Brooklyn Follies, Paul Auster
Yo, que tantos hombre he sido no he sido nunca
aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.
Le regret d´Héraclilte, Jorge Luis Borges
Yo, que tantos hombre he sido no he sido nunca
aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.
Le regret d´Héraclilte, Jorge Luis Borges
Yo debo tener más de los que ahora podría contar, seguro que más de lo que estaría dispuesto a aceptar. En el término de un día, pueden ser varios los hombres que se crucen o los que se instalen, sin que esa circunstancia evite que vuelva a ser yo en algún momento. Fascina pensar que no eres tú el que hace algo, sino otro interpuesto, incrustado o cedido o reemplazado. Se tiene a veces la idea de que no se es enteramente responsable de ellos. Que podemos desentendernos, aducir que no éramos nosotros (había bebido más de la cuenta, estaba extremadamente cansado, se me fue la cabeza, etc) Sin embargo, siempre hay un momento en que volvemos a casa. Tenemos esa necesidad de hogar. A pesar de todo lo mal que pueda irnos, siempre deseamos refugiarnos en nosotros mismos. Cuanto más lejos nos vamos, con mayor gana regresamos. Si el viaje afuera es largo, el viaje adentro es más emotivo. Hay veces en que sienta uno la emoción de reencontrarse, me dijo K. Eso es porque no has sabido ser hospitalario contigo mismo, le respondí. Vamos los dos contándonos cómo nos ha ido, si fue un buen día o hubo algo que lo malogró. Por lo normal, sin entrar en detalles, no es únicamente un detalle el que lo deteriora, el que lo afea o desanima. De ahí que interpongamos varias máscaras. Se traen porque así podemos descansar. Por no estar todo el tiempo en primera línea, algo así. Por no estar tan ofrecido y vulnerable. En el fondo, lo que anhelamos es ese anonimato, el que nos preserva. K. sostiene que escribir favorece que saquemos de paseo a todas esas voces que nos hablan desde adentro. Les dais vuelo, me dice. Sois unos privilegiados. Tal vez en este momento en que estoy escribiendo no soy yo el que lo hace, no diga nada que pueda comprometerme, es posible que no sienta mío lo volcado, ni siquiera lejanamente mío. No saber quiénes somos, dice Auster. Ir de uno a otro, saltando. Acabar el día y haber saltado mucho. Borges lo dijo con más elegancia: haber sido tantos, pero no el que sostuvo a Matilde Urbach cuando moría. En el extremo, siempre se accede a él, hay un camino que nos conduce a él, pensamos que hemos sido el juez y la parte, el que afrenta y el afrentado. Eso nos salva, en última instancia, del caos: poder ir del verdugo a la víctima o del ganador al que fracasa y no ser nunca de verdad ninguno de los dos. Yo creo que esa duplicidad (o multiplicidad) elude que nos volvamos locos o muramos de puro aburrimiento.
1 comentario:
Tú tienes el vicio y la virtud de salir de paseo a diario con tus palabras. Y nosotros te seguimos cuando podemos.
Ana Fernández
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