10.7.09

Brigada 21: Un thriller teatral


Se dice que es clásico lo que vence al tiempo. En el fondo es una manera un tanto descuidada de definir, pero acepto que esa simplificación conviene siempre y es el tiempo el que dicta las leyes y hace que el trabajo del artista (aquí William Wyler) prospere en el tiempo, se crezca, adquiera una dimensión nueva a cada revisionado o caiga en el olvido, envejezca con prontitud y la herrumbre afee las texturas, los bordes, la historia contada y la forma en que quisieron contárnosla. La historia aquí es sencilla y ni Wyler ni el portentoso guión de Philip Yordan y Robert Wyler emborronan esa exquisita trama con desarrollados alambicados, con extensiones inútiles. Brigada 21 es una obra de teatro en su origen y Wyler la trata como tal, la mima como si fuese teatro y filma con absoluto amor por los personajes que ocupan la comisaría del distrito 21. Y aquí, en esta disciplinada nómina de transeúntes y residentes, de gamberrillos de poca monta, cleptómanas con corazón de almíbar y detectives antológicos, es donde reside la belleza inmortal de la película y su perdurable vigencia.
Policias de Nueva York o Canción triste de Hill Street, dos formidables series televisivas, son ramificaciones de Brigada 21, apéndices iluminados por la misma querencia dramatúrgica. Uno no puede prescindir de esos dos referentes. Luego está el blanco y negro. Amo el blanco y negro. Empecé a ver cine en blanco y negro. Eso del color vino después como un añadido tal vez prescindible. El cine sentimental que me hizo crecer como espectador y como persona estaba filmado en blanco y negro. Y Brigada 21 tiene un blanco y negro perfecto.
Wyler es un genio: en un espacio tan pequeño parece mentira que una cámara pueda hacer tantas diabluras y contarnos con tanta locuacidad lo que las palabras no podrían. Wyler se agacha, se alza, se escora: se involucra en la historia al punto de que parece que su ojo, su mirada, fuese un personaje más y la historia precisase de su concurso para entenderla enteramente. A ver un Michael Bay en este cometido qué haría: sin portaviones que hundir, sin esa grandilocuencia impostada...Pero no nos desviemos y sigamos con Wyler.
Decía: Wyler es un genio. Eso ya lo sabía antes, pero anoche (viendo Brigada 21) me convencí de que lo es incluso cuando la historia que le dan es de un recorrido tan aparentemente corto. Lo meritorio es que Wyler, merced a un guión ya digo que formidable, en su sencillez, pero magnífico de verdad, hace un film espectacular y se guarda las suficientes cartas en la manga como para crear al final un clímax absoluto, una resolución de un dramatismo total, que obedece a los cánones griegos, a la visión desesperanzada de la vida y del oficio del policía que ha ido discurriendo por todo el metraje. Kirk Douglas hace una recreación vibrante del detective McLeod, que me recuerda al policia vengativo y cruel que Russell Crowe recrea en L.A. Confidential: el hombre íntegro, de moral insobornable, que se cree investido por algún designio inquebrantable, divino, que le impulsa a no ceder en ninguna circunstancia, a no conocer la misericordia ni el sencillo perdón humano. Y es este personaje sobre el que descansa todo el peso dramático de la historia. El resto del cásting está sobresaliente: alrededor del torturado protagonista transitan personajes antológicos con actores en estado de gracia. William Bendix (tan humano, tan lírico, tan cercano), Lee Grant (que se llevó un Óscar por su personaje de ladrona romántica y frágil) o Eleanor Parker, la esposa perfecta, el remanso de luz y de amor sobre la que después gira el imprevisto giro de la trama se guardan como arquetipos durables...
Otro indiscutible valor de Brigada 21 es su precocidad moral: plantea asuntos que son precisamente ahora, en este siglo XXI problemático y febril, cuando están llamando (desgraciadamente) la atención de los medios. Hablo del maltrato doméstico, de la violencia familiar, de la importancia de que la mujer llegue vírgen, casta, pura y angelical al matrimonio o la imposibilidad de vivir azotado por las tormentas interiores que laceran la alterada mente de algunos de los protagonistas de esta historia ejemplar y clásica...

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3 comentarios:

Isabel Huete dijo...

La vi hace tantos años que ya la había olvidado y al leer tu comentario me han entrado unas ganas tremendas de volver a verla. Lo que no sé es dónde encontrarla, pero la buscaré.
Gracias por esa lección de cine.
Besazos.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Yo la vi, en efecto, hace mucho tiempo. No sé, tal vez más de veinte años. La vi entusiasmado, reconciliado con muchas cosas que el cine de ahora te priva. Por designios de caja. Besos.

Alex dijo...

No me gustó demasiado cuando la vi. Demasiado teatral y demasiado ligada al texto original. Demasiado estática en su formato y en su resolución. Eso sí, Eleanor Parker está más bonita que nunca. Su cabello ruge.

Wyler era un maestro de la postura. Sabía interpretar partituras ajenas como pocos. Y a veces sus notas sonaban viejas, ya oídas.

Por cierto, Emilio. El pasado jueves presencié el concierto de Paquito D'Rivera y Chano Dominguez en la Puerta del Ángel gracias a una persona maravillosa que guió mis pasos hasta allí. Te envío, esta misma noche, una foto del concierto.

Cuídeseme.

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