Cada uno predica el evangelio a su manera. No se precisa creencia en divinidad alguna para divulgarlo. Se puede incluso prescindir de símbolos que lo hagan más entendible o de personas que piensen como tú y contribuyan a la labor misionera. En su etimología, evangelizar es difundir la buena nueva. En estos tiempos de zozobra y de fricciones lo que faltan son buenas nuevas que contar. No son propiedad de las religiones, de las muchas que llenan los mapas, las noticias buenas, las que hacen que el espíritu respire y se sientan feliz en convivencia con los demás y consigo mismo. Andamos hasta cortos de gente que extienda las buenas nuevas con la suficiente convicción y haga que los que las escuchan se sientan aliviados y crean que es posible un futuro mejor, una vida mejor. Estos dos son buenos en lo suyo. Cada uno a su manera hacen su trabajo con oficio. Hacen que la política y la religión sean útiles. Habrá quien disienta y sostenga que ni Obama ni el Papa Francisco son ejemplos a seguir. Parto de la idea firme de que ni soy seguidor de uno ni del otro. No son dos personas que guíen mi vida, pero admito que lo que hagan o dejen de hacer pueden terminar por influenciarla. Son poderosos y aceptan su cuota de poder, aunque uno la exteriorice más que el otro. Los dos, sin margen de duda, buscan un mundo mejor. O buscan, en todo caso, que este mundo nuestro no vaya a peor. Lo del Papa es asombroso: un hombre de verbo fácil y de fabuloso calado popular. Obama no alcanza el nivel del Santo Padre. Ambos saben que su mandato es coyuntural, ambos trabajan para que su esfuerzo no muera con el cierre de contrato. Obama se perderá en conferencias y en salones de la fama cuando los votos lo echen del Capitolio; el Papa Francisco, por edad, dejará la Silla de Pedro a otro: otro que no despertará la simpatía de éste, otro que llenará estadios (Pitbull los llena) pero que no parecerá tan humano como Francisco. Dicho esto de un descreído convencido como yo exhibe el poder convocatoria del Papa. Se atreve a pedir que el congreso norteamericano anule la pena de muerte o a pedir a los poderosos, allí donde los hay, que cuiden la Tierra y hagan que los pobres, los desfavorecidos, los parias, los que no bendijo la cuna o la visa de sus padres, lo sean menos. Siempre habrá pobres. Eso lo saben los dos. Saben también que no coinciden en todo, que les separa el respeto a la diversidad sexual o a el derecho al aborto. Son matices. Lo que importa es que anden ahí los dos casi del brazo, abriendo puertas, cerrando heridas. No es necesario que uno comulgue para ver que toda esta agitación mediática -también tiene su parte de show business, su cuota feliz de espectáculo de masas- es buena en general y hace que la alianza de los pueblos y de las creencias no sea únicamente un deseo, una línea en un texto, una esperanza en boca de quienes no poseen influencia en los que mandan. Estos, a su modo, lo hacen: mandan, influyen. Tiempo habrá, cuando encarte, de sacar los trapos sucios, todo lo que no es defendible de estos dos caballeros, los pecados familiares, las causas menos nobles, el roto que a menudo hacen a la convivencia, todas esas pequeñas cosas que no inclinan la balanza a que se les santifique en demasía.
27.9.15
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2 comentarios:
Se ha atrevido a pedir al congreso americano que derogue la pena de muerte, pero no se ha atrevido en La Habana a apoyar moralmente a la disidencia que se ha visto abandonada. Esto ha hecho que este papa perdiera gran parte de mi estima personal. Pedir en Washington lo que ha pedido es fácil, hacerlo en Cuba no lo es tanto.
Igual el hombre anda con tiento y no desea entrar tan a lo bruto. En los USA es más fácil, menos espectacular, que vaya y pida la luna. En Cuba, la luna está más cara.
Un abrazo, Joselu...
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