3.2.18
Escaparatismo
Fotografía: Aitor Lara
No sólo miramos lo que deseamos. En ocasiones, la mirada sanciona o se espanta o adquiere ese grado de perplejidad con el que construimos nuestra idea del mundo. Se mira con precaución a veces. No se sabe si lo mirado nos turbará eventual o duraderamente. A mí me fascina el modo en que la gente ve los escaparates. Lamento no poder estar afuera de mí y comprobar sin estorbo el modo en que yo mismo los contemplo. Disfruto mucho los de libros, me pierdo en las portadas, en cómo el librero los ha dispuesto para que unos estén más ofrecidos que otros. También me entusiasma (es verdadero vicio) la mezcla de géneros, de autores, si alguno favorito mío, qué digo yo, Ian McEwan, está exhibido a la vera de alguien que no me agrada particularmente, Murakami, o me repele sin discusión, Paulo Coelho. Detrás del cristal están los tres (McEwan, Murakami, Coelho) y pareciera que anhelan que posemos en ellos la mirada, reclamando su ángel escondido, su tesoro oculto, en fin, la literatura (la buena o la deplorable que puedan tutelar en sus páginas). Los escaparates tienen vida propia. Hace mucho que pienso que son algo ajeno al trasegar de las cosas, como una especie de universo incrustado en el nuestro, pero al margen de él, encapsulado, frío e insensible o voluptuoso y cálido y entrañable. Algunos son como un reflejo de quienes los admiran o los rechazan. Hoy, viendo uno de zapatos y de botas, imaginé lo difícil que sería para mí montarlo. A su manera, ese escaparate tenía un orden, un criterio manifiesto sobre el que ir dejando unos y otros hasta satisfacer a quien los coloca. Me pareció que estaba saturado, no cabían más zapatos, pero al tiempo, sin que yo entendiese el porqué, ese abuso magnificaba la imagen igual que una masa orquestal súbitamente desgañitada en un pasaje sinfónico magnifica la melodía y la iza y la convierte en ocasiones en un himno. La mercancía del escaparate es el escaparate mismo: no el zapato plano o el libro de Murakami o el traje de noche que la maniquí lánguida y aburridamente viste. Pero el escaparate sale afuera, se extiende a quien lo observa y camina con él y hasta ocupa un lugar más o menos duradero en su memoria. De pequeño me prendaba delante de los de dulces o de juguetes. Luego fueron los de equipos de alta fidelidad (ya no existen esos, ya no existen esos) o los de discos. Era la época de los vinilos. ¿Recuerdan? Esos discos grandes con fotografías que eran también un escaparate o una invitación a degustar lo alojado en su interior. Ya no hay nada eso tampoco. Murieron los discos. Ahora la mùsica funciona en soportes invisibles, no se ve la música. De verdad que es el ojo el que hace la primera pesquisa, él es quien hurga y quien se apropia de la existencia del deseo mismo. Más tarde la inteligencia lima y censura y nos hace creer que ha sido un proceso madurado, pero son arrebatos de pasión pura. Queremos esos zapatos, queremos ese libro, queremos ese amplificador. Da lo mismo que a un lado del cristal exista un mundo que no tiene nada que ver con el otro. Sucede a veces. Muchas más de las que debería.
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