15.8.08

La momia: la tumba del emperador dragón: El cine convertido en parque temático


Sería injusto vapulear un sencillo, aunque bien untado de presupuesto, proyecto como éste: la franquicia de las momias se puede convertir, al paso, en un lindo pack en alta definición que entusiasme al comprador compulsivo en las navidades o que satisfaga el espíritu coleccionista de cualquier cinéfilo con ínfulas pulp. Mientras tanto la idea de Stephen Sommers continúa siendo un producto rentable, entretenido y válido para ocupar un segmento de la cartelera que, cuando falta, se echa de menos y que siempre suele apalizarse cuando está. Así que aplazamos hasta mejor ocasión ese acto noble de reducir el cine comercial a cine vacuo (puesto que en ocasiones así se escribe) y toca hurgar las bondades del género. La momia: la tumba del emperador explora con solvencia el territorio lúdico de las ensoñaciones infantiles y lo adorna con los prodigios de la técnica infográfica para ocultar carencias a base de trallazos de hi-tech.
El tiempo ha borrado la frescura de la primera entrega y ha fatigado el arquetipo: ya no entramos en el juego como antaño porque el modelo ha quemado sus hallazgos y transita (como un zombie vestido de Armani) por la oferta veraniega con confianza en el éxito. Esta tercera andanada no aporta nada nuevo: se limita a reformar el atrezzo de las dos anteriores y forzar un exotismo oriental vistoso, fascinante en ocasiones, que hace que el metraje (sin alcanzar ningún entusiasmo) se deje ver y disculpe la indulgencia narrativa, la flaqueza en el discurso. De hecho, inevitablemente, uno mira la última obra de Spielberg, su flamante Indiana Jones, y comprende la diferencia que existe entre el artesano que maneja con primor los elementos del imaginario fantástico (Steven) y quien maneja los hilos con mediocridad, sin que su personaje (Rick O'Connell) logre fidelizar al público al modo en que Indiana Jones lo hace. A lo que Rob Cohen, director de este capítulo, aspira es a desentonar lo menos posible. A lo dicho, forzado este cronista a buscar el lado amable de lo que debe ser amable, cómplice del efecto balsámico/refrescante del cine como inyector de evasión, entiende que la cinta encantará y desilusionará a partes iguales. De lo que se resiente este paquete de palomitas dinámico es de su falta de riesgo. Eso de apostar por un modelo contrastado puede provocar el delirio del espectador menos exigente, el que lampa porque pasen los dos veranitos de rigor y la productora se ponga en marcha para la siguiente historia. Perú, a lo visto, espera...

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