Está izada sobre el mar, absurda en la distancia, como una especie de faro sin que nada indique que guíe barcos o que ilustre historias de piratas, pero de pronto anoche soñé con esta cafetera de hierro, inútil y constante, icono familiar, testigo de barbacoas en la playa, pollos argentinos, latas de cerveza y servicios de café, de conversaciones al sol, tabaco y zambullidas. Y hoy busqué esta foto y la miré a la caza de algo que el sueño me privó cuando estalló la vigilia y rompió el día. No lo encontré, pero está. De algún modo secreto y formidable, volverá en otro sueño.
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2 comentarios:
Todos tenemos una Cafetera en nuestro corazón, por lo que veo. La tuya es irreconocible para mí, pero imagino la vida en la playa y los momentos de felicidad con tu familia y tu gente. Está muy bonita la reseña, de verdad.
Ana
Te echaba en falta, Ana.
Mi cafetera es compartible.
Todos, en efecto, tenemos un lugar en donde pasaban las cosas que yo nombro.
La reseña es sentimental.
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