11.12.08

Qué difícil va a ser explicar la Teoría de la Evolución....


I
El hombre, merced al capricho teocéntrico de la religión, ha gozado siempre de ciertos privilegios cósmicos. La sencilla circunstancia de ser el rey de la creación y apropiarse históricamente del centro de la inteligencia le ha facultado para aceptar (por encima de consideraciones servilmente científicas) que es el puñetero centro del universo y que no hay otra contabilidad de prodigios que la manuscrita por su puño y letra. Copérnico, el heliocéntrico, el avanzado, se granjeó el cariño de las generaciones venideras al sentenciar, a riesgo propio, que la tierra es un pequeño kiosko de miserias, un fatigoso cúmulo de contrariedades físicas, químicas, espirituales y sensitivas, pero que hay más (o debe haber más) por ahí afuera a la espera de que el azar o la NASA abran la pandora terrible del cosmos y veamos alienígenas en prime time como si fuesen hooligans que nos visitan en Champions y a los que Mulder y Scully persiguen sin descanso.
La cosa teocéntrica tiene su contrapeso intelectual, su quema de iniciados y, al final, su penosa rendición a la Historia, que es un juez firme y severo. Podemos pensar que Dios no entró en la discusión sobre si sus parroquianos harían de su prosa un antojadizo vademécum de mandamientos a beneficio de buchaca.
Con el tiempo, ese nutrido ejército de profetas y gurús de la nueva mística inventaron doctrinas, instauraron recetas para ahuyentar el peligro de pecar y levantaron tótems: les metieron al pueblo lerdo el miedo a que esta vida fuese la única. Abierta la veda de la eternidad y de la salvación de las almas, que ya estaban salvadas antes del litigio, lo demás fue un gasto menor. Disciplina, obediencia y, de regalo, ciega fe en ese ideario perfecto.
La religión, en su doctrinario, exige esa cierta disciplina sin la cual sería saqueada por la modernidad, por los infieles que al paso van saliendo siempre y por las hordas fúnebres del relativismo, que todo lo apestan con su falta de moralidad, seguro.
II
Venía el otro día Maruja Torres en plan laico total en El País con un apasionado ejercicio de libertad de expresión a propósito de Dios y de Darwin en donde clamaba sobre la historia traída estos días de cruces o no cruces en el aula. Pide la buena señora, buena en el noble y buen sentido de la palabra, que se instalen ordenadores y se doten de libros las clases en lugar de litigar en prensa y en foros sobre la vigencia o legitimidad o pertinencia de clavar cruces en las paredes escolares o colgar retratos del emérito Rey de la sacrosanta España.
Frívola, quizá, pero ajustada a un más que luminoso sentido de la coherencia, la mordaz articulista de El País, longevamente adscrita a este medio, razona que tan legítima sería que el profesor de un aula enarbolase un escudo del Betis, pone por caso, que un crucifijo, sobre todo porque ambos explican en qué ocupa su ocio sentimental o espiritual el que los coloca en la pared. Blasfema, por el beticismo militante e insolente y por el apartheid icónico, Maruja Torres dice preferir (mil veces, apunto yo) a Copérnico o a Darwin (mil más) que al infalible (por teocrático) cónclave de gerifaltes de la moralidad cristiana, que gracias a Dios no es la única, a la que (para que el desahogo sea completo) convierte en morboso cuento de sacrificados y cómplices del sacrificio.
En lo que a mí me toca como usuario de esas clases, aplaudo la osadía argumental de Maruja Torres. Visto el panorama educativo, tal vez el tsunami moral es una nimiedad, un apunte frívolo de los tiempos que corren, si lo comparamos con la levedad intelectual del alumnado, con sus estadísticas flacuchas y su enclenque nivel académico. Si le dedicamos esfuerzos extra a ver quién gana esta partida, aunque alguien al final se lleve la hebra argumental a su traje, perdemos un tiempo precioso en averiguar en qué fallan las leyes que rigen los planes de estudio y dónde podemos incidir o en dónde debemos aflojar para que el rango educativo se eleve y alcance los niveles que otros países de esta travesía del progreso exhiben con orgullo. Igual ahí no se enfangan con cruces ni con zarandajas carpetovetónicas y se emplean a fondo en lo verdaderamente esencial, que es el expediente de cada alumno, y la responsabilidad pedagógica de quienes se encargan de cumplimentarlo a lo largo de su vida lectiva.

2 comentarios:

ordago13 dijo...

grandisimo blog me gusto mucho¡¡

escribes muy bien

visita mi blog

republica libertaria de las tortugas

Emilio Calvo de Mora dijo...

Gracias...
La república ya está visitada también. Y volveremos...

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.