Tengo la sospecha de que hay heridas provechosas, daños que casi nunca amenazan la integridad del alma, pero que interrumpen su fluir sencillo. Vivir es fácil: lo difícil es saber hacerlo. Leer mucho hace que las lecturas se acumulen en algún lugar remoto del cerebro de modo que ahí se alían (sin tu permiso) y al final no sabes si lo que estás escribiendo es tuyo o es fruto de alguna influencia externa excesivamente evidente, pero a la que no terminas de darle nombre. Yo recuerdo la frase en cursiva de arriba y la recuerdo con nitidez e incluso con agradecimiento. Lo que ignoro (y dudo que haya ninguna iluminación posterior) es quién me la sopló. Como últimamente mis sueños son muy bruscos y se empeñan en aflorar a la realidad nada más sentirme despierto, igual eso de que vivir es difícil proviene de ellos. El lenguaje se siente a gusto con estos injertos de lo real, estos pequeños desvíos de la materia estrictamente lingüística. Me cuesta conciliar el sueño y repaso ideas mientras acepto que tampoco toca ahora empezar la novela que llevo meses, digan años, diseñando ni que la noche está para brindar con bourbon por la armonía tácita del universo. Así que pienso en los últimos días de John Coltrane o en el disco que acabo de encontrar en un remoto rincón del pequeño santuario en donde escribo, leo y todos esos bálsamos estupendos que sanan el alma (Jazz turns samba, Claudio Roditi) y en el tiempo que he tardado en encontrarlo. Eso me pasa por acumular y no poner al día la base de datos.
No sé si al amable lector le pasa esto: que llega a una librería y se tira las horas muertas (bendita expresión de arrobo libresco) tocando los lomos, leyendo frases sueltas, pensando en el placer inmediato de entrar en su historia más tarde, en casa, a la luz perfecta del flexo. Yo suelo leer en la cama o en un par de butacones cómodos que tengo por casa, pero en asunto literarios me conformo con poca cosa. Me vale un autobús o una cola en el supermercado o un banco del parque. Leer y escuchar música son dos actividades que me ocupan tanto y tan íntimamente que prescindo del paisaje completamente y me pongo a bucear en las letras o a perderme (es eso) en las notas musicales. Le he pillado hasta gusto a leer en el móvil (ah crimen infame de estos tiempos de vértigo y zozobral) y me descargué hace bien poco poemas de Poe, que están ahí, en otro remoto rincón de la panza del bicho, y viene a mí cuando le llamo. Resultó una experiencia más que curiosa, digna de ser tenida en cuenta, útil para las conjeturas semióticas de los intelectuales en paro, el hecho de meterme en el alma de Annabel Lee mientras hacía cola en un gran supermercado, rodeado de carros reventones de lechugas, latas de mejillones y botellas de tinto.
Leí Lolita por primera vez en el Servicio Militar, tirado en el suelo o en la modesta (aunque salvadora) biblioteca del cuartel. No sé si al amable lector le ha parecido que la palabra biblioteca y la palabra cuartel no matrimonian bien, que incluso chirrían una al lado de otra. Yo también matrimoniaba mal con la disciplina castrense, pero supe (creo) encontrar rincones en los que sentirme hospitalario conmigo mismo, libre, limpio, ufano de mi tiempo y de mi ser. Fue entonces cuando descubrí el júbilo de escuchar música en los lugares en los que normalmente nunca lo había hecho. Recuerdo con embelesamiento, con nostalgia, también con sincero agradecimiento, las cintas que un buen amigo me prestó (Chris Rea, Level 42, The Rolling Stones, Stray Cats, E.L.O.,Radio Futura, Tom Waits, The Lemonheads, The Jam, Silvio Rodríguez, que recuerde) y que yo escuchaba con absoluta entrega en mi walkman marca Aiwa, al que apreciaba más que a casi nada en aquel mundo, salvando de la quema la cantina (y su obscena barra en la que un tubo de cerveza costaba igual que una bolsa de pipas en la calle) o los paseos infinitos por las calles de San Fernando, en Cádiz. La mili, vista así, fue una herida provechosa.
