No andamos precisamente necesitados de huesos, no hay sensibilidad quizá para dar con los de un preboste de la cultura, un genio de las letras como Cervantes, y entender qué criterios usar para que ese hallazgo, ni malo ni bueno en sí mismo, no sea una piedra que tiramos contra nuestra propia casa, una casa en construcción, si se mira bien, o una casa a medio caer, mirado todo con más empeño. España es un país incómodo en asuntos históricos. No sabemos cómo leer a los clásicos. Tememos que no tengamos los instrumentos que nos los expliquen. Porque unos huesos de hace varios siglos no tienen más importancia que la financiera. Es el dinero el que lo mueve todo. Lo invertido en encontrarles vendrá con crecres, multiplicado, no lo dudo, cuando los turistas, algunos de ellos, visiten el convento y saquen sus smartphones y registren en ellos el momento en que estuvieron más cerca de Cervantes. Ignoran que es el libro el que nos entrega el Cervantes más digno, el más entero, el deseable. Todos los demás cervantes son extremidades pervertidas de una sociedad mercantilizada, arrimada al sonido de las monedas cuando caen al fondo del vaso. Volver a Cervantes después de todos estos siglos de ausencia podría deberse a asuntos menos frágiles - o frívolos - que unos huesos encontrados - sin certeza, sin ciencia exacta y posible - en un columbario vecinal, arrimados a otros de fuste histórico. Tendremos congresos sobre la obra del célebre manco, hagiografías varias, notas de prensa que elogien la suprema vigencia de su literatura, pero lo que a Montoro le interesa es que se llenen los bares de la manzana del convento, que el barrio de las letras madrileñas exhiba sin pudor la pujanza mediática de su nueva adquisición, un Cervantes sin ADN casi, un vestigio vetusto - o ni eso - de la gloria que fue y la que nos entregó. Madrid no es una ciudad de un millón de muertos, ya no, pero tiene desde hoy unos cuantos huesos famosos de más, los que sanearán las arcas municipales, no es otra cosa, no se pretende que sea otra cosa. Saldrán heridas, si no otra cosa, las hermanitas descalzas, que hospedaron el osario cervantino sin saber que tutelaban restos universales. A Wert, el ínclito, el egregio, el florido, el de huesos sólidos y calavera sapientísima, estará entusiasmado, como Vicky el Vikingo, pensando y volviendo a pensar cómo sacar partido de esta nota necrológica, si podrá usarla como distracción o si su égida será recordada como la del soberbio desenterrramiento. No hay político que no se solace de estas festividades exóticas. Tener un hueso de gran escritor o muchos o un prepucio sin corromper de santo probado anima el negocio del barrio, que no es en modo alguno reprobable, ni está en el ánimo de este pequeño cronista de sus vicios poner una falta a ese interés comercial. Lo van a sentir las hermanitas trinitarias, ay, lo van a sentir mucho. La clausura, el silencio, en fin, todas esas preceptivas de su recatada y recogida vida se despeñarán en interés de la cultura o del mercado o de las dos cosas juntamente. No estamos mejor, no, que cuando desconocíamos si Cervantes descansaba ahí o en otro sitio. Nuestros muertos, los más grandes, deben ser homenajeados en su obra, no a pie de tumba, no al menos solo a pie de tumba, claro. Todo lo demás es calentura de mercaderes avispados. Además ha costado una pasta el desentrañamiento de esta ósea trama.
18.3.15
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4 comentarios:
España es un país raro, y nos va bien esa rareza, así que...
Estupenda reseña, de lo mejor que he leido sobre la cervantiniada....
Somos raros, somos así, no importa, nos han tratado como lo que somos, menos ahora, pero prosigue... Gracias. Cervantiniada buena la suya.
No sé si en el nuevo currículum aparece la lectura del Quijote. No dudo, en cambio, que incluirán en breve el hallazgo de los huesos. Nuestra Educación se va quedando en un marasmo de detallitos pintorescos. Concesiones a la galería para nuestros descendientes digitales. Globales. Un abrazo
Amén. No sobra ni un punto, no falta una sola coma, subrayo todas las lineas. Añado que es muy oportuna la frase de cierre, tanto como indignante, se me ocurre que ese dinero, que no nos sobra a los españoles, se podría haber destinado a causas menos festivas, menos frívolas, como a investigar sobre el Alhzeimer, el cáncer, ay señor, qué manía con los huesos de este, el otro, el de más allá. A ver si se enteran todos (los de un lado y los de otro) que a los muertos hay que dejarles reposar, que no olvidarlos, no, pero que no hay que andar desenterrándolos.
Una crónica de diez, escritor.
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