Mientras
que en la ligera sombra prospera el frío y los árboles desalojan el
rumor de los astros y convidan al paseante a meditar sobre la mudanza de
las cosas, fatigo las horas en esta pieza postrera, inclino mi voz y
cuento lo que he visto. Al poeta se le encomienda el registro de los
prodigios y yo he sido un escriba poco fiable. Es verdad que no ha
pasado un día en el que no me haya acostado con mis sátiros lascivos y
haya paseado las montañas que circundan la villa a la búsqueda de ninfas
bellas y de rudos pastores. A mi verso han acudido las cosechas de los
años y el vértigo del mundo. Ni el enjambre enjundioso de los días ni la
alquimia arcana de las noches me ha robado una brizna del ahínco con el
que he cincelado el tallo agreste de la palabra.
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