Descreo de quien se encapucha para contar lo que le pasa por la cabeza. A los que han acometido hoy el encargo de dar voz al final de ETA y anunciar el cese de la actividad armada se les descree siempre. Incluso cuando uno atisba que esta vez, sin la rutina de las condiciones laterales de otras veces, la cosa va en serio y no hay marcha atrás. Es lo que tiene la confianza con quien te habla y no da la cara. Que siempre te escama un doblez en un sintagma, un gesto que la capucha tapa a posta. ETA dio al diario Gara un video para que el país entero, esta España harta de anunciados fallidos, dejara a Gadafi en segundo plano (que es ya un papel secundario para ese sanguinario comodín de las democracias pobres en petróleo, truhán y señor según quién escribe la biografía y cuándo la escriba) y mirara la televisión con incredulidad o con esperanza o con una mezcla fascinante entre ambos componentes emocionales. No sé si los activistas estaban al tanto de que el día era el propicio. Con tal de que sea verdad, decían hoy en la radio. Lo es, al parecer. Carezco de la autonomía crítica que me permite ir más allá de donde me colocan los informativos de todas las agencias y de todos los medios de comunicación. Soy una especie de ágrafo en los vericuetos internos de esta rendición sin condiciones. Sé que ETA empezó a matar cuando yo tenía dos años y que ha estado haciéndolo hasta hace bien poco. Sé que las víctimas no han sido nombradas en su comunicado y que no ha existido una frase que induzca a pensar en la desarticulación de los comandos o en la entrega de las armas.
Sé que hoy es un día grande y es también un día triste. Se mezclan en los días particularmente relevantes lo glorioso y lo infame. Piensa uno en la maquinaria asesina de estos cuarenta y tres años de barbarie y en cómo, al final, todo ha quedado en un comunicado calcado a los demás salvo en que en esta ocasión, por obra del esfuerzo de la política y de la implacable voluntad del pueblo, el lenguaje ha sido el que siempre quisimos escuchar. El final no ha sido todo lo solemne que los encapuchados, esos tres representado algunos más agazapados, invisibles todavía, hubiesen querido. No han hecho otra cosa que matar y creer, contrariamente al raciocinio y a la bondad pura, que la sangre vertida era materia narrativa del conflicto, la doliente evidencia de que la capucha también estaba adentro. Hoy es un día hermoso y es también un día terriblemente triste. De una tristeza imposible de explicar para los que hoy, al acostarse, pensarán en los suyos inexistentes, en esas ochocientas y pico víctimas del terror. Ellos, en esta noche de octubre en el que le han pegado un tiro en la cabeza a Gadafi, no conciliarán el sueño. Repasarán el dolor a la búsqueda de un rasgo de cordura en su existencia. No hay razones en ese dolor absurdo que provoca el fanatismo ajeno. Uno no entiende el dolor jamás, pero éste es uno de los que se entienden menos. Así que me permite descreo con optimismo, al menos. Me suena a cansado el mensaje, pero es el mejor de los mensajes. Queda aliviar la fiebre de la memoria. Queda inventar un país donde se pueda convivir después del anuncio. No lo ha habido en los últimos cuarenta y tres años. Ese es el trabajo por hacer. La pena es que haya quien no pueda comprobar que al final de la trama se demostró lo de siempre. Que los malos pierden y no se rebajan a reconocer el mal que hicieron y los buenos, los que estaban bendecidos por la gente ésa de buen corazón a la que hoy aluden todos los políticos en las ruedas de prensa, en el happy end de rigor, lloran. Es verdad que es un día feliz, un festejo de la democracia y de la bondad de las causas nobles, pero no se puede poner uno a dar saltos.
