“La humanidad no soporta la idea de que el mundo surgió por casualidad, por error, sólo porque cuatro átomos insensatos chocaron en cadena en la autopista mojada.“
Umberto Eco, El péndulo de Foucault.
Una vez tuve un ardor metafísico. Sentí una opresión en el pecho, un quebranto existencial a medio camino entre la revelación cuántica y la homilía dominical y, ya por fin, una paz de espíritu que no conseguía ni leyendo después de la siesta los opúsculos de Paulo Coelho. Es en esos momentos cuando uno adquiere verdaderamente la dimensión exacta de su existencia. Se ve arrojado al cosmos, pero ha descubierto la vía por donde se puede obrar la extracción. El cosmos es un lugar terrible porque está muy oscuro. Carl Sagan se obcecó en contarnos de forma amena los entresijos estelares, pero yo siempre fui muy de Darth Vader y el cosmos que más me fascina es el que dirige George Lucas. No puedo evitar que la calentura mística se enturbie con texturas pulp y salga de adentro, cual alien del pecho de John Hurt en la Nostromo, el yo que tras los años considero más mío, el que bebe de Julio Verne, de J.J. Abrams y de Robert Louis Stevenson, padres (a distintos niveles, por supuesto) de la literatura (escrita o ágrafa) más lúdica y fascinante a la que uno puede acudir para crecer en armonía y no sentirse después un paria del sistema, un obrero cualificado, pero zombi, una criatura de una ortodoxia insultante, un engendro polimórfico que sólo sabe hacer zapping y dejarse contaminar por los bodrios de telecinco y por las tertulias tóxicas de intereconomía. Pero no se puede estar seguro ni siquiera en la propia conciencia. Afuera pasan cosas terribles. Mi amigo Miguel quiso el otro día salir de su propia conciencia. No salir, no saber, no sentir. Le recomendé que lo hiciese. A pesar del ruido, del vértigo, de la fiebre. El mundo son cuatro átomos mal cosidos. La metafísica es el único refugio una vez que hemos abandonado la política. Ni los que no creemos en el más allá y en la santa iglesia tenemos ya asidero moral en la ciencia. Estamos vendidos. Ojalá nos viniese a ver un ángel y nos iluminase. Malos tiempos para un blogger sin fe.
7 comentarios:
Engendro verborreico, eso eres.
Un saludo afectuoso.
paco
Coincido contigo en buscar refugio en la metafísica, en el escepticismo voluntarioso, en la química besitranesca, en el dormir amodorrado mientras el mundo pasa vertiginoso alrededor, buscando estar dentro de una burbuja donde no exista dolor, ni el tráfago que supone la realidad. Imagino que es un lujo, ese, sólo apto para los que comemos todos los días y no nos echan del piso por no poder pagar la hipoteca… La metafísica es el refugio de los inanes y esperar ángeles es tan inútil como la tarde en que dos vagabundos esperaban la llegada de alguien que les diera sentido. Pero ¿qué más da si existe o no? No estamos jodidos, de momento, pero quién sabe… La metafísica no nos librará de la angustia. Ni nos libra.
Refugios. Sí son necesarios, pura supervivencia. Pero afuera llueve, y tarde o temprano debes salir, mojarte, ser un perplejo más, calado por las circunstancias, incluso cómplice de ellas.
No creo en otros refugios que los terapéuticos. El resto son excesos que acaban demandando su tributo.
¡Ay!, amigo, no era yo el que pretendía escapar de mi conciencia, era mi alter-ego, el protagonista de mis obras completas que reproduzco aquí(por ilu..., digo por alusiones):
"Estoy encerrado en una cápsula de mi conciencia. Por favor, ¡sáquenme de aquí!"
Pero, flaca memoria, amigo, tú lo que me dijiste es que no saliera: ¿En qué quedamos?. Por cierto Alberto comentó que en realidad no me daba cuenta de que jamás había tenido conciencia.
A lo mejor es que la conciencia es el propio Cosmos: ¡No hay escapatoria!
Tienes toda la razón. Últimamente solo pienso eso. Leo y oigo a la gente y todo el mundo tiene razón. Tengo la conciencia para el arrastre. Qué diferencia de hace apenas unos años, como cantaba Sabina, entonces nadie tenía razón.
Pero tú la tienes. Firmaría tus cuatro últimas líneas.
Saludos.
_El mundo es un tango y no sabemos bailarlo.
Rafa
El mundo de mi infancia, plagado de fatalidades exteriores e interiores, fue solapado por los otros mundos que llegaron a mis ojos en formato cómic o en matinés de domingo. Gracias a todo aquello me salvé y aprendí a vivir a mi manera. Osease, de la manera que no se debe vivir.
Recuerdo aún los jueves por la noche, cuando Sagan se ponía delante de la pantalla con un infinito negro a su espalda. Recuerdo los libros de Asimov, los de Vernes y, después, los de Philip K. Dick, Arthur C. Clark, Alan Moore y los mundos oscuros y sin embargo adictivos de Lovecraft. Mi deuda con ellos es impagable. Legar mi pasión por ellos es mi único modo de agradecer tantas horas de dicha y una vida entera a su sombra.
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