I
Lo
malo de no saber leer entre líneas es que te puedes perder el meollo de
las cosas, la sustancia del texto, la trama invisible escondida en la
trama que se ve. En lo de Camps, en su absolución judicial,
leemos a tientas, un poco perplejos y otro poco azorados, el fallo
público, el que se iza a lomos de la realidad como un sol cabalgando un
horizonte, lo que le exime de rendir cuentas a la sociedad y lo aúpa
otra vez (ya lo ha dicho él mismo) a la cosa política, al gobierno de
sus asuntos. Lo de los juicios es una materia más novelística que otra
cosa. Los airean fascicularmente. Los venden arropados por una campaña
de márketing que ya quisieran algunas producciones de la industria del
entretenimiento. Al público no le importa en demasía la naturaleza del
delito que se juzga. Lo que le pone es disponer de un material narrativo
de primer orden, con sus inflexiones argumentales, con su vértigo
literario y con su ración decimonónica de suspense. Una trama con
ribetes trágicos o una confiada a la riqueza metafórica de lo corrupto.
Un desgraciado episodio criminal o uno más venial del tipo vaciamiento
de las arcas municipales o la invención de una sociedad fantasma que
bombea euros a un paraíso fiscal en las islas Caimán. Lo venial nos
decían que no era mortal. Ahora sabemos que los pecados mortales solo
suceden en las misas de los domingos. Una buena misa de domingo es en
realidad un juicio velado. El pecado sustituye al delito. Si a la
religión le extirpamos su naturaleza estrictamente literaria pierde todo
su poder de fascinación. Si a los juicios ordinarios le extraemos su
condición novelística la pierden también. No me atrevo a pensar (o sí)
qué sucedería si eliminamos de la Historia del Cine el género judicial.
Tampoco si a la literatura evangélica le substraemos de cuajo todo lo
que ataña al Juicio Final. Vengan a mí sus trompetas, el apocalipsis me
ciegue si miento.
II
En
estos tiempos, un juicio es, más que un conflicto librado entre dos
partes que se dirime al amparo de la ley, un espectáculo mediático de
primer orden., una especie de thriller en el que el suspense guía toda
la trama. Dicho todo esto de otro modo: la realidad es un negocio, la
creación entera es un fantástico artefacto industrial en donde Camps o Urdangarín o Garzón
son en el fondo piezas intercambiables, actores patrocinados. Los
trajes del expresidente valenciano o los cheques del yerno del rey son,
en realidad, los mcguffins necesarios para que ruede la trama. Incluso
se engrandece al personaje cuando lo azota el peso de la ley y se
sientan en el banquillo de los acusados. Hoy nadie omite de la biografía
de Oscar Wilde, de su grandeza literaria, el juicio en el que se
le acusó de indecencia grave. Nadie excluye la indecencia de los
ingredientes del arte. En el ángulo bastardo de esta reflexión caigo en
la cuenta de un programa, no sé si ya difunto, en el que se recreaban
juicios alternativos a los aparentemente legítimos. Novelas de serie B.
Pulp fiction pura. Pecadillos de la masa proletaria.
4 comentarios:
Es cierto que los trajes son un mcguffins. En el caso de Camps, lo peor no es la indecencia de trapichear con unos trajes sino que ha dejado a su Comunidad en la ruina más absoluta. Eso debería ser un delito castigado con severidad. Saludos
No habrá ningún castigo para él, puesto que se le considera no culpable (¿es inocente?).La peremne sonrisa de este hombre forma parte ya de nuestros castigos.
Permíteme, Emilio, copiar y pegar como comentario a esta entrada en tu blog lo que, pensando en la justicia, subí ayer al facebook:
"¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados...! ... No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen." (Don Quijote de la Mancha, primera parte, capítulo XI. Miguel de Cervantes).
Quizá predomine lo novelesco, la trama inquietante, los personajes engañosos... Cierto morbo en los espectadores... No lo sé, pero a mí todo esto me da mucho asco y no puedo permanecer impasible.
Publicar un comentario