Debe ir con la edad, con las certezas que se van adquiriendo con los años, pero últimamente me inclino más a desoír lo que no me incumbe, a involucrarme poco o nada con lo que antes me causaba profunda adhesión. Luego están las incertidumbres. Sé mucho más de ellas. Curiosamente disfruto más con lo que no sé que con lo conocido, se deja de otear lo muy lejano y se esmera uno en lo que está a mano, debajo, en las cosas cercanas, a las que no siempre se les ha prestado la atención suficiente, por saberlas familiares, por creer que no iban a desvanecerse, por verlas a diario y no imaginar que faltasen. Pasa con los seres amados, pero también con ciertas rutinas, con hábitos domésticos que se echan en falta cuando hace días que no los practicas. Hoy, sin ir más lejos, escribir a media tarde, escuchando música a un volumen muy tenue. Suelo escribir de noche, que es cuando ando más desocupado y el trasegar del día ha finalizado, o primera hora de la mañana, cuando todo está por hacer y todavía no te has puesto a funcionar. Me detengo en los pasajes más difíciles del texto, en las partes más delicadas de la música, en el ruido que afuera hace la tarde, nada que incomode: coches yendo y viniendo, y no muchos; las voces de la charla de los vecinos, animada a veces, muy liviana otras. Constato que todo tiene un valor y que a todo puede uno prestarle la consideración más alta. Como si todo trascendiera, como si todo formase parte de una trama más noble que no nos concierne, pero de la que formamos parte y que modificamos con lo que hacemos o con lo que dejamos de hacer. Como siga así voy a parecer un coelho vulgaris. En todo caso, entra en lo razonable que uno ande a diario descubriendo su sitio en el mundo. No sé si volcarlo aquí hace que se encuentre antes. Tal vez.
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6 comentarios:
Pues a mí esta edad que tenemos me aporta un privilegio que en la juventud raramente utilizaba: decir y hacer lo que quiera. Limpiarse el polvo de las sandalias, ir liguero de equipaje, no andar con ambages, evitar rodeos, reír a gusto cuando la ocasión lo requiere, soñar despierto.
Es que todo trasciende, Emilio. Hermoso, sentido, sentido escrito.
Feliz Navidad.
No sé si percibo bien lo que has dicho: "Curiosamente disfruto más con lo que no sé que con lo conocido, se deja de otear lo muy lejano y se esmera uno en lo que está a mano, debajo, en las cosas cercanas, a las que no siempre se les ha prestado la atención suficiente, pro saberlas familiares, por creer que no iban a desvanecerse, por verlas a diario y no imaginar que faltasen". ¿No es contradictorio? Por un lado dices que disfrutas más con lo que no sabes que con lo conocido y luego sostienes que te centras en las cosas cercanas y familiares.
Ya lo decía Santa Teresa: Dios está entre los pucheros. Y creo que Escribá de Balaguer afirmaba algo en consonancia con el pensamiento teresiano. No quiero decir que tengas tus referentes en tan santos antecedentes, pero sí constatar que hay una corriente de la espiritualidad universal que hace de lo cercano y cotidiano lo más valioso. En el zen también sentíamos del mismo modo o semejante. Es en el momento presente, hecho de pequeñas cosas, donde se halla la profundidad.
Cosaa cercanas, Joselu, a las que no se las mira con detalle, eso. Lo que no sé puede estar cerca, absurdamente. Pero no albergo certezas. Amigo, solo me cuento las cosas por ver si me aclaro o me las aclaran.
Todo trasciende, Lucas. Incluso lomque no lo aspira.
Todo eso, ramón, por la edad que tenemos, por poder dejar pasar sin que se nos señale o siendo señalados incluso
El mejor viaje es el interior, ese cuya orografía cambia con los días; ese que levanta y apacigua olas de sentimientos; ese cuyo viento nos lleva aquí y allá izándonos del suelo o aplastándonos contra él; ese en el que la lluvia nunca escampa. El mejor viaje, sin duda. ¡Feliz Navidad, querido Emilio!
Un viaje maravilloso el interior como dice Isabel Huete.
Coelho no, Coelho no. Ya lo sabes.
Feliz Navidad, escritor.
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