Dios en palabras de Trueba, pero Dios a veces para este cinéfilo doméstico y amateur, abordó a la prensa nada más finalizar el rodaje de La tentación vive arriba y les regaló una de esas frases rotundas de las que no es posible escaparse en vida. "Me han preguntado si volveré a trabajar con Marilyn Monroe, y tengo una respuesta clara para eso. He discutido tal posibilidad con mi médico, con mi psiquiatra y con mi contable, y todos ellos me han dicho que soy demasiado viejo y demasiado rico para someterme de nuevo a una prueba semejante".
Dios recibió en el rodaje a Maurice Chevalier y la diva se arrimó a la reunión. No siendo una diosa, era lo más parecido que había en un plató del divino Hollywood, pero Marilyn era terrena, accesible, reducible a un canon femenino, y ardía el aire cuando abría la boca, siempre según comentarios a prensa de Billy Wilder, a la sazón, y en adelante, oh Dios, el Dios o Dios en palabras de Trueba.
Los tres se ríen por alguna circunstancia que de seguro no trae la risa como aliño. Y no porque el director Wilder no tenga sentido del humor ni porque Maurice Chevalier, el astro de la canción, no sea sincero con esa sonrisa escandalosa. Es porque la que sobra, ay a mi pesar, es la actriz, que es un tormento para Wilder y quizá para ella misma. Un tormento antológico. De ésos que causan migraña en quienes los padecen.
Tengo yo a Billy Wilder por mesurado, por paciente y lo tengo, he aquí el mayor logro de destrenzamiento psicológico al que he podido llegar, por un hombre con un exquisito sentido del humor. Sólo hay que ver qué films hizo para no hacer peligrar jamás esa hipótesis. Aun con todo, a riesgo de amenazar ese estado alegre de las cosas, Wilder no soportaba a la Monroe. Por llegar tarde como norma (Jean) . Por encerrarse durante horas en su camerino. Por no recitar sus diálogos a satisfacción suya. Por ser (al cabo) una comedia menor con una actriz impuesta desde arriba. A pesar de todo eso, Wilder admiraba a la buena Marilyn escondida debajo. La mujer capaz de hacer un papel de forma impecable si los astros o alguna arcana coreografía de estrellas la iluminaban. Se trataba justamente de eso: de iluminación. Por alguna extraña razón, la actriz Monroe no tenía nada que ver con la Monroe mujer. Se podría odiar a una y amar a la otra. Entra en lo razonable esperar siempre lo más sublime de quien no alcanza, a simple vista, a elevar vuelo y a procurar el asombro a quienes lo rodean.
Carnal, dulce, rotunda, la mujer joven entre los dos viejos de la fotografía pide a gritos que no la miren. En el fondo, no me miren. Hagan como que no soy carnal ni dulce ni rotunda. Busquen en mí otra cosa pero no ésta que aquí muestro. Eso parece decir. Eso diría (quizá) para sus adentros. Nunca lo sabremos.
Pero Dios es munificiente con todas sus criaturas y en todas ve el alarde de su aliento primigenio. Esta deidad, siempre en palabras de Trueba, no razonó jamás su debilidad, nunca explicó a sus iguales (a ver, John Ford, Preston Sturges, Howard Hawks, William Wyler, Jean Negulesco, Fritz Lang) lo empecinada que estaba su alma en encontrar, en la mediocridad, el genio.
Tengo yo a Billy Wilder por mesurado, por paciente y lo tengo, he aquí el mayor logro de destrenzamiento psicológico al que he podido llegar, por un hombre con un exquisito sentido del humor. Sólo hay que ver qué films hizo para no hacer peligrar jamás esa hipótesis. Aun con todo, a riesgo de amenazar ese estado alegre de las cosas, Wilder no soportaba a la Monroe. Por llegar tarde como norma (Jean) . Por encerrarse durante horas en su camerino. Por no recitar sus diálogos a satisfacción suya. Por ser (al cabo) una comedia menor con una actriz impuesta desde arriba. A pesar de todo eso, Wilder admiraba a la buena Marilyn escondida debajo. La mujer capaz de hacer un papel de forma impecable si los astros o alguna arcana coreografía de estrellas la iluminaban. Se trataba justamente de eso: de iluminación. Por alguna extraña razón, la actriz Monroe no tenía nada que ver con la Monroe mujer. Se podría odiar a una y amar a la otra. Entra en lo razonable esperar siempre lo más sublime de quien no alcanza, a simple vista, a elevar vuelo y a procurar el asombro a quienes lo rodean.
