De James Taylor tengo la idea de que no es James Taylor en realidad. Algunas personas, sin que intermedie su voluntad, permiten que se las vea como alguien de una cercanía absoluta y se las considere un igual, un amigo en ocasiones, alguien con quien contar, de quien fiarse, al que poder confiar un secreto o echar la mano al hombro o alegrarse de sus alegrías y apenarse si son penas. Sí, ya sé que hay mucho optimismo y mucha exageración en esto que digo, pero no se aparta de lo que siento. Está conmigo sin que precise tenerlo cerca a diario; sé que me conforta o me alivia o me conduce hacia donde estoy bien, que es un lugar extraño a veces, pero mío. Estamos allí los dos; bueno, quizá invitemos a otros, no es cosa de que únicamente James custodie ese ingreso en la felicidad, en una felicidad diminuta, modesta, que no hace daño a nadie y que a mí, a poco que lo pienso, me llena, me deja limpio y me hace sentirme en paz con el cosmos y con mi corazón. ¿Que me he puesto sentimental? No hay otra vía. Suena ahora, de fondo, My sweet baby James.
La fotografía la tomé en una plaza de mi barrio, en Córdoba. Me hizo ilusión verlo allí, mirando, campechano y puro.
La fotografía la tomé en una plaza de mi barrio, en Córdoba. Me hizo ilusión verlo allí, mirando, campechano y puro.
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