Sé que hoy es un día grande y es también un día triste. Se mezclan en los días particularmente relevantes lo glorioso y lo infame. Piensa uno en la maquinaria asesina de estos cuarenta y tres años de barbarie y en cómo, al final, todo ha quedado en un comunicado calcado a los demás salvo en que en esta ocasión, por obra del esfuerzo de la política y de la implacable voluntad del pueblo, el lenguaje ha sido el que siempre quisimos escuchar. El final no ha sido todo lo solemne que los encapuchados, esos tres representado algunos más agazapados, invisibles todavía, hubiesen querido. No han hecho otra cosa que matar y creer, contrariamente al raciocinio y a la bondad pura, que la sangre vertida era materia narrativa del conflicto, la doliente evidencia de que la capucha también estaba adentro. Hoy es un día hermoso y es también un día terriblemente triste. De una tristeza imposible de explicar para los que hoy, al acostarse, pensarán en los suyos inexistentes, en esas ochocientas y pico víctimas del terror. Ellos, en esta noche de octubre en el que le han pegado un tiro en la cabeza a Gadafi, no conciliarán el sueño. Repasarán el dolor a la búsqueda de un rasgo de cordura en su existencia. No hay razones en ese dolor absurdo que provoca el fanatismo ajeno. Uno no entiende el dolor jamás, pero éste es uno de los que se entienden menos. Así que me permite descreo con optimismo, al menos. Me suena a cansado el mensaje, pero es el mejor de los mensajes. Queda aliviar la fiebre de la memoria. Queda inventar un país donde se pueda convivir después del anuncio. No lo ha habido en los últimos cuarenta y tres años. Ese es el trabajo por hacer. La pena es que haya quien no pueda comprobar que al final de la trama se demostró lo de siempre. Que los malos pierden y no se rebajan a reconocer el mal que hicieron y los buenos, los que estaban bendecidos por la gente ésa de buen corazón a la que hoy aluden todos los políticos en las ruedas de prensa, en el happy end de rigor, lloran. Es verdad que es un día feliz, un festejo de la democracia y de la bondad de las causas nobles, pero no se puede poner uno a dar saltos.
7 comentarios:
Te contesto en el guión.
guión revuelto
el comunicado me ha dejado frío. Tanto tiempo esperando algo así... ya se me pasó el hambre. Desconfío de los encapuchados pero también de gran parte de los nuestros. ¿De qué seremos capaces ahora? Saludos
Me lo creo a m eidas, pero coincido con el tono más o menos optimista de los medios, que algo por donde empezar es esto, que los asesinos han decidido abdicar por el peso de las leyes y de la justicia democrática. Un día feliz, sí, y triste, sí, m uy triste por todos los dolores que han causado a tantas familias. Me gustó anoche ZP hablando y Rubalcaba; no así un Rajoy soso que le viene grande todo, incluso esto, y eso que no estoy yo muy por la labor socialista últimamente....
Conflicto, conflicto... Ahora lo llaman conflicto.
¡¿Pero no era terrorismo!?
Felicidades, Emilio. Por tu claridad de ideas y tu visión del "conflicto".
He intentado hacer algo así en mi blog, esa voz que faltaba por parte de los protagonistas del guión etarra. Me gustaría que algo de lo que he escrito fuera real. No sé qué pensarás tú. Hay quienes me llaman hijo de puta…
Piénsalo, Emilio, pese a que ETA no quiera reconocerlo y nos venda una moto de dudosa cilindrada, ayer fue un día feliz, para los que no son ellos, es decir, casi todos. Por primera vez, la Democracia vence al terror, le obliga a retirarse, a ceder. La puesta en escena de ETA vende el relato como un proceso dentro de su eterna lógica victimista, del pobre pueblo oprimido por la maquinaria estatal. Pero ayer, cuando oí a los encapuchados de siempre afirmar que se retiraban, vi por primera vez a la ciudadanía en alza contra estos miserables.
Cierto que habrá que estar en vilo, pero joder, qué bien sienta ver de vez en cuando a estos hijos de puta doblegarse. Uf!!!
Hoy la alegría es menos alegría y hay quien la ensucia con torpes inclinaciones al pesimismo. Sólo admito pesimismo en quienes perdieron a alguno de los suyos en la barbarie de los años de la sangre. En lo demás, alegría, coño, alegría enorme de verlos ahí, encapuchados, pero rebajados a perdedores. Quieren dinero, lo sabemos, quieren volver a los antiguos tiempos en donde extorsionaban y sacaban su pasta para hacer agujeros en el bosque y esconder armas. Son unos desgraciados, pero hoy lo son más todavía. Un buen artículo y un excelente, digo excelente, excelente de verdad, blog. Un saludo, y volveré a caer por aquí a leer buena prosa.
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