Escuela rural de la Rivera de Gaidóvar en Grazalema, estas escuelas unitarias empezaron a funcionar en España con la Ley Moyano de 1858 hasta la Ley General de Educación de 1970.
Los alumnos estaban agrupados en función de sus conocimientos de escritura-lectura y cálculo bajo la dirección de un maestro único, el cual vivía en las dependencias anejas a la escuela.
/Fotografía; Fernando Oliva
De la literatura me fascina la posibilidad de que no lo cuente todo. Lo explícito malogra la belleza o, en todo caso, la banaliza, la convierte en otra cosa, la despoja de su esencia. De la fotografía me fascina eso mismo precisamente: la sublimación de lo invisible, cierta inquietante sospecha de que solo se nos permite una visita, una breve estancia en lo que vemos. Lo que uno desea y a lo que aspira en cada fotografía que ve es a llegar más lejos, es a realizar un viaje más largo. El de esta fotografía hecha por mi amigo Fernando es uno de esos viajes maravillosos de los que después uno saca provecho a poco que se le cuestione o se le pida que explique qué lugares le llegaron hondo o qué va a echar más de menos.
Es posible que a cualquiera se le ocurra que es el romanticismo el que hace que miremos la fotografía con cierta lástima o incluso con tristeza. Hay un lado romántico por el que se forja una especie de sacralización. Guardamos lo que amamos, sentimos que tenemos que preservar esa memoria de modo que no la expolie el tiempo o que no la contamine o la borre el olvido. Uno piensa en el trasegar de alumnos, en el ruido de las bancas al moverse, en la hora del recreo, cuando salen en tropel, estorbándose en la pugna por llegar primero al patio, que no es aquí un verdadero patio, sino un campo, un mundo, el mundo tal vez, sin más. No quedan ya lugares como éste, pero bien podrían. Se sacrifican si no cumplen una cierta ratio (diez alumnos, salvo excepciones notables) y se derriban o se dejan como la de Rivera del Galdóvar, en Grazalema, a la consideración del caminante eventual.
Trabajé un año estupendo en una escuela rural, en Las Lagunillas, en la comarca de Priego de Córdoba. No era en ningún aspecto antigua, aunque respetaba la identidad de las otras, de las suprimibles. De ella recuerdo la intimidad que desprendía, la sensación de estar acometiendo una labor más grande que la que en verdad desempañaba. Como si la educación del mundo naciese allí y a mí se me hubiese involucrado en la empresa, entregando a mi responsabilidad acometer ese trabajo y dar cuenta después, al mismo mundo, de los resultados obtenidos. No sé si en realidad es bien diferente en las escuelas de muchas líneas, las edificadas en el centro de las ciudades o en las periferias, en los pueblos, en aldeas que tengan más de diez alumnos de ratio. Tenemos un trabajo sagrado, los maestros. Lo es porque es el que está marcado para salvar al mundo. Por eso inspira una pena enorme la constatación brutal de este abandono; una pena que se incrusta adentro y que hace que se reconsidere la labor que realizamos y la bondad de los medios con los que contamos. Por eso la fotografía no lo cuenta todo, no lo explica todo, no da una idea fiable de la belleza que tutela en su ruina fotografiable. Importa lo que no está, lo invisible, la sospecha de que antaño (en el pasado, que es una estación propicia a la nostalgia, como quería mi buen Borges) hubo vida y la hubo de un modo absolutamente jovial. Ya saben, maestros enseñando las costas de España, los verbos irregualres y el cálculo matemático y alumnos descubriendo el mundo detrás de una tiza.
3 comentarios:
Si, y en esa escuela prestidigitadores de sombras, los maestros, que creían que el mundo podía ser transformado y que tenían la convicción de asistir ellos en directo a la magia que conlleva ese proceso espiritual.
Me ha emocionado mucho ese post, Emilio. Gracias!
Vaya...hubo un tiempo en que yo fui alumna de una escuela parecida.
No recuerdo muchas cosas pero recuerdo a mi señorita Conchi ...ella, mi MAESTRA, plantó en mi la semilla de la enseñanza....
Debió ser muy buena porque su imagen y su recuerdo siempre me ha acompañado.
Gracias Emilio porque aunque el pasado , pasado está, existió.
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