21.10.11

Elogio del hermoso perdedor




Conmueve saber que un yo tan complejo y tan lírico como el de Leonard Cohen, a decir de él mismo, no esté terminado. La idea de que algo concluya enteramente molesta a la inteligencia de un hombre que ha asumido su levedad en el mundo, la frágil travesía de los años. Al final se muere uno. De la muerte hablan muchas de las canciones de Cohen. La suya, la muerte de la que escribe en sus canciones, es casi siempre una muerte matrimoniada con la belleza, con el final de la sensibilidad que hace que el ser humano sea una criatura maravillosa. Lo único que nos hace verdaderamente nobles es el amor a esa belleza, un tipo de amor que no se deja chantajear por otros amores subalternos como el dinero o la fama o la infame mixtura de esos dos componentes terribles en sí mismos. El Cohen que ha recibido hoy homenajes en la entrega del Príncipe de Asturias de las Letras, es un poeta antes que un músico. La poesía viene de un lugar que nadie controla, ha dejado dicho esta noche en el teatro Campoamor de Oviedo. Lo ha dicho sin papales. Un poeta sin papeles. Una especie de indocumentado con una iluminación. Al poeta de verdad se le revelan ciertos códigos que no precisan ser escritos para que puedan ser pronunciados en cualquier ocasión. Y no hace falta ser un orador formidable ni tener las tablas (las dramatúrgicas y las personales) que se le suponen al hombre Leonard Cohen, el que lleva cuatro décadas yendo de un sitio a otro (con un intermedio zen y alguno que otro tóxico en todos los hermosos hoteles del mundo) para salir a la palestra, delante del mundo, y contar cómo se enamoró de España y de su amado Lorca. Ha hablado de la fragancia de la madera y de las chocolatinas del minibar en el que anoche no supo encontrar el tono con el que agradecer el honor que le imponía la Fundación de los Premios, pero de lo que verdaderamente ha hablado Leonard Cohen es del misterio, el que se produce cuando el creador se encuentra solo y avanza, a tientas, sin referentes, por los caminos de la belleza. Y no siempre se encuentra. Cohen es lo suficientemente inteligente como para saber que esa virtud que en ocasiones expresa en canciones y en libros es un regalo, un privilegio del azar o de la conjunción de los muchos azares que conforman ese misterio precioso que nadie controla y que nadie conquista.

El modo en que hoy Leonard Cohen ha agradecido el homenaje es hermoso porque Cohen se ha quitado de enmedio. Ha formulado una prehistoria de esa revelación telúrica, del hecho mismo de la confidencia íntima que en un momento de su vida hizo que un muchacho de Montreal, sin afecto remarcable por la música ni empeño en que la música y las palabras de la música fuesen con el tiempo su oficio, de pronto contemplase cara a cara la belleza, la consigna estricta de un método de trabajo y de una fascinación pública por la belleza absoluta de ese trabajo. La poesía es un trabajo al que uno se entrega sin advertirlo. Esta noche Leonard Cohen, contándole a la audiencia su amor por España, la importancia de la fragancia de la madera de su guitarra Conde (luthiers de aquí, madera quién sabe si de la tierra granadina en la que fusilaron a su Lorca) y lo baladí (en el fondo) de elegirle a él en concreto cuando lo que se festeja en estas ocasiones es la importancia capital de la poesía. Quién sabe (pensará el poeta en su retiro espiritual) si la paz en el mundo sería un logro más factible si oliéramos la fragancia de las hojas en los libros, si pensásemos de vez en cuando en la voz de la tierra, al contarnos su historia, la nuestra.


5 comentarios:

Ramón Besonías dijo...

Cohen, convertido en "príncipe", y ETA retirándose. ¿Se puede tener mejor día?

Brindo como tú, Emilio, por Cohen y la concordia. Amén.

Juan Herrezuelo dijo...

No pude ver la entrega de los Asturias por primera vez en varios años y a pesar de la presencia de mi admirado Cohen. Me estoy quitando de la tele como quien se quita del tabaco o de otros hábitos estériles. Tu crónica, tan a tu estilo brillante, completa lo que ya me contaron ayer unos amigos: la historia de aquel joven español en Montreal que le enseñó los primeros acordes de guitarra y un buen día se suicidó (así me lo contaron, repito) sin que Leonard llegara a saber nada de él.
Supongo que este beautiful loser abrió en el Campoamor la caja de las especias de la tierra, supongo que tensó músculo mental con la energía de los esclavos...

Emilio Calvo de Mora dijo...

El príncipe Leonardo, qué bien suena. Parece una obra perdida de un Shakespeare sin vender todavía. ETA retirándose, que no retirada. El gerundio conviene al fondo del asunto. Un día mejor se puede tener, pero no hay que ser demasiado exigentes, amigo. Brindo ahora mismo (es sábado, esto lo escribiste ayer) con una cerveza de barra nuestra a la espera de compartir una hora en directo, compartiendo algo más que una pantalla, Ramón.

La vi por youtube, que es un remedio fantástico. Me causó una honda impresión el bueno de Cohen en su alocución. Me gusta, sobre todo, su voz, Juan, una voz profunda como salida del mismo fondo de la tierra y gravitada alrededor nuestro, como un sacerdote del aire que sabe que en el aire sus palabras se extiende y terminan alojándose en un córtex profundo de nuestro ser. Soy de Cohen, aunque he oído discos malos y he aceptado que el genio tiene días malos. Y los tengo yo también, claro. Un abrazo. Hago extensivo, Juan, el deseo de que un día, ay el azar, ay los propósitos, nos veamos. Manda a mi correo el tuyo (el mío lerospitolas@yahoo.es) y empezamos por ahí...

Ana dijo...

Me quedo con la voz que le sale de no sé donde. No sé inglés y le tradujeron ayer, en directo, pero
me daba igual que decia porque esa voz me contaba cosas que entendía. Es un poeta incluso conla voz utilizada como un instrumento. Me quedo con Suzanne, qué preciosa.-

Olga Bernad dijo...

No lo he visto aún, pero leyéndote lo he imaginado. Y, cuando lo vea, lo haré ya inevitablemente a través de tus palabras.
Me voy a oír el vals.

Comparecencia de la gracia

  Por mero ejercicio inútil tañe el aire el don de la sombra, cincela un eco en el tumulto de la sangre. Crees no dar con qué talar el aire ...