No me fascinan las historias que se escudan en el espíritu de supervivencia del hombre, en la primacía absoluta del instinto, en cómo las circunstancias, incluso las más adversas, se pliegan ante el determinismo del alma humana. Admito la pedagogía, entiendo la necesidad de ciertas narraciones morales, asumo que el público, casi cualquier tipo de público, requiere de tiempo en tiempo una buena ración de heroísmo para sobrellevar el pesado fardo de la rutina. Danny Boyle, el director con un Oscar Danny Boyle, ha tirado de su estrellato en Hollywood y se ha dejado caer con una de esas historias más grandes que la vida que el público americano (casi cualquier tipo de público americano) recibe entusiasmado y transforma en parte de sus propias vidas.
Nada que objetar a la proeza del hombre enfrentado a los rigores de la naturaleza. No hay argumentos que rebajen la audacia y el ingenio a la hora de salvar el pellejo, pero si se registra ese coraje en fotogramas hay que saber administrar el suspense. Boyle se estrella en la roca fatídica y se dedica durante hora y algo a filmar la historia de un brazo y de su truculento sacrificio. La historia real del alpinista Aron Ralston, atrapado en una grieta de un cañón, es cine legítimo: lo que deslegitima la obra de Boyle y la reduce a una extravagancia semidocumental es la esencia misma del relato: su esclavitud paisajística, su previsibilidad narrativa. Y eso a pesar de que el director, consciente de la cortedad de su proyecto, del reducido alcance de su puesta en escena, se obstine en mover una cámara subjetiva y filme con empeño casi cinegético la travesía del dolor de un hombre, ya decimos, abocado a morir y resueltamente rescatado por ese coraje primario al que Boyle concede todos sus recursos como director.
Coincido con el propio comentario de Boyle acerca de su película: venía a decir que sin James Franco, al que iguala a Pacino o De Niro, la cinta sería una mierda. Literalmente. Yo no llego a tanto: hay en su hora y media momentos líricos (los primeros quince minutos son buen cine y hacen albergar esperanzas) y hay escabrosas soluciones que nada aportan al lucimiento de la trama ni a la creatividad del que la dirige (la realidad evocada, la minimalista - y bochornosa - puesta en escena al más puro estilo National Geographic) Pero Boyle se despeña igual que su protagonista: se queda atrapado en una pedrusco cinematográfico que, sin ser horroroso, sin caer en la vergüenza, la bordea, se sitúa en un límite y pide a gritos que el brazo se pudra en la grieta y el pobre Ralston cuente al mundo su hazaña. Contada está. A hacer caja, vamos.
Nada que objetar a la proeza del hombre enfrentado a los rigores de la naturaleza. No hay argumentos que rebajen la audacia y el ingenio a la hora de salvar el pellejo, pero si se registra ese coraje en fotogramas hay que saber administrar el suspense. Boyle se estrella en la roca fatídica y se dedica durante hora y algo a filmar la historia de un brazo y de su truculento sacrificio. La historia real del alpinista Aron Ralston, atrapado en una grieta de un cañón, es cine legítimo: lo que deslegitima la obra de Boyle y la reduce a una extravagancia semidocumental es la esencia misma del relato: su esclavitud paisajística, su previsibilidad narrativa. Y eso a pesar de que el director, consciente de la cortedad de su proyecto, del reducido alcance de su puesta en escena, se obstine en mover una cámara subjetiva y filme con empeño casi cinegético la travesía del dolor de un hombre, ya decimos, abocado a morir y resueltamente rescatado por ese coraje primario al que Boyle concede todos sus recursos como director.
Coincido con el propio comentario de Boyle acerca de su película: venía a decir que sin James Franco, al que iguala a Pacino o De Niro, la cinta sería una mierda. Literalmente. Yo no llego a tanto: hay en su hora y media momentos líricos (los primeros quince minutos son buen cine y hacen albergar esperanzas) y hay escabrosas soluciones que nada aportan al lucimiento de la trama ni a la creatividad del que la dirige (la realidad evocada, la minimalista - y bochornosa - puesta en escena al más puro estilo National Geographic) Pero Boyle se despeña igual que su protagonista: se queda atrapado en una pedrusco cinematográfico que, sin ser horroroso, sin caer en la vergüenza, la bordea, se sitúa en un límite y pide a gritos que el brazo se pudra en la grieta y el pobre Ralston cuente al mundo su hazaña. Contada está. A hacer caja, vamos.
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5 comentarios:
No aburre en un primer momento, cuando las luces se vuelven a encender y aún quedan restos de aturdimiento. Resulta soporífera, sin embargo, según el recuerdo trata de sacar algo de ella. Danny Boyle es la quintaesencia del cine que pudo ser y no fue. Convirtió una prometedora carrera de obtaculos en un spring perpetuo. James Franco bien, no me fascina ni me carga, como casi siempre. La película hoy es deleznable. Ayer era olvidable y antes de ayer floja. Mañana, me temo, será abominable.
Te dejo, amigo Emilio, en mi último post algunas de las contingencias que sucedieron mientras veía la película.
A mí me agradó, sentí en ocasiones el subidón de su protagonista, su ansia de ser libre, independiente, aunque eso implicase sierto riesgo de perderse en sí mismo o morir.
Si me quedo con algo es con el recurso a la memoria emocional en tiempos de desolación. Me gustó el recuerdo del padre al amanecer o la novia que pudo ser y no fue.
Franco está soberbio. La película es sugerente, pero olvidable. No resiste fácilmente otros visionados.
Buen día, Emilio.
Pero esa reducción paisajística que dices no se aplica sin embargo a Buried, de Rodrigo Cortés, que me parece una de las mejores películas que he visto recientemente. Cómo se come eso? De todas formas no le critico. Me
parece una reseña atinadísima, estupenda de verdad.
Espero su respuesta.
Pienso básicamente. Ya incluso he leído tu post (certero, seco) sobre este documentalillo que no pasa de medio visionado. A mí Boyle nunca me gustó del todo. Ni siquiera en Trainspotting. La playa es una de las películas más malas que he visto, viniendo (aparentemente) de quien viene. Luego está Slumdog. Creo que salté de alegría, en el cine, cuando acabó.
Sugerente, bien, quizá. Olvidable, seguro. Tiene trazos buenos, ya se sabe. Nunca nada es del todo bueno ni del todo malo. Bueno, tal vez si indagamos hay excepciones y hay desastres absolutos y obras maestras totales. Lo de tu aventura ha sido respondido en el post. Sucede a veces. Esperemos que pocas. Buen domingo, amigo.
No he visto Buried todavía. No puedo opinar. Quería verla antes de que hoy la nombren en los Goya, que pienso ver. Pero creo que no va a poder ser. Saludos, roadtotara.
gracias, ya sabes a lo que me refiero
hago igual ahora mismo
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