Mi amigo K. me confesó que su mili fue un paseo militar, dicho con sorna, dicho con mucho cinismo y desparpajo semántico. K. posee la exquisita habilidad de sacar beneficio de los asuntos más escabrosos. La mili (ya concluyo) es una de las experiencias que nunca querría haber tenido, pero a la que recuerdo con cierto sencillo afecto. Pude haber caído en las garras de la decadencia y haberme perdido en quién sabe qué oscuros y deleitosos laberintos de adicciones (tantas, ay, algunas tan placenteras) que me conformo con salir como lo hice. Entero. Más curtido, como se dice. Muy curtido en algunas cosas, inevitablemente. Consciente de que las heridas hay que sanarlas con mimo y luego hay que saber aprovechar que estuvieron para sobrellevar mejor las venideras.
Mi amigo K. me confesó que su mili fue un paseo militar, dicho con sorna, dicho con mucho cinismo y desparpajo semántico. K. posee la exquisita habilidad de sacar beneficio de los asuntos más escabrosos. La mili (ya concluyo) es una de las experiencias que nunca querría haber tenido, pero a la que recuerdo con cierto sencillo afecto. Pude haber caído en las garras de la decadencia y haberme perdido en quién sabe qué oscuros y deleitosos laberintos de adicciones (tantas, ay, algunas tan placenteras) que me conformo con salir como lo hice. Entero. Más curtido, como se dice. Muy curtido en algunas cosas, inevitablemente. Consciente de que las heridas hay que sanarlas con mimo y luego hay que saber aprovechar que estuvieron para sobrellevar mejor las venideras.
Esta noche de Sábado ando descarriado de inspiración y me salen entradas sin sentido alguno. Cosas que pasan en un blog. Éste es (cada día más) una extensión de mi despiste. La segunda vez que leí Lolita condujo a que no quiera (en adelante, tal vez para siempre) volver a leerla, y no queriendo ser críptico ni parecida majadería mejor dejo aquí el asunto. Tiene que ver con esperas infinitas en butacones de hospital, en angustiosas tardes de verano a la vera de una dolorosa cama. Y no quería acabar en esa imagen, pero acudió y es la que, al final, me hace pensar que no, que no todas las heridas (evidentemente) dan provecho a quien las sufre. Ni mucho menos.
.
.
5 comentarios:
Estás nostálgico, Emilio, y no debe ser malo si te salen posts redondos como este. De todas maneras, yo también tuve una etapa "extraña" en la que la música me salvó, que es una cosa que me ha quedado clara de lo que he leido. Me salvó en mi propia casa, pero la historia es muy larga y alquí el que escribe eres tú y y yo el que viene a leer y a echar un buen rato frente a la pantalla dl ordenador. Rafa.
"Dices tú de mili..." yo estuve en Getafe. Y me pasaba las horas sólo ingeniando como volver a casa, y al lado de Ella, el siguiente fin de semana.
Aquello dejó huella. Aprender, aprendí bien poco. Nada más que a inventar como conseguir pasar allí el menor tiempo posible. ¡Que obsesión!
Recuerdo una vez que ......
Placer recíproco, Rafa. Prueba, se me ocurre. Hazte un blog, lánzate.
Dices tú de miiiili, jaja.
Me parece que podemos llenar horas de barras de bar, qué lugares, y soltarnos la lengua con historias alucinantes. Tenemos esa habilidad. En general todos la tenemos. Dices tú de cole... ¿puede ser?
Está bien eso de escribir como quien debe, por prescripción biológica, evacuar el lastre que se acumula.
Por cierto, Emilio, tengo otro blog, recién parido, más sencillo, más casero. Lo titulé "Me acuerdo de...", inspirado en el famoso librito de Joe Brainard, que recomiendo a todos tus lectores. Se trata de un cuaderno libre, como la memoria, de recuerdos personales pero transferibles. Está abierto a que todo aquel que transite por él, deje sus recuerdos también. Pásate y me cuentas.
http://rbesonias.blogspot.com
Buen domingo, amigo.
Ya la visité. Te escribo en e-mail, Ramón. Me parece una idea estupenda. Con su punto de riesgo, pero estupenda.
Publicar un comentario