6.5.10

Cine negro


Contra lo que impone la costumbre, agasajada por cientos de películas de cine negro, la fotografía es auténtica. Se construyó a continuación de que alguien, bien trajeado, probablemente escoltado por un par de matones de nariz rota, escrúpulos inexistentes y ansia por agradar al jefe, decidiera quitar de la circulación a este pobre tipo, un tal Howard Guilford, a la sazón editor de un periódico que incomodaba al fulano de la metralleta en el maletero y la biografía reventona de muertos en los arcenes y coches convertidos en quesos gruyere de 1920.




Y al ver la fotografía he pensado en Camino a la perdición, un film portentoso en el que la muerte se desliza siempre a ras de fotograma y donde incluso se prestigia la belleza macabra de los muertos abandonados en el suelo, en las bañeras de los moteles baratos, en el asiento delantero de un Ford. Son los muertos que Maguire (Jude Law) registra en su cámara, arañándole al tiempo, al inasible, una brizna de su rostro. Es cierto que la realidad supera siempre a la fantasía, que la ficción no alcanza a ser tan retorcida como puede llegar a ser la vida real. Y todo está impregnado de cine y vemos fotogramas en donde sólo hay pobredumbre, grises que quieren seguir siendo grises, dolor más allá de la visión esporádica de quien sólo acudió a ver en qué consistía la trama.

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1 comentario:

Ramón Besonías dijo...

Gracias, Emilio, por recordarme a Maguire. Excelente metáfora del cine, o por ende del arte. Toda la película, incluso la eficaz historia paternofilial, se me hace vacua cuando aparece en escena ese "fotógrafo del pánico". Cómo espera ese instante ejemplar, ese milisegundo antes de que el alma huya por la boca y el rostro dibuje su último retrato.

Comparecencia de la gracia

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