Carnal, dulce, rotunda, la mujer joven entre los dos viejos de la fotografía pide a gritos que no la miren. En el fondo, no me miren. Hagan como que no soy carnal ni dulce ni rotunda. Busquen en mí otra cosa pero no ésta que aquí muestro. Eso parece decir. Eso diría (quizá) para sus adentros. Nunca lo sabremos.
Pero Dios es munificiente con todas sus criaturas y en todas ve el alarde de su aliento primigenio. Esta deidad, siempre en palabras de Trueba, no razonó jamás su debilidad, nunca explicó a sus iguales (a ver, John Ford, Preston Sturges, Howard Hawks, William Wyler, Jean Negulesco, Fritz Lang) lo empecinada que estaba su alma en encontrar, en la mediocridad, el genio.
"Cualquiera puede recordar un diálogo. ¡Pero es necesario ser un verdadero artista para salir al plató sin saberlo y, sin embargo, hacer la interpretación que ella hizo! Incluso pensaba en repetir. Si quisiera a alguien que llegase a su hora y se supiese sus frases perfectamente, tengo una vieja tía en Viena, también actriz, que estará ahí a las cinco de la mañana y nunca se equivocará en una sola palabra. Pero, ¿quién quiere verle a ella?"Billy Wilder
5 comentarios:
Dios en palabras de usted y de Trueba era de verdad un ser divino y transigir con las estrellas es a veces cosa de dioses, de gente por encima de las humanas deb ilidades.
Me encantó el pst, y le insto a que escriba más sobre estas Notas del Cine.
Un lector
A. M. N.
Wilder es, como para ti, amigo, uno de los grandes. Me encanta (palabras literales) su cine y su verbo. Leí y vi numerosas entrevistas que se le hizo y él mismo es ya un personaje que quisiera uno encontrar en una barra libre para compartir fobias, deseos y descartes.
De Wilder comparto su idea del amor, ese romanticismo sin lírica, sin carne rosa, apegado a la tierra, siempre alegre; escéptico, pero entregado. Donde no haga falta decir te quiero, porque se huele en el ambiente. El final de "El apartamento" habla por sí solo.
Comparto con Wilder su cinismo sin violencia, su ironía certera, sus aforismos calibre 52. Aún así, pese a su mala leche verbal, Wilder sugiere bondad, ternura, conmiseración hacia los seres humanos. Mostrar las miserias no implica odiar a tus congénereres.
En cuanto a la foto, he de ser sincero, en lo primero que me fijé fue en el escote generoso y el vestido horrendo, exagerado, de la Monroe. La naturaleza manda... Y el chocolate, espeso.
Joder, se me ha escapado un borrador. No prentendía ser tan minimalista...
Vengo de Barra libre, que me recomendó un amigo, y llego a este perimer escalón, y la verdad es que estoy encantada. Buena prosa, buena letra, buen sentido del ritmo, buen sentido de la ocurrencia, estoy verdaderamente encantada, y ahí ando yendo de una barra a otra, a ver en dónde me quedo esta tarde. De momento, aquí. Con Dios, en buenas manos,...
Fue el cine, A.M.N, el que animó esta página. Ahora es un batiburrillo. Gracias por entrar
Wilder es el grande entre los grandes. Creo con Ford y Hitchcock es el director con más películas que a mí me gusten. Me gusten imperecederamente. Forever and ever. Eso es un clásico. El final de El apartamento es una cosa sublime. Podría rebobinar y acceder a él sólo por verlo, degustarlo, de nuevo. Prescindiendo del film.
Exageradamente, claro.
Imagino, Mycroft.
Estupendo ir de una casa a otra. Son tuyas todas, Alicia. De la mía hablo por mío, pero estoy bien seguro de que Miguel, Malena, Ramón, Pco y un servidor estaremos encantados de tenerte de barra libre en nuestro bar.
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