15.4.12

Los milagros en los tiempos del google




De entre los muchos oficios que llenan los mercados y las almas me atrae el de teólogo. Quizá lo que me fascina de ese desempeño sea el hecho de que maneja asuntos sutiles, hermosos, impregnados de cultura y de diálogo. Ser teólogo es un privilegio intelectual y, como dice Borges, no es indispensable la fe, pero todavía no conozco a quien no haya formulado (pública o privadamente) un mapa de la eternidad en el que Dios ocuparía el lugar más destacado. Yo mismo, teólogo pedestre, he caído en ese laberinto fantástico y muchas de esas veces en las que he caído he pedido (al azar, a la suma de azares o a ese Dios en el que uno no esté del todo a gusto) que no me levante. Emboscado en la metafísica, empapado de todas esas construcciones filosóficas, he pasado algunos de los mejores ratos de mi vida. Algunos de esos buenos ratos de charla amena y festiva han girado en torno a la teología, al cosmos infinito y a la posibilidad de que esta vida pida a gritos otra en la que descansar (eso dicen algunas religiones) y redimirnos, en la que perdernos a la derecha del Padre, salvados ya para siempre de los estragos de este mundo cruel. Como Borges, me interesa la fe y prescindo de ella. Me interesan de un modo estrictamente literario (o metafórico) los padecimientos de Cristo en la cruz o la escritura de los evangelios. El teólogo, en fin, es una especie de detective de las ideas trascendentes, un sabueso de cosas abstractas, una mente a la que lo real le afecta (en ocasiones) menos que lo espiritual y al que se le atribuyen facultades intelectuales asombrosas. Lo que todavía no he entendido del todo es que la jerarquía de la Iglesia ande echándolos a patadas de sus congregaciones. O todo es cuestión de celo, y se expulsa al que se aparta o discrepa. El teólogo no es, en esencia, un creyente. Se puede uno involucrar en un modo de vida cristiano sin firmar un contrato de fe ni aceptar sin vacilación los exabruptos (muchos) que la Santa Madre Iglesia va aireando por los medios de su cuerda, en los púlpitos de sus templos, en las plazas de las ciudades, cuando las visitan los Papas o se llenan de fieles festejando sus cosas. Y uno de esos teólogos, pero de los académicos, no los amateurs reclutados a pie de calle, es el que hoy en El País, expone lo previsible, deja al examen público lo que fomenta el diálogo, aunque ese acicate encuentre el muro de la doctrina. Dice Andrés Torres Queiruga que los teólogos de ahora no creen en los milagros. Supongo que miran las metáforas e indagan en la hermenútica. Por eso me inclino a mirar con afecto y admiración al teólogo, al defenestrado por la curia y al que todavía sigue en nómina, al que de pronto, en este enfebrecido siglo XXI, le declaran hereje. Uno creía que esas cosas ya no existían. Borges, el bueno de Borges, relacionaba cultura con teología. No sé qué pensaría de todo esto. Si la cultura impregna al nuevo Santo Oficio o son otras cosas las que lo agitan. Si de verdad andan buscando a Dios, poniendo el oído a lo que dice, o malogran ese hermoso cometido fiscalizando al personal, a los suyos, con los que comparten el credo. No les entiendo. No son de este mundo.

7 comentarios:

Isabel Huete dijo...

A mí también me gusta darle vueltas a todas esas cosas desde la distancia de la agnóstica que soy pero también con la suficiente cercanía de a quien le resulta difícil abstraerse por completo de todo poso incrustado en el cerebro tras muchos años de adoctrinamiento escolar y familiar. Me gusta ahondar, filosofar si quieres, en el tema de las creencias religiosas, en los porqués y en los para qué, pero son las instituciones, las curias y sus líderes, y elementos de ese tipo los que tampoco consigo entender. Su enrocamiento, la incapacidad de conectar con la sociedad según ésta avanza, su dogmatismo, su ligereza para el juicio facilón e irracional... Venusianos, como mínimo,

Joselu dijo...

La iglesia representa la ortodoxia y la defensa de los dogmas como institución conservadora y resistente a los cambios. ¿Qué tiene que ver esta institución monolítica, principesca y dogmática con lo que expuso un profeta del siglo en que comienza nuestra era? La iglesia, guardiana de la ortodoxia, antes quemaba vivos a los que se apartaban por poco que fuera de la doctrina definida como oficial. Ahora no pueden quemarlos en vivo y lo hacen en efigie. Algo hemos salido ganando. Es el avance de los tiempos.

alex dijo...

San Agustín habló de los nombres de Dios hace 17 siglos. Tal vez no deberíamos olvidar el concepto, dotarle de argumentos y lógica (mágica si así se prescribe)y buscar consuelo existencial en el lugar adecuado que no está, desde luego, en las faldas de la curia.

Como a ti el ofício de teólogo me sugiere multitud de posibilidades y docenas de madrugadas disponibles para desentrañar el misterio. El teólogo en realidad es un moderno alquimista. La fe, como el oro, se fabrica a través de elementos ignotos mezclados con el éter. A Borges le va llegando la hora. Lo intuyo...

Manuel Delgado Fernández dijo...

Breve. No se puede buscar relación de afecto entre una religión revelada (en este caso la Católica), y cualquier disciplina que lleve el sufijo "logos".
Es como mezclar el agua y el aceite.

Más breve. La Teología puede ser una ciencia apasionante, incluso para un agnóstico o un ateo.

Brevísimo. En su momento, las mareas del Nilo fueron consideradas milagro.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Poseo un modo de pensar que se entiende muy bien con tus palabras, Isabel. Se están perdiendo el tren de la sociedad, no tienen interés en montarse, no conciben ceder, consideran que no lo precisan, pero las iglesias están cada vez más vacías, y no me vale que en semana santa las calles se abarroten. Eso no tiene nada que ver con los asuntos de los que estamos hablando. Por supuesto que no.
Queman con la palabra. Imagino, Joselu, el dolor existencial del creyente que ve arder los principios de su moral con las barrabasadas espirituales y los desmanes (delictivos, muchos) de este gremio carpetovetónico, gris, oscurantista. Es un mundo tenebroso. No hay luz, a pesar de que la palabra que pregonan, en ocasiones, según se desprende, la posea. Ya no lo duda uno.

Álex, el teólogo es un alma sensible, en todo caso, una de ésas que se eleva de lo más mundano (qué hermoso debe ser eso) y trasciende, bebe mística y huele mística. Es que el misterio es un concepto hermoso, pero puede pervertirse si se usa para el mal. Y he visto gente de iglesia que piensa como yo y gente de iglesia que no comparte en nada esta forma de pensar. Menos mal que es así.

Breve, Manolo. Lo revelado deberia ser asunto metalingüístico. la teología apasiona, claro que sí. A mí, al menos, mucho. En su momento, la sangre era una ofensa a la verdad revelada por una paloma.

Miguel Cobo dijo...

Paso a la acción(teológica,claro), Emilio:
¿Dios piensa? Y, si así fuera, ¿qué pensará Dios de sí mismo?

Un abrazo, mon ami.

Emilio Calvo de Mora dijo...

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