7.9.09

Tripas y corazones

Cuando Europa fue diezmada en la Edad Media por la peste bubónica había un exceso de metafísicos. Al pueblo llano le sonaban las tripas, pero los teólogos y los metidos a hacer de teólogos sin titulación ni empeño tenían sinfonías de panceta y de pan, de carne de cordero y de cerveza caliente, en donde los demás sólo se podían encontrar telarañas, oquedades del tamaño de su miseria. Eran otros tiempos y la fe enredaba el alma y cubría los apetitos mundanos. A base de acuñar máximas de probada contundencia semántica y fonética, la jerifaltía cristiana levantó un imperio al que no pudieron dar la espalda monarquías y fortunas plebeyas. La pandemia que devastaba los campos y las ciudades no conocía clases: caían como chinches obispos y putas, reyes y palafreneros.
Hoy, a siglos de distancia, en el reinado de la banda ancha, convertida la industria farmeceútica y los avances medicos en trincheras burguesas, el ciudadano de a pie no precisa de metafísicas para que le extraigan el sector enfermo de su cuerpo mortal. El ministro de Educación, el hermano del periodista Gabilondo, el antiguo rector y más antiguo todavía doctor en filosofía, se ha tirado de cabeza a la piscina de la mediocridad, que estaba a medio llenar, y se le ha ido la cabriola, la finta en el aire, cayendo de bruces sobre una señora mayor, confortablemente abandonada en una colchoneta, que tomaba el sol sin dejarse crucificar por preocupaciones banales.
La banalidad, a día de hoy, no es tanto el bichito cabrón que manda contribuyentes al camposanto como la asfixia financiera, el dolor en la visa del alma, que es la que sufraga los vicios, los viajes a la playa en verano, ese ejercicio popular que consiste en ir al supermercado y llenar el carro con el menú diario. No hay metafísico en la historia de las civilizaciones que escamotee la necesidad de alimentarse. Los hubo que redujeron esa esclavitud a niveles mínimos y quien ni siquiera consideró nivel mínimo alguno y fue a degüello, a golpe de iluminación mística, hacia la tumba. Si uno está bien abastecido de fe, el estómago - cuando le robamos su ración de visitas - chilla. No hay cosa más terrible que no comer. Podemos vivir al margen de la política, insensible al amor o bunkerizado o atrincherado, pero el yantar rudimentario, la ingesta de la manduca no atiende a alucinaciones del alma sensible y berrea, convicta de abandono.
La cruzada en la que nos ha embarcado el azar convertido en virus caprichoso se antoja mecanismo de distracción. El otoño viene levantisco y un poco homicida: al descoyuntamiento de la España en progreso que se ha ido construyendo a trompicones se añade la moribundia fragilísima de ser víctimas de una peste en siglo XXI y morir como un mendigo en una playa de oro. En la corte de estos milagros mileuristas la realidad se noveliza sin que ese ingreso en el campo puro de la ficción parezca importarnos. Nos creemos todo lo que nos pasa y hasta le damos carta de veracidad a lo que más parece ficción, desacato formal a los dictados de la razón y de la cordura: el euribor, las hipotecas sangrantes, los datos de parados, las hambrunas a pie de calle, toda esta miseria de país roto por demasiadas caídas. Ésta de la que ahora nos levantamos es triste. Sobre todo, triste. Y no hay metafísica que la enmiende. Ni fe. Ni operarios del Estado que vendan como deben el camino de la salvación. Aunque sea por comer a sus horas y hacer digestiones plácidas. Mientras, en la ficción o en la realidad, ronrronean los virus, y se venden más periódicos. ¿Se venden de verdad?

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2 comentarios:

Diego dijo...

Brava disección de la política y de lo que no espolítica. En España la religión pasa de leyes porque está anclada en la piel y en la historia y no va a haber gobierno que la derribe por mucho que se empeñe que tampoco van a poner mucho deseo. Los votos son los votos y las urnas son un paripé. La democracía es el abuso de la estadística, creo que lo escribió Borges. El estómago tiene sus leyes por encima de las demás leyes. Cuando falta la "manduquita" el hambriento rompe escaparates y se salta a la torera las leyes y todo lo que se ponga por delante. Me ha encantado el posteo.

bye

Emilio Calvo de Mora dijo...

Contra la religión no se han inventado analgésicos. Sigue en su cauce, sigue en su camino, iluminando a quien se deja iluminar, improvisando milagros en los ojos de quien busca milagros. El estómago no entiende de metafísicas, insisto. Aunque hay gente que se muere por un credo. Ellos tienen, no obstante, todo el respeto mientras en su tozuda visión de las cosas no afecten a quienes no comparten su ideario. Y suele pasar que sí afectan. Saludos, Diego.

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