Avanzo aquí mi simpatía por Javier Mariscal. Se la ganó anoche cuando declaró sin pudor, sin asomo de doblez, su devoción al gremio de los actores. Muchos de ellos, algunos de los que últimamente han registrado su talento en el cine, estaban allí, festejando los premios anuales de la Academia. Les dijo lo feliz que se sentía al sentarse en una butaca y ver las películas que ellos hacían. Su alocución debió merecer una atronadora salva de aplausos, pero el gremio de los cómicos, las huestes iluminadas por la farándula, no se excedió en demasía y le agradecieron sin entusiasmo su declaración de amor sin condiciones. Tampoco Mariscal lo buscaba. Yo hubiese dicho lo mismo o lo hubiese dicho de parecida manera. A la gente del cine le debo una parte de mí y a estas alturas de la trama, como escribió Gil de Biedma, uno debe ser agradecido a quienes han velado por esa felicidad a la que íntimamente todos propendemos.
A los del cine les debo esa ración diaria de asombro sin la que vivir sería otra cosa, no sé exactamente qué cosa, pero no ésta gozosa, de historias que los demás escriben y filman para que yo, sentado en esa butaca, escape de la realidad y acceda a un territorio sublime, al único refugio en donde el tiempo se detiene: la ficción. Luego está el cine como industria, el cine al margen del cine, el cine considerado como un oficio remunerable. Y quién duda que debe serlo. No creo que ese anuncio de fuga de Álex de la Iglesia (hermoso discurso) produzca ningún cataclismo. Basta que Santiago Segura arrase este mes próximo en taquilla o que Amenábar o Almodóvar paseen otra cinta de relumbrón, de las que se ven en Uruguay y en Minnessota. Basta que haya mejor cine del que hay y la gente acuda a las salas sin el prejuicio de ir a ver cine español. Importa escasamente que sea nuestro. El cliente siempre lleva razón. Todas las banderas se hacen en Hong-Kong, escribió una vez El Roto en una de sus formidables tiras en El País. La bandera del cine español se manufactura con un americano enterrado en Irak que brama en inglés su agonía o se vende con un film catalán (español, al cabo) hablado en la lengua de Pla y de Guardiola. El cine español, en fin, sigue buscándose, se obstina en encontrar una identidad, aunque sea una identidad financiera, una que satisfaga las arcas de los cómicos y sanee las cuentas de los políticos. Yo me quedo con Mariscal. Eso únicamente extraigo de la opereta de anoche. Lo que dijo su director cesante es cierto: Internet es el presente. Los internautas son ciudadanos. Al cine lo va a salvar la banda ancha. Todo conduce a eso. Es el signo de los tiempos. Sólo hace falta idear las vías para que haya pastel y los de siempre, los que lo preparan, saquen provecho. Sólo faltaba que vivieran de los aplausos. Termino: tiene también mi simpatía, no sé si la tenía antes, cuando no había incendio, el señor De la Iglesia.
addenda goyesca porque sí:
.A los del cine les debo esa ración diaria de asombro sin la que vivir sería otra cosa, no sé exactamente qué cosa, pero no ésta gozosa, de historias que los demás escriben y filman para que yo, sentado en esa butaca, escape de la realidad y acceda a un territorio sublime, al único refugio en donde el tiempo se detiene: la ficción. Luego está el cine como industria, el cine al margen del cine, el cine considerado como un oficio remunerable. Y quién duda que debe serlo. No creo que ese anuncio de fuga de Álex de la Iglesia (hermoso discurso) produzca ningún cataclismo. Basta que Santiago Segura arrase este mes próximo en taquilla o que Amenábar o Almodóvar paseen otra cinta de relumbrón, de las que se ven en Uruguay y en Minnessota. Basta que haya mejor cine del que hay y la gente acuda a las salas sin el prejuicio de ir a ver cine español. Importa escasamente que sea nuestro. El cliente siempre lleva razón. Todas las banderas se hacen en Hong-Kong, escribió una vez El Roto en una de sus formidables tiras en El País. La bandera del cine español se manufactura con un americano enterrado en Irak que brama en inglés su agonía o se vende con un film catalán (español, al cabo) hablado en la lengua de Pla y de Guardiola. El cine español, en fin, sigue buscándose, se obstina en encontrar una identidad, aunque sea una identidad financiera, una que satisfaga las arcas de los cómicos y sanee las cuentas de los políticos. Yo me quedo con Mariscal. Eso únicamente extraigo de la opereta de anoche. Lo que dijo su director cesante es cierto: Internet es el presente. Los internautas son ciudadanos. Al cine lo va a salvar la banda ancha. Todo conduce a eso. Es el signo de los tiempos. Sólo hace falta idear las vías para que haya pastel y los de siempre, los que lo preparan, saquen provecho. Sólo faltaba que vivieran de los aplausos. Termino: tiene también mi simpatía, no sé si la tenía antes, cuando no había incendio, el señor De la Iglesia.
addenda goyesca porque sí:
7 comentarios:
Me ha encantado su discurso, francamente, no entiendo porque ha sido una noche desastrosa para Alex...no se lo merece.
Un saludo.
La Pajín, arghhhhhhhh.
Qué goyesca más espléndida.
Qué terrible visiónnnnn!!!!!
la hija de Felipe.
oh dios mío, qué manera de empezar el día... Lo siento.
En lo del cine, de acuerdo hasta la última gota de letra...
Un saludo.
Dice De la Iglesia que Internet, pero pagando. Estoy de acuerdo. Sin que se pasen, que bastante han abusado de precios, con intermediarios, con gente pillando del trabjo de los otros. En internet, pagando. Y se zanja el asunto. Pero... ¿y la tecnología? ¿Habrá HD en la Red? Lo veremos. Estamos en el culo del mundo y queremos leyes de primera potencia.
Dice De la Iglesia que Internet, pero pagando. Estoy de acuerdo. Sin que se pasen, que bastante han abusado de precios, con intermediarios, con gente pillando del trabjo de los otros. En internet, pagando. Y se zanja el asunto. Pero... ¿y la tecnología? ¿Habrá HD en la Red? Lo veremos. Estamos en el culo del mundo y queremos leyes de primera potencia.
El discurso del ex no hizo sangre ni lo pretendió. Quiso reivindicar y espantar miedos atávicos, de esos que tanto gustan a los extremistas ideológicos. Quiso conciliar a su modo. La cara de la Pajín se me antoja casual más que una consecuencia de lo que acababa de escuchar. La belleza no es un don que la adorne. La estrechez de miras, sin embargo, es una tara con la que carga.
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