Es la intemperie contra la que luchamos. Toda la teología es un búnker doméstico para evitar que nos zarandee el viento. Esa idea trascendente de que hay otra vida más allá de ésta no pasa de ser un accesorio didáctico de lo que digo. En cuanto uno acepta que no es el azar el que maneja el rumbo del viento y la forma en que nos mueve todo va más confortablemente. Porque es el confort lo que andamos buscando. Uno del tipo que te hace dormir por las noches con la conciencia limpia y los sueños puros, pero hay ocasiones en que tienes un pie en la vigilia y otro en el sueño y no sabes si quedarte en la ficción o anclarte en lo real. Quizá no haya que ser tan drástico y lo que conviene es matrimoniar esas dos costumbres del alma apetitiva. La mía, a fuerza de ofrecerme y de retirarme, de querer conocer y de no tener interés alguno en saber qué hay más allá, se está acostumbrando a convertirlo todo en texto. Me alivia la escritura. Me produce la sensación de que hay un árbol al que asirme cuando llega la ventisca. Tengo el árbol. Me he ido familiarizando con lo que el árbol ofrece. No hay día en que no lo busque. Le cuento. Me asiste. Así vamos los dos. En la intemperie. En el desabrigo.
26.5.13
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4 comentarios:
Siempre dije que eras un afortunado. Algunos que no escribimos y que tampoco creemos en Dios no tenemos esa suerte.
A. M.
Hay árboles que se merecen todas las letras.
Es tu árbol un fuerte roble, fructífero y vital, de savia sabia; no "el olmo viejo hendido por el rayo y en su mitad podrido"; ni aquel otro de los bosques de Pennsylvania "harto de estar ya seco y no dar pájaros"...
Nos acercamos a él, buscando el frescor de su fronda, de su sombra...
Casualmente, mi hija de 18 meses ha aprendido a decir hoy la palabra "árbol". Apenas la balbucea, pero es el árbol al que me agarro. Abrazos, amigo poeta
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