20.2.14

No escribir, no sufrir, no pagar cuentas...


Quién no tiene una gran vida interior. Incluso una de un tamaño desmesurado, que amenace con desbordarse y contaminar la otra, la exterior, la que compartimos con los demás y con la que hacemos los deberes domésticos y conyugales o los artísticos o los laborales, una vida interior en la que quepan las comedias de William Shakespeare y todos los discos de la Tamla Motown, por ejemplo. Soy de la opinión que se puede tener una vida interior rica, sin privarme de nada, pero la realidad se obstina en contradecirme, y la  memoria, que es el reverso tenebroso de la rica vida interior, flaquea. Tanto es así que llevo unos días escribiendo este mismo texto. Lo escribo en el blog o en la cabeza o en una hoja suelta de un cuaderno de anillas, de a dos rayas, que encuentro en una clase del colegio, abandonado, como si alguien hubiese renunciado a consignar en él la tragedia de la vida. En ocasiones pasa esto que estoy contando: que no sabemos bien a qué atenernos, cómo ir llenando o cómo ir vaciando, y nos fijamos en el envoltorio en lugar de fijarnos en lo que verdaderamente estamos arrojando en él. No es lo mismo echarse un volumen de pensamientos de Pascal o unos cuentos de Saki que cualquier minuto vespertino en esa infamia de canal televisivo llamado Telecinco. Tampoco tengo ninguna certeza sobre el hecho de que mi vida interior esté dulcemente mecida por los elixires de la cultura a la que yo le concedo la máxima distinción. No sé nada, no puedo saberlo, no hay nada fiable que me reconozca entre los gourmets de cierto tipo de refinamiento cultural, que no está en el bebop o en la lectura paciente de Pascal. Nada que yo pueda esgrimir para admitirme entre los elegidos. Al final del día, cuando estamos entrando en el sueño, nos atropellan los mismos pensamientos a quienes se embebecen recordando lo que les gustó el Sálvame de las cuatro, en la gloriosa Telecinco, y los que recitan de memoria versos de Jaime Gil de Biedma. Son los sueños los que nos definen. Ahí está la biografía, el perfil, la tozuda evidencia de qué anhelamos y a qué entregamos ceremoniosamente el alma


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