospechoso de inapetencias diversas y como deslomado, desriñonado y despaldado. Ceñudo, maldiciente, tiene la pupila desarmada y descreída, escépticos los hombros, la nariz garbancera y un relámpago negro en el corazón de la memoria.
No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría preferido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo hipócrita del espejo y la broma pesada de la vida: al nacer se equivocó de país, de continente, de época, de oficio y probablemente de sexo. Hay en los ojos harapientos, arrimados a la nariz tumultuosa, una incurable nostalgia del payaso de circo que siempre quiso ser. Enmascararse, disfrazarse, camuflarse, ser otro. El Coyote de Las ánimas. El jorobado del cine Delicias. El vampiro del cine Rovira. El monstruo del cine Verdi. El fantasma del cine Roxy. Nostalgia de no haber sido alguno de ellos. Es fláccida la encanadura facial, quizá porque la larga ensoñación detrás de las máscaras imposibles, el aburrimiento y el alcohol y la luctosa telaraña franquista de casi cuarenta años abofetearon y abotargaron las mejillas y las ilusiones.
El tipo es bajo, desmañado, poco hablador, taciturno y burlón. No se considera un intelectual, y soporta mal que le traten como si lo fuera. Ama las tabernas y las papelerías de barrio y los flancos luminosos de los quioscos que exhiben tebeos y novelas baratas de aventuras. Las banderas le producen auténtico terror. Come ensaladas y escribe a mano. Y en un país en el que nadie dimite jamás, ni aún después de haber probado algunos políticos su ineptitud o su cinismo ante el pueblo, él solo piensa en dimitir de todo, incluso de esta página.
Pero no hay nada que le aburra tanto como hablar de sí mismo, así que basta. Vestido de diablo y ligero de equipaje -algunos discos, algunos libros (ninguno de Baltasar Porcel, por supuesto), algunas fotos- se va por fin al infierno. Abur”.
Señoras y Señores II. Barcelona, Tusquets Editores, 1988, págs, 173-174.
No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría preferido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo hipócrita del espejo y la broma pesada de la vida: al nacer se equivocó de país, de continente, de época, de oficio y probablemente de sexo. Hay en los ojos harapientos, arrimados a la nariz tumultuosa, una incurable nostalgia del payaso de circo que siempre quiso ser. Enmascararse, disfrazarse, camuflarse, ser otro. El Coyote de Las ánimas. El jorobado del cine Delicias. El vampiro del cine Rovira. El monstruo del cine Verdi. El fantasma del cine Roxy. Nostalgia de no haber sido alguno de ellos. Es fláccida la encanadura facial, quizá porque la larga ensoñación detrás de las máscaras imposibles, el aburrimiento y el alcohol y la luctosa telaraña franquista de casi cuarenta años abofetearon y abotargaron las mejillas y las ilusiones.
El tipo es bajo, desmañado, poco hablador, taciturno y burlón. No se considera un intelectual, y soporta mal que le traten como si lo fuera. Ama las tabernas y las papelerías de barrio y los flancos luminosos de los quioscos que exhiben tebeos y novelas baratas de aventuras. Las banderas le producen auténtico terror. Come ensaladas y escribe a mano. Y en un país en el que nadie dimite jamás, ni aún después de haber probado algunos políticos su ineptitud o su cinismo ante el pueblo, él solo piensa en dimitir de todo, incluso de esta página.
Pero no hay nada que le aburra tanto como hablar de sí mismo, así que basta. Vestido de diablo y ligero de equipaje -algunos discos, algunos libros (ninguno de Baltasar Porcel, por supuesto), algunas fotos- se va por fin al infierno. Abur”.
Señoras y Señores II. Barcelona, Tusquets Editores, 1988, págs, 173-174.
2 comentarios:
Leí una entrevista que le hicieron a Marsé hace pocas semanas. No le gustan las entrevistas, le ponen incómodo. Le pidieron un fotografía y aceptó a regañadientes. Su modo de ver el mundo es similar a la del estreñido: Todo debería ir mejor. Esteñidos somos todos.
De su literatura no hablo porque no le he leído. Pecado mortal, lo sé.
Léelo, my friend. Es lo más parecido a Faulkner que tenemos, pero con otro acento. Y además el tío, con esa cara de boxeador o de camionero afiliado a ccoo, tiene su encanto como persona. Últimas tardes es un buen comienzo. Yo hace como 20 años que no leo. Estaba estudiando Magisterio: esa época de lecturas gigantescas, de descubrir casi el mundo en las estanterías de una librería y en las barras de los bares. Tengo que escribir sobre eso. Cuídese as usual
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