10.4.11

Jueves Ateo



Una cosa es ser ateo o agnóstico o no comulgar con los preceptos de la ley cristiana y otra tomar las calles y azuzar a los unos contra los otros. La mal llamada procesión atea convocada para el Jueves Santo en el centro de Madrid es un acto beligerante, sin sustento filosófico, destinado a jalear a los militantes despiertos y a sacar del letargo a los dormidos. La militancia en asuntos teológicos debería quedarse adentro: uno profesa la fe que desea o no profesa fe en absoluto, pero respeta al otro, al que no comparte lo nuestro. Lo del Jueves Santo en Madrid no es una festividad atea; ni siquiera está al servicio de la discusión entre gente razonable. Los que la convocan se afilian sin ambages al extremismo. Abandonan el sentido común y sólo se dejan llevar por instintos bastardos. No siendo yo feligrés de ninguna iglesia y sintiéndome un descreído convencido en todos estos trasuntos del alma, me declaro ahora dolido, sencillamente alarmado por el ensañamiento con el que se debaten en este país las ideas. Ahora religiosas, pero mañana judiciales o políticas o incluso deportivas. Faltará cultura, faltará didáctica. A poco que nos descuidemos, si siguen las cosas escorándose hasta estos extremos no deseables, terminaremos pintando en las paredes de las iglesias, interrumpiendo la misa con soflamas nihilistas, prendiendo cerillas en las alfombras que van al altar. 
Tiene esta España nuestra una poco noble tradición iconoclasta. Somos por naturaleza, por herencia cultural o por adherencias totémicas de todos los pueblos que nos han impregnado durante milenios, una nación desobediente, de fácil contento anímico, de gentes crecidas al sol y al dictado orgánico de la tierra. De misa de doce y vino a la una, de rezo público y pecado privado. Lo único que no desea el español es que se le desactive el itinerario festivo de santos y de procesiones, de vírgenes bajo palio y primera comunión con ropa de marinerito. Sabe en el fondo de los peligros de un país de un materialismo salvaje,al que extirparon todas las imágenes y del que borraron a golpe de procesión atea los lazos metafísicos con un Dios vivífico, atento a los quebrantos de sus hijos y convertido en mentor, en protector, en la invisible razón que excluye todas las demás razones.
Una cosa es que se retiren los crufifijos de las aulas o que a uno se le pongan los pelos de enhiesta punta cuando ve a los jerifaltes de la curia hablar en público y soltar por esa boca carpetovetónica exabruptos y absurdos varios y otra bien distinta es que se invade el territorio de lo más acendradamente suyo, que es el culto, la creencia en el más allá, la legítima manifestación de sus credos. Creo que la libertad de conciencia, si no está bien legislada, puede conducir a que la cohesión social se tambalee. Mi religión o mi ausencia de religión no debe rozar la religión o la ausencia de religión de los demás. No está escrito en ningún sitio fiable y consensuado por todos que mi visión del paraíso tenga que coincidir con la visión del paraíso de los otros. Puedo elegir que mi dios sea un router, un algoritmo de google o un solo de guitarra de Jimi Hendrix. Esa elección no me descalifica. Tampoco que mi vecino elija a un santo y acuda a diario a misa y se entregue allí al completo dominio de su alma. Le dolerá ver una procesión de hostiles. Al hostil, en cambio, dudo que le duela (si no se exceden, si no caen en la misma barbarie, si no se afilian y sacan a la calle sus hordas bárbaras, que también las tienen) la legión de fieles que anima los templos y llena las calles. Yo no voy con entusiasmo a ver pasos de Semana Santa. No me emociono ni me siento sensible ni frágil delante de la figura de Jesucristo. Acepto, sin embargo, la emoción de mi igual. Caso contrario, en el momento en que me oponga en demasía, tardaré poco en ver cómo se mofan de que adore los riffs de Jimi Hendrix y de que rece al cielo (esa abstracción, ese arcano) para que no abandone y me dé sensibilidad para seguir disfrutando de mis días en la tierra.

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4 comentarios:

Ramón Besonías dijo...

Iconoclastas e iconófilos. Los extremos, al fin y al cabo, amigo Emilio. Tierra de pendencieros o pusilánimes, santos y ladrones...

Y si la religión se cuela en el plan del día, más aún. Besamos el santo que escupimos. España es beata y atea. El caso es dejar notar que se es. ¿Sentimiento de inferioridad? ¿Infantilismo? ¿Aburrimiento? ¡Quién sabe!

Emilio Calvo de Mora dijo...

Hago valer en el fondo mi derecho a adorar a quien me plazca. Si se cumple, si no es frenado por la negativa de otro al que no le vaya mi devoción, seré feliz. Así yo con las devociones ajenas. Tuve un amigo que rezaba para que su bar preferido no despidiera a la cocinera. Un tragón de los buenos. Mi religión, mi cocinera, decía. Ole él. Ole sus rezos. A alguien, imagino, llegaría. A sí mismo. Al éter-

Anónimo dijo...

Admiro sobre todo poder opinar y expresar la opinión sin molestar a nadie. Eso tiene un arte. Los andaluces tenemos manga ancha para todas las cosas de la iglesia y de la fe, y somos capaces de beber el vino del copón y bebernos la taberna entera sin que se ofenda el Cristo al que adoramos. Yo lo adoro y profeso la fe católica. Me duelen los ataques furibundos a la Iglesia y siento esos ataques como un síntoma de los malos tiempos que
estamos pzasando, y que a lo mejor, ojalá no, Dios quiera que no, pueden ir a más. Lo del Jueves Santo, que no sabía, he descubierto aquí, me parece una aberración.
Entiendo su postura y la entiendo y admiro más sabiendo que sus ideas no son en absoluto como cuentas religiosas.
Un saludo de un cfristiano razonable, que hay todavía, no creas.
Me ha gustado mcuho descubrir este espejo de muchos sueños.

Pedro Gómez Cantarero

Arturo Ceballos dijo...

Bien por la tolerancia, bien por la mesura, bien por las palabras bien calculadas, bien hasta por la discrepancia creativa.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.