12.2.15

Días sin suerte (II) / Un cuento a muchas bandas / Barra Libre


Uno tarda a veces una vida entera en comprender que la vida no vale nada, pero hay días a los que los ilumina una especie de resplandor maravilloso. Quienes lo han percibido alguna vez refieren que es muy frágil y que no tarda en difuminarse, en perderse, en hacer que dudemos sobre si ha existido realmente o ha sido una impresión fugaz, falsa, sostenida por el cansancio o por la idea de que la fantasía, tan abandonada en ocasiones, solicita incoporarse a nuestra vida y gobernarla. Por eso me incliné a no pensar, por eso olvidé quién era y qué podía perder si las llamas me devoraban. Porque se dice así: las llamas devoran, como si fuesen un animal de presa y hubiesen encontrado su pieza y la estuviesen descuartizando. Todo lo que vino después, lo que aconteció en el fuego, es lo que no recuerdo. Salí indemne, sí, pero no puedo asegurar nada, porque mi memoria, la muy frágil, se deshizo allí dentro, decidió no participar en la trama, quiso perderse el resto de la historia, y ahora vivo de lo que me van contando, de lo que unos y otros me confiesan cuando vienen a visitarme, y yo les dejo, porque deseo saber y aspiro a que entre todos conformen una historia que yo pueda contarme, y saber si valió la pena y si las vidas que dicen que pude salvar están ahora descarriadas o, por el contrario, aprovechan los días juntamente con sus noches, y pasean las avenidas y por la noche la madre y el hijo de corta edad se abrazan y ríen, celebrando la vida que ahora yo poseo a medias.

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