Rural highway, Cornell Capa, 1959
Uno viaja sin considerar el destino, cree que ninguno es válido, acepta que cualquiera lo es. Se tiene la idea romántica del viaje, la de probarse en otros paisajes, la de pensar el mundo a pie de campo. Al principio, cuando empezamos a construir la civilización tal como hoy la entendemos, la palabra viaje no tenía sentido. Los pueblos se desplazaban para medrar, anhelaban el bienestar que no les procuraba el lugar en donde nacieron. A viajar se va a no saber, se pierde la compostura de la previsión, se le otorga carta de mando al asombro. Todo lo demás es el paisaje esperado, el que no fascina. No hace falta que el viajero se pierda en la hondura, en el país profundo. Basta abrir la mirada, concederle el rango que normalmente no se le permite. El problema es siempre ése: saber cómo mirar, saber después cómo disfrutar de lo mirado. Ahora que empiezan las vacaciones (para unos, no para todos) convendría abastecerse de incertidumbres. Lo otro, las certezas a las que inevitablemente propendemos, nos dan otros placeres, no dudo que maravillosos también, pero viajar es anhelar el horizonte, aceptar que no hay un plan de actividades. También hay un viaje interior. Hoy he salido a pasear mi pueblo. No ha sido una caminata larga. En una hora he recorrido calles que no esperaba. He torcido sin voluntad una esquina cuando podía haber elegido la contraria. He dibujado un mapa invisible con mis pasos. Quizá haya dibujado, sin saberlo, un laberinto. No sabría recorrerlo de nuevo mañana, si terciara andar de nuevo. Cuando se echó la noche volví a casa. Me pareció que había estado fuera y también lejos. Viajar es un asunto que sucede dentro de la cabeza. Por eso leer es un viaje simulado. Por eso la literatura es un desplazamiento.
1 comentario:
Leer es viajar. Yo me siento transportada a esa carretera rural. Hasta huelo el aire quemado por el sol. Precioso y lúcido texto, como siempre, Emilio.
Marta López
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