De los Rolling Stones me fascina la voluntad de sobrevivir en una medida parecida, menos heroica tal vez, a la voluntad de trascender y ninguna banda ha trascendido como esta y, a la vista del infame negocio del rock y de los volubles y huidizos afectos de las estrellas que lo pueblan, dudo que haya alguna que en el futuro celebre su cincuentenario con la arrogancia, el sentido del deber y la profesionalidad de estos muchachos ingleses. Admiro la épica tóxica que exudan. Acepto que la argamasa que los mantiene compactos es la pasta. Detrás de una gran banda hay siempre un asesor financiero, un lumbreras en regatear al fisco, uno de esos cerebros en la sombra que, sin tocar ninguna instrumento, hace que quienes los tocan lo hagan de un modo mucho más entusiasta. De los Rolling, justo hoy que hace cincuenta años que subieron al escenario del Marquee en Londres, prefiero lo sucio, los vínculos pedestres con el blues de Chicago que mamaron entonces, el olor a pantano y a whisky, la áspera evidencia de que en realidad son los nobles embajadores de un mundo idílico, el del rock considerado como una de las más bellas artes.
Importa muy escasamente, o solo importa a beneficio del morbo y de la construcción mitológica, que hayan estado arriba y estado abajo y muchas veces estado a mitad de camino entre el bien absoluto y el mal total. Que algunos (Jones, el fundador, el jefe precoz, el héroe de los primeros riffs) no hayan superado la prueba de corte del tiempo y sucumbieran al olor de la hierba y al subidón de la adrenalina mezclado con el subidón del viejo blues de Muddy Waters. Tampoco deba importunar la consolidación de la leyenda el hecho de que hayan facturado discos malos (Dirty work es uno, Emotional rescue es, en menor medida, otro) y otros monumentales, epígonos de una forma de entender el rock y de hacerlo un arte puro (Exile on Main Street, Beggar's banquet, Let it bleed, Sticky fingers). Lo verdaderamente revelador es la sustancia misma del éxito que no les ha abandonado jamás. La mil veces nombrada mejor banda de rock del mundo lo es a veces por razones históricas, ya saben, cincuenta años en la brecha, pero también por tambalear tanto sin caerse jamás, por cruzar dos siglos con incuestionable maestría, por haber escrito algunas de las mejores canciones que este escribidor fascinado ha escuchado nunca. Queda que hoy sus satánicas majestades cumplan cincuenta años de vida. A mí me faltan cuatro para esa festividad tan simbólica.
8 comentarios:
Hip, hip, hurra por sus Satánicas Majestades!!! Bebamos pinta y eructemos con sonora indignación la lógica diabólica de estos tiempos.
Magnífico, como siempre, amigo Emilio. Cuando amanece y viene el día anegado me pongo en el equipo a los Rolling, y no te lo pierdas, en “LP”, que suena mejor. Se inunda mi habitáculo de cincuenta metros cuadrados de buen rollo. Se va mientras suena la guitarra de ese pirata toda esta porquería fascista de obligaciones, prohibiciones, recortes, nacionalismos y otros ismos irracionales.
Un abrazo,amigo.
Chapeau. Coloco ahora mismo en la bandeja del compacto Love you live. Colocón. Brindo con entusiasmo, en el aire, por sus diabólicas majestuosas. Madres, escondan a sus hijas mocitas. Vienen mis abuelos favoritos.
Y cumplo mañana 48. Casi los pillo!
Siguen unidos por la pasta pero son de otra pasta. Los vincula una argamasa excepcional que se llama talento. Le gustaron a mis padres. Y a mí. Tal vez también mi hija sacuda la pierna siguiendo su ritmo sombrío. Son intemporales como lo es el arte cuando tiene algo que decir. Abrazos
Más de The Beatles, Emilio, pero son grandes. Angie es una canción maravillosa y muy, muy especial en mi vida.
Y 50 más que durarán si tan satánicos son como los pintan... y yo que los oiga.
En su momento los oí y bailé como la cuarta parte de lo que lo hice con los Beatles, que fueron mis ídolos, incluso llegué a llevar el pelo cortado como George Harrison :). Después he seguido igual y no es porque no me gusten o me parezcan malos, en absoluto, diría que, sin haber sido mis ídolos, reconozco su enorme calidad y admiro su constancia, su permanencia en el candelero, pero una vez que se bajaron del cenit (o los bajaron) ya no han sido nunca lo mismo. Sólo puedo pensar en ellos como lo que fueron pero no como lo que ahora son: un producto forzado por la rentabilidad de un nombre que ha hecho historia dentro de la música de todos los tiempo